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Venezuela: elija su propio dictador

Es posible entender la crisis humanitaria que está teniendo lugar en la Venezuela de Maduro a través de Woody Allen y el juego de computadora Tropico. English

Piers Purdy
3 octubre 2016
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Venezuela, Abril 13 2010, los miembros del MNR celebrar el noveno aniversario del golpe fallido 2002. Foto por: Ariana Cubillos / AP/Press Association Images

El 4 de febrero de 1982, un joven teniente se paró frente a sus compañeros en la base militar y pronunció un discurso para conmemorar la muerte de Simón Bolívar. Con la esperanza de reavivar los sueños de uno de los mayores héroes del movimiento de la independencia Latinoamericana, le dijo a su audiencia: «Pero así Bolívar está en el cielo de América vigilante y ceñudo, sentado… lo que él no dejó hecho, sin hacer está hoy». Menos de 20 años después, Hugo Chávez sería reconocido como uno de los líderes más carismáticos del siglo xxi y un símbolo de la ola de movimientos populistas y progresistas de la región.

Chávez lideró con una retórica antiimperialista que pocos pueden lograr, ya que impulsó lo que para Venezuela fue un programa radical de reformas sociales. En una lucha constante contra la oposición interna y su alianza con lo que él entendía eran intereses imperiales, la era de Chávez representó tanto un reforma positiva en materia de justicia social como de volatilidad política; lo cual se manifestó más claramente en el año 2001 cuando tuvo lugar el fallido golpe de Estado en contra de su gobierno.

A medida que el presidente actual, Nicolás Maduro, intenta, sin éxito, asumir el papel de su predecesor, parece ser que no logra escapar de la volatilidad política que los titulares de prensa asocian a su mandato. Hugo Chávez dividió la opinión nacional, pero venció claramente a la oposición en cuatro elecciones consecutivas y, aunque su apoyo público se redujo significativamente a lo largo de sus mandatos, no obtuvo un índice de aprobación tan negativo como el 21,2 % que tiene hoy en día Maduro. Siendo su gobierno incapaz de manejar la inflación, el país ha entrado en un espiral descedente que ha dejado productos y servicios básicos, como la comida, medicinas y la electricidad fuera del alcance de la población.

La crisis venezolana, a ojos de un público mundial, se oculta tras una poderosa narrativa...que asume la existencia de constante volatilidad política [en America Latina]

Sin embargo, la crisis humanitaria –y eso es lo que es– ha recibido muy poca atención mediática a nivel internacional, y los titulares que sí que cubren el caso de Venezuela se centran más en los disturbios políticos entre el gobierno y los protestantes callejeros liderados por la oposición que en la privación, el colapso de los servicios sanitarios y el aumento de la violencia que tienen lugar en el país. De hecho, la crisis venezolana, a ojos de un público mundial, se oculta tras una poderosa narrativa que afecta tanto a este país como al resto de América Latina. Una narrativa que asume la existencia de constante volatilidad política generada por el continuo giro de un lider fuerte a otro mientras que la sociedad erupciona alrededor del cambio. Es una narrativa dañina que crea bajas expectativas sobre la región y distrae a la comunidad internacional no solo de los turbios juegos geopolíticos que estan siendo jugados en la región, sino también de la inaceptable situación social y humanitaria que esta teniendo lugar actualmente.

«¡Felicitaciones señor Presidente, ha sido electo... otra vez!»

Las narrativas son necesarias para tratar de entender el mundo que nos rodea, y tienen el poder de enseñarnos y ocultarnos hechos. Estos, junto a los estereotipos que se les asocian, a menudo son producidos y transmitidos por los grandes medios de comunicación que consumimos. En el caso de América Latina el cine es un ejemplo destacado. En el libro Latino Images in Film, Charles Ramírez Berg sostiene que personajes como el amante latino, la prostituta o el traficante de drogas han sido las «imágenes que han definido y degenerado a los latinos durante más de un siglo en la cinematografía estadounidense». El hecho de ver a estos personajes en pantalla ayuda a crear una impresión acerca de la cultura latinoamericana y sus pueblos. 

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Woody Allen visita Londres en relación con su película 'Bananas' (1971). Foto por: PA / PA Archive/Press Association Images

Más allá de los estereotipos que estos personajes evocan, el cine usa historias culturales con el fin de recrear un entorno visual que resulte familiar para el público. Al igual que los estereotipos, estas narrativas reflejan la percepción de una “sociedad latina homogénea”. Una de las más recurrentes narrativas es la inestabilidad y la volatilidad políticas. Temas como el de la revuelta popular, las ejecuciones extrajudiciales y los regímenes dictatoriales son habituales en las representaciones cinematográficas de la región. Bananas (1997) de Woody Allen es un ejemplo de ello. Enmarcada en el estado latinoamericano ficticio de “San Marcos”, la primera escena invita al espectador al asesinato del presidente del país, lo cual forma parte de un golpe de estado llevado a cabo por los militares. Una multitud alborotada aparece en pantalla con la intención de equiparar, de forma satírica, el asesinato a un evento deportivo periódico de gran magnitud. El ambiente muestra agitación civil y políticas violentas.  

Es evidente que esta concepción no se limitan al cine. De la misma forma, los videojuegos están diseñados para atraer a las masas y, por lo tanto,  crear una concepción básica del mundo. A través de lo que Jesper Juul llama “simulaciones estilizadas”, los videojuegos buscan reproducir exactamente esta concepción con el fin de que el jugador alcance esa sensación de realidad (virtual) tan deseada. Para sacar a la venta un buen juego de disparos antiterrorista en primera persona, es necesario crear un entorno creíble basado en un lenguaje conocido y estereotipos; por ejemplo, una operación conjunta de las fuerzas especiales de los Estados Unidos y el Reino Unido en busca de rusos vinculados con terroristas euroasiáticos. 

La narrativa latinoamericana se hace evidente en este tipo de medios. Un ejemplo apropiado, y no por ello un caso aislado, es la serie de videojuegos Tropico. Como dictador en una isla del Caribe latino, además de la gestión rutinaria de la educación, la salud y la economía, el Servicio Secreto da órdenes de abatir a los insurgentes, hacer “desaparecer” a los ciudadanos vulgares y llenar las calles de propaganda favorable al gobierno. Tras escoger un dictador (entre los cuales hay personajes “de culto” como Fidel Castro y Evita Perón), existen otras muchas tareas relacionadas con la búsqueda del equilibrio de las políticas para apaciguar a los poderes internacionales de la vieja URSS y EE.UU.; todo a expensas de cualquier principio moral que se haya mantenido a lo largo del juego.

Al ritmo de una banda sonora de estilo latino, las revueltas populares, la escasez de alimentos y la “gestión de los medios” se suceden como parte de la dulce vida política latinoamericana. Si bien es importante entender que los realizadores inyectan una gran dosis de sátira en Tropico –al igual que lo hizo Allen en Bananas–, la historia del juego refleja con claridad la concepción general que existe acerca del carácter volátil y cíclico de la sociopolítica latinoamericana. El establecimiento de esta concepción como statu quo tolerable conduce a la trivialización de América Latina y a la distorsión de los sucesos internos a ojos de la comunidad internacional.

La crisis humanitaria no será televisada

Hay quien afirma que América Latina está experimentando un “nuevo ciclo político”. A medida que el continente se enfrenta a la caída mundial de los precios de los productos básicos y, por lo tanto, al estancamiento económico, la historia está abatiendo a los líderes latinoamericanos “progresistas” uno por uno, en Brasil, en Argentina, en Bolivia, en Ecuador y en algunos países de Centroamérica. Venezuela se está quedando atrás, ya que los suministros de energía hidroeléctrica del país están restringidos por la sequía, la producción de petróleo suma 13 años de caídas y la hiperinflación (con un informe anual del 773%) desencadenan una crisis social. La negativa obstinada de Maduro en cuanto a la concesión de una reformas será posiblemente su canto de cisne, pero todavía no hemos llegado a ese momento.

Este tipo de gobernanza es inaceptable en cualquier país y merece la atención de la comunidad internacional. La crisis humanitaria que está afectando la vida de cientos de miles de venezolanos no debe ser trivializada por la concepción general que existe respecto a la volatilidad política habitual en América Latina. Pero más importante es el hecho de que esta situación no es una oportunidad para la intervención externa en Venezuela, ya que eso solo avivaría el miedo a la intromisión imperialista y conduciría a una mayor confrontación política. Más bien, lo que se necesita, es desafiar este pensamiento obsoleto (si no, cómico) y asegurarse de que los medios de comunicación diferencian entre los supuestos ciclos políticos de la región y las historias de los ciudadanos que viven en estos países.

Si no logramos separar las crisis humanitarias individuales de los ciclos de volatilidad política, probablemente seguirán formando parte de la sociedad latinoamericana en el futuro. 

 

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