A pesar de la experiencia vivida, puede resultar inimaginable el estrés al que se enfrentaron los trabajadores para mantener las economías locales y las cadenas de suministro mundiales reiniciadas tras la fase de cierre de la pandemia. La crisis del coste de la vida que ha llegado ahora es sencillamente pavorosa. Pero, felizmente, los trabajadores de todo el mundo siguen siendo resistentes y están dispuestos a apoyar la asunción de riesgos por parte de empresarios e inversores, así como la persistencia de los responsables políticos para restablecer la normalidad. Pero los trabajadores son los verdaderos héroes.
No obstante, el estrés y la tensión en el mercado laboral pueden persistir. De hecho, los problemas actuales, que esperemos sean de naturaleza transitoria, distraen de la transición más permanente del mercado laboral. Antes del estallido de la pandemia, el impacto de la hiperconectividad y la digitalización ya estaba recibiendo la atención de los responsables políticos. La probabilidad de un desplazamiento a gran escala de la mano de obra humana por las máquinas y los ordenadores había generado, por un lado, temores fundados de pérdida de empleo y, por otro, había hecho que los gobiernos se preocuparan por cómo gravar a los robots no remunerados que realizan el trabajo que antes hacían los humanos.
Aunque estas preocupaciones son defendibles, nunca se insistirá lo suficiente en los beneficios de la digitalización, especialmente la descentralización, la mayor flexibilidad, la mayor transparencia y la responsabilidad. Pero los beneficios serían incluso más equitativos si se canalizan inversiones específicas para construir infraestructuras, ampliar la conectividad y mejorar el acceso a la tecnología. Esto acelerará la reducción de la brecha digital tanto para las empresas como para los trabajadores y, lo que es más importante, ayudará a avanzar en la justicia social.
Estas cuestiones son del ámbito de las partes interesadas tripartitas de la OIT en las relaciones laborales. Como principal organización mundial que ofrece una plataforma para que las partes interesadas se reúnan, la institución desempeñará un papel fundamental a la hora de abordar estas cuestiones.
Lo que se necesita es una visión inteligente que unifique los intereses, por lo demás divergentes, de las partes interesadas. Esto no tiene que ser algo nuevo en principio. Esencialmente supone la reestructuración y revisión de las normas y prácticas existentes para adaptarse al futuro emergente del trabajo.
Lo que está cada vez más claro es que la justicia social debe seguir sustentando las prácticas laborales, y los avances realizados por muchos países en este sentido deben seguir ganando terreno. Por ejemplo, ahora hay muchas más mujeres que participan en el mercado laboral formal en comparación con hace dos décadas. Asimismo, las diferencias de remuneración entre hombres y mujeres se han ido reduciendo a medida que la idea de igual salario por igual trabajo se acepta cada vez más como algo socialmente equitativo.
Igual de alentadores son los progresos realizados en la lucha contra el trabajo forzado o "esclavitud moderna", el trabajo infantil y la trata de seres humanos. También se ha avanzado en garantizar que los lugares de trabajo sean entornos seguros.
Sin embargo, aunque se ha logrado mucho, el progreso no ha sido uniforme en todo el mundo y el ritmo de cambio sigue siendo inaceptablemente lento. Según el Informe sobre la Brecha de Género 2021 del Foro Económico Mundial, se necesitarán otros 267,6 años para cerrar la brecha global de género en la participación y las oportunidades económicas. Es demasiado tiempo para esperar. Debemos trabajar todos juntos para acelerar el progreso.
Comentarios
Animamos a todo el mundo a que haga comentarios, Por favor, consulte las intrucciones de openDemocracy para comentarios