
Rebecca Souza. Foto: Osonmilu Argdão.
Si hablamos de las dificultades con las que se enfrenta el movimiento feminista en la región norte de Brasil, no cabe duda de que la principal es su aislamiento del resto del país. Existe poca comunicación entre el movimiento feminista de las regiones del sur y del sur-este y nosotras, lo que favorece la reproducción de un modelo de xenofobia hacia las opiniones que podamos expresar. Este desconocimiento de una de las regiones más extensas del país significa que persisten las dificultades para el reconocimiento de nuestro feminismo.
Si hablamos del feminismo de las mujeres de los pueblos originarios, la situación todavía es más desoladora.
¿Cómo pueden llamarse feministas las mujeres que no tienen acceso a lo que produce el mundo académico?
En el lejano norte, ¿existen debates sobre cuestiones de mujeres?
¿Existe el norte? ¿Existe feminismo en el norte? ¿Tienen debates feministas las mujeres de los ríos y de los bosques?
Este tipo de supresión histórica lleva a relaciones en las que somos meramente un pueblo colonizado que sólo podemos ser descubiertos cuando nos estudian los colonizadores.
La niña-mujer, la esposa y los niños en casa
Todas las feministas de los pueblos originarios se han encontrado con la siguiente situación. Históricamente, en nuestras comunidades, cuando una niña tiene su primera menstruación, tiene dos opciones: casarse con un hombre de su comunidad, o mudarse a la ciudad para trabajar como empleada doméstica.
Si hablamos de las dificultades a las que se enfrenta nuestro movimiento, uno de los mayores obstáculos es ir en contra de lo que se denomina “cultural”. Vivimos, claro, en regiones habitadas por nuestros pueblos e ir en contra de su sentido común es una tarea hercúlea. Yo diría que se trata realmente de una encrucijada para nuestro activismo. El deseo de vivir con nuestra gente es muy importante para nosotras, pero también lo son, a nuestro entender, los derechos de estas jóvenes mujeres y niñas.
Personalizando el debate, yo misma recuerdo que cuando me fui de mi campamento Romaní, estaba convencida de que no sólo tenía derecho a estudiar sino a tener la oportunidad de hacerlo, pero al mismo tiempo consideraba que les debía algo a todas las niñas que se quedaban allí. No es nada fácil, para cualquier activista de los derechos humanos, ser parte de una comunidad e ir en contra de sus costumbres, pero seguimos creyendo que esas niñas nos sucederán y que lograrán mucho más de lo que esperamos.
¿Quién defiende a los defensores de los derechos de la mujer?
De acuerdo con datos facilitados por organizaciones relacionadas con la Iglesia Católica, desde el asesinato de la misionera norteamericana Dorothy Stang en el municipio de Anapu, Pará, más de 400 personas han seguido su mismo destino. De estas 400 personas, el 45% eran mujeres que luchaban por la tierra, la vivienda, la educación y el respeto a sus tradiciones. A pesar de que estas mujeres no formaban parte del “feminismo académico” y que tal vez ni se autodenominaban feministas, eran activistas que luchaban por los derechos de la mujer.
Existen en el norte de Brasil los temibles “sindicatos de la muerte”. Cuando varias personas están disgustadas con algo o con alguien, contratan a un asesino a sueldo. Cuando se trata de una mujer, la situación reviste todavía más gravedad, ya que las mujeres activistas están muy aisladas. Si están casadas y tienen hijos, las amenazas se extienden a toda su familia.
Permítanme que les cuente brevemente mi historia.
Yo soy una activista que se encuentra bajo amenaza. Desde que cumplí 20 años no puedo salir de casa por la noche y ya he logrado escapar en dos ocasiones de asesinos a sueldo. Mi crimen, al igual que otras mujeres en el norte, ha sido alzar la voz contra los ricos de mi estado.
La justicia brilla por su ausencia cuando las víctimas son personas que pertenecen a los pueblos originarios. En el caso del asesinato de una pareja en una comunidad extractivista, el juez ordenó liberar a los culpables de haber ordenado el crimen alegando que “cuando alguien del norte se involucra en una causa social en Pará, ya sabe que se está jugando la vida. Ser activista en el norte significa saber que estás firmando tu propia sentencia de muerte.”
¿Cómo podemos, como mujeres, luchar sin tener miedo?
¿Cómo podemos tener el coraje de salir de nuestros hogares cada día sabiendo que corremos el riesgo de que éste sea nuestro último día y que la muerte puede venir a nuestro encuentro montada en una motocicleta o a través del cañón de un arma de fuego?
Hablar de la seguridad de las activistas en el norte es de la máxima importancia - y algo fundamental para nuestra salud física y mental.
Cada día es una oportunidad
Ser una mujer en el norte nos prepara para la adversidad, ya sea un río que se desborda e inunda y destruye nuestros cultivos, un leopardo que viene de noche a comerse nuestras gallinas, o las dificultades que tenemos para acceder a información. Sin embargo, esto no es óbice para que nos reorganicemos tras cada pequeña derrota y continuemos avanzando para asegurarnos que venceremos.
Recientemente, se produjo un momento de reagrupación importante con motivo de la construcción de la planta hidroeléctrica de Belo Horizonte, en tierras de pueblos originarios. No era infrecuente ver a muchas mujeres asistiendo a las consultas previas, en las numerosas ocupaciones de las obras, e incluso en la representación que dio la vuelta al mundo en la que una mujer Tuíra de la tribu Munduruku amenazaba a un ingeniero con un machete después de que éste se burlara en público de los pueblos indígenas.
Hemos atravesado dificultades extremas. La presa se construyó, y ahora corremos el riesgo de que se construyan otras 18. Es ahí cuando nosotras, las mujeres, nos paramos a pensar “¿cómo podemos luchar contra esto? ¿Cómo podemos hacer que se escuchen nuestras voces?”
Debemos superar estos retos, incluso los relacionados con el colonialismo moderno que avanza a diario en nuestros territorios y con el no reconocimiento de la voz política de las mujeres. El reto de coexistir con la tradición y a la vez confrontarla es lo que configura nuestra identidad. Es lo que nos espolea constantemente a desarrollar nuevas herramientas para hacer frente a los retos.
Con la llegada de los medios sociales y el advenimiento de la inclusión social, ahora podemos hacer que nuestras historias se escuchen en todo el mundo. Aunque nuestro movimiento todavía no ha incorporado plenamente la práctica del activismo en línea, es una manera potente de decir “esta es nuestra lucha, apóyennos!!” También es una herramienta estratégica para ocupar espacios. Actualmente soy asesora de las Naciones Unidas de Brasil para cuestiones de la sociedad civil. Sí, asesora - a pesar de mi nivel educativo.
Una manera de apoyarnos y de sostener que somos una rama del feminismo tan empoderada como las demás es reconociendo que el conocimiento que poseen las mujeres de los pueblos originarios va más allá que el del mundo académico y que merecemos ocupar ciertas posiciones y participar en distintos espacios.
Creo que la mejor forma de apoyar a nuestro activismo es facilitándonos las condiciones para poder ejercerlo.
En muchos casos, más allá de la falta de educación, las mujeres activistas no disponen de los recursos económicos necesarios para involucrarse y esto hace que no podamos estar presentes en momentos importantes. Nuestras reuniones son siempre fundamentales, porque es allí dónde re-evaluamos lo que hay que hacer para avanzar. No puedo decir que estemos preparadas para hacer frente a todos los retos, pero estamos avanzando y esto es lo que importa. Estas son nuestras estrategias para el cambio – cambio que garantiza que vayamos siempre avanzando.
Mi destino aguas arriba
Concluyo este artículo con la esperanza de que alcance más allá de mi asentamiento y de los ríos y bosques del norte de Brasil.
Lo concluyo con la esperanza de que cada persona que lo lea recuerde nuestras victorias y sepa que nosotras fuimos las que luchamos para ocupar posiciones a fin de que se reconozcan nuestros conocimientos tradicionales. Espero que recuerde también que, en este preciso momento, es posible que una niña de un pueblo originario se esté viendo separada de su familia.
Quiero que la gente sepa que mi vida y la vida de otras activistas está siendo amenazada por haber cometido el delito de luchar por los derechos de la mujer. Solemos oír hablar de actos de barbarie y pensamos “esto no ocurre en mi país”. Pero sí ocurren, acá en el norte.
Me gustaría dejarles con un par de preguntas para la reflexión.
Si tú, la persona que ahora mismo está leyendo esto, te identificas como feminista, ¿has hablado alguna vez con una mujer del norte de Brasil, aunque sea en línea? ¿Alguna vez te has tomado el tiempo de conversar y entender que hay mujeres que, a pesar de no formar parte del mundo académico, están implicadas en la lucha feminista y tienen mucho que enseñar a las demás?
Si eres feminista, te pregunto: ¿cuántas veces has puesto tu visión como colonizadora a un lado y te has abierto a compartir tus sentimientos con nosotras?
Si nosotros somos “las otras”, o la minoría, ¿desde qué punto de vista se nos ve como minoría?
Creo firmemente que nuestro movimiento es revolucionario y decolonial. Es revolucionario porque surge en los bosques, en las embarcaciones, en los campamentos, en los pueblos pequeños – más allá del alcance de internet y la televisión. Es decolonial en el sentido que lo llevamos a cabo nosotras, para nosotras – las descendientes de las mujeres que no se dejaron colonizar.
Y para ellas y con ellas continuaremos embarcadas en nuestro bote de resistencia en el río del movimiento feminista.
Rebecca Souza es una de las oradoras invitadas al Foro Internacional AWID (8-11 septiembre 2016 en Bahía, Brasil).
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