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Las protestas no son movimientos

¿Cómo transformamos estas olas de protestas, que han venido ocupando calles y plazas por todo el planeta, en movimientos efectivos, capaces de cuestionar de verdad las relaciones de poder? Português  English

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Francesc Badia i Dalmases
12 mayo 2016
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Las protestas de los activistas durante la Semana Mundial de la Sociedad Civil en Bogotá, Colombia. Abril de 2016. Foto: Francesc Badia, todos los derechos reservados.

Coorganizada por CIVICUS y la Confederación Colombiana de ONG, del 24 al 28 de abril tuvo lugar en Bogotá la Semana Internacional de la Sociedad Civil. DemocraciaAbierta estuvo allí para contarlo.

Hace casi nueve años que sentimos las primeras acometidas de lo que se convertiría más tarde en la Gran Recesión de la economía global, impulsada por el colapso de la economía financiera. Además, ante el declive relativo de Occidente, incluida la permanente crisis europea –que, de ser económica, ha mutado en social y ahora en política– potencias autoritarias re-emergidas como China o Rusia andan disputando la hegemonía mundial. Esto puede apreciarse en distintos ámbitos, desde el comercio de materias primas a la compra de tierras en África y América Latina, desde las inversiones en las industrias extractivas hasta la influencia en los medios de comunicación a través de agencias de noticias o cadenas de televisión de alcance global como Xinhua o RT. Para ambas potencias, aplastar cualquier brote de sociedad civil organizada, y enseñar músculo militar, se han convertido en ejercicios rutinarios. Y para muchos ciudadanos de otros lugares, como Turquía o Egipto, o ahora Filipinas, las cosas no parecen ir mucho mejor.

Se está consolidando una amenaza global contra las libertades civiles, que viene a debilitar a la democracia en todo el mundo. Mientras las protestas, ayudadas por la tecnología móvil, multiplican en todas partes, y proliferan las redes sociales, vemos cómo está en marcha una contra-reacción de los gobiernos  – no sólo en el Sur Global (lo que no sería tanto noticia dado su historial de abusos en un pasado no tan lejano) si no también, y de manera alarmante, en el Norte Global. Sus víctimas directas son, como siempre, ciudadanos individuales (un número creciente de activistas lo están pagando con sus vidas) pero también la sociedad civil organizada, que quiere reaccionar y está en buena forma, y cuenta con mejores herramientas y estrategias, mejoradas a través de la coordinación global y el intercambio continuo.

Una conferencia en Bogotá

Coorganizado por CIVICUS: Alianza Global de Participación Ciudadana (la red de sociedad civil más grande del mundo)) y la Confederación Colombiana de ONG – CCONG, los últimos días de abril tuvo lugar en Bogotá la Semana Internacional de la Sociedad Civil, un importante evento que reunió a unos 970 líderes, activistas y representantes de organizaciones de más de 100 países.

El ambiente respiraba una mezcla de celebración, de determinación y –si se puede decir de esta manera- de perplejidad, aderezada con una pizca de enfado (o indignación, una palabra que puede que describa mejor el sentimiento que se ha convertido en importante acelerador de la movilización social y política en todo el mundo). En esta conferencia, organizada de manera impecable, que entrañaba una gran complejidad logística puesto que tuvo lugar en distintas sedes y en una caótica mega-ciudad latinoamericana, situada a 2.644 metros sobre el nivel del mar, voluntarios, organizadores y participantes parecían tan implicados en el evento, como faltos de aliento al ir corriendo de aquí para allá.

El mensaje de la conferencia, que se celebró bajo el lema “Ciudadanía Activa. Acciones Responsables”, fue suficientemente claro. En términos de derechos humanos y civiles, la primera prioridad en la agenda de la sociedad civil global debería ser “cerrar el hueco que se ha abierto entre lo que está escrito en los papeles y lo que al final están haciendo los gobiernos”, para decirlo en palabras del secretario general de CIVICUS, Danny Sriskandarajah. Aunque son necesarias nuevas estrategias para obligarlos a rendir cuentas y a cumplir con lo que han prometido, los objetivos casi no han cambiado en los últimos años: La sociedad civil tiene que atreverse a interpelar al poder, a reconquistar el espacio cívico, y a encarar uno de los mayores retos a los que se enfrentan las democracias hoy: cómo conseguir volver a implicar a los ciudadanos; cómo ser más transparentes y responsables; y cómo evitar verse reducidas a la condición de simples “sistemas electorales”. “¡Atención! Nuestras democracias se acaban convirtiendo en sistemas electorales, y no en contratos sociales”, advirtió Emilio Álvarez Izaca, secretario ejecutivo de la Comisión Inter-Americana de Derechos Humanos en la clausura final de la conferencia.

Pero no todo es oscuro y cuesta arriba para los activistas de la sociedad civil, puesto que hay nuevas herramientas que les están ayudando a avanzar en sus objetivos. Existen algunas razones para el optimismo, por ejemplo, en el uso extensivo de las tecnologías de la comunicación y de las redes sociales, y en la aparición de medios digitales independientes que combaten la publicidad corporativa y la propaganda gubernamental. Esto está ocurriendo, sin embargo, en un contexto de creciente concentración de conglomerados mediáticos que amenazan, a su vez, en acabar de minar uno de los pilares fundamentales de la democracia: la libertad de expresión, la diversidad de las visiones y la pluralidad de las voces.

Otras preocupaciones vienen dadas por el hecho de que las redes de sociales más utilizadas, como Facebook o Twitter, están orientadas a obtener beneficios y dependen de la publicidad, lo que levanta sospechas sobre muchos asuntos, desde la invasión de la privacidad a la privatización de contenidos, desde la personalización de la publicidad hasta la manipulación o, directamente, la censura. Otra gran preocupación de la sociedad civil hoy proviene de la tendencia creciente de los gobiernos (tanto de los que son democráticos como de los que no lo son) a reprimir movimientos sociales y protestas en nombre de una supuesta seguridad  y de la protección “del orden y de las instituciones”, pero en realidad responde a su miedo ante la potencia de las voces discordantes. Otros temores tienen que ver con el uso de la legislación antiterrorista para recortar las libertades civiles y espiar a los ciudadanos (de hecho, a todo el mundo, desde la portera a la primera ministra), puesto que, en manos de regímenes totalitarios, esta vigilancia ubicua puede significar una muerte cierta para muchos. Pero es la desigualdad, actualmente en aumento en la mayoría de países del mundo, tanto ricos como pobres, lo que más preocupa, mientras vemos cómo las elites económicas y políticas trabajan conjuntamente, devoradas por una avaricia desmedida en su captura de todo tipo de recursos, desde los naturales hasta los humanos pasando por los financieros, y, enfangados como están en la corrupción, circunvalan la ley, si hace falta, a través de nombramientos políticos y de campañas mediáticas bien orquestadas. 

La sociedad civil colombiana y el proceso de paz

Dado que la Semana Internacional de la Sociedad Civil tenía lugar por primera vez en América Latina, la región tuvo su justa parte en el conjunto de las discusiones. Las conversaciones de paz que están teniendo lugar entre representantes del gobierno de Colombia y de las FARC en la Habana ofrecieron la oportunidad de reivindicar el papel activo de la sociedad civil en la construcción de un acuerdo de paz justo y duradero.

En un proceso que no tiene precedentes, víctimas de lo que se ha convertido en el último conflicto activo en la región fueron invitadas a La Habana a defender su causa. Esto se produjo gracias a la presión de las organizaciones de la sociedad civil que trabajan con ellas, lo que permitió abrir una negociación sobre justicia transicional que acabó en un acuerdo histórico. Aunque éste no haya sido comprendido en su totalidad por muchos en Colombia, donde las conversaciones de La Habana se han convertido en un punto caliente de fricción de la política doméstica que va más allá de los tecnicismos de una compleja (y percibida como inacabable) negociación, el acuerdo de justicia transicional ha significado un gran paso adelante en el camino hacia la reconciliación. De manera comprensible, tras más de cinco décadas de guerra sin cuartel, el escepticismo es un sentimiento ampliamente extendido entre los colombianos, y una parte significativa de la opinión pública ve el proceso actual como incapaz de traer una paz y una justicia verdaderas para el país. Después de todo, argumentan muchos, “Colombia en una sociedad violenta: sólo el 15% de las muertes violentas están directamente relacionadas con el conflicto armado”.

Una de las estrellas locales de la conferencia, Antanas Mockus, intelectual carismático y antiguo alcalde de Bogotá, presentó su visión del conflicto, subrayando los aspectos morales de la paz y la reconciliación. “La paz depende de nosotros”, argumentó, puesto que “el perdón es un acto voluntario”. De acuerdo con Mockus, no hay mayor reto que el de ser capaces de comprender las razones del Otro. “Contra la irracionalidad de la guerra, la irracionalidad del perdón”, proclamó, levantando el aplauso del plenario. Otra de las celebridades de la conferencia, Alí Zeddini, miembro del Cuarteto Nacional de Diálogo en Túnez al que fue concedido el premio Nobel de la paz en 2015 (el Cuarteto es el grupo de organizaciones que fue capaz de estabilizar la transición política en Túnez e impulsar la redacción y posterior aprobación de una constitución laica y democrática para el país) puso el énfasis en el papel de la sociedad civil en la construcción de una paz duradera. La paz sólo se logra a través de la inclusión y la participación, dijo, y recomendó “paciencia” al público colombiano mientras les recordaba, en la misma línea, que “las mujeres fueron la clave de vuelta de la revolución tunecina”.

La cantidad de mujeres que participan directamente en el actual proceso colombiano suscita realmente un gran esperanza de que se alcanzará una paz “justa y duradera” para Colombia. De acuerdo con la directora ejecutiva de la CCONG, Liliana Rodríguez, ahora que el acuerdo final parece más cerca que nunca, es el momento de tomar consciencia de las dificultades del “post-conflicto” –o del “post-acuerdo”, como algunos expertos prefieren llamarle ahora. Se beben abordar las causas estructurales de la violencia y construir una alternativa real y eficaz. La sociedad civil debe insistir en su trabajo sobre las comunidades y sobre los territorios, y crear la cohesión social esencial para una sociedad democrática más fuerte y más inclusiva. Suena bien, pero es difícil.

Las protestas no son movimientos

De entre la desconcertante cantidad de temas cubiertos por la Semana Internacional, un asunto que pareció estar siempre presente, y que supone una preocupación para todos, fue la cuestión de cómo transformar la rebelión de tantas pequeñas organizaciones e individuos de todo el mundo en un gran movimiento, cuyo gran objetivo sea hacer frente a las grandes cuestiones urgentes, que incluyen la protección del medio ambiente, el respeto a la diversidad, la lucha en favor de la no-discriminación y la defensa de los derechos humanos. Para ello, por decirlo en las palabras de uno de los asistentes a la conferencia, la sociedad civil necesita aún “más gente, más incidencia, más apropiación, y más líderes activados”.

A lo largo de los últimos años, hemos asistido a una proliferación de protestas en todo el mundo, tanto enormes como minúsculas, pero siempre alimentadas por las poderosas herramientas de comunicación disponibles y por las redes sociales, movilizando a la juventud en particular, pero no sólo. Pero, con todo, las protestas no son movimientos, y he aquí el gran reto, reconocido por muchos durante la conferencia: ¿Cómo transformamos estas olas de protestas, que han ocupado calles y plazas por todo el planeta, en movimientos efectivos que sean capaces de cuestionar las relaciones de poder y de cambiar las políticas al mismo tiempo?

Muchos de los que están activos en los movimientos tradicionales, las administraciones, ONG, sindicatos, partidos políticos y otras organizaciones institucionalizadas están viendo cómo hoy la participación formal es cada vez más desmotivadora, y la gente está perdiendo el interés por participar. En los tiempos no tan lejanos de los años 80, el proceso para decidir la agenda era mucho más lento y jerárquico. Durante una sesión denominada “Nuevas formas de participación: Desafíos enfrentados para su incorporación”, liderada por la Fundación Corona, un líder de la sociedad civil brasileña explicó cómo, para lanzar la campaña Diretias Ja para exigir elecciones en 1983-84, les llevó un año entero poder hablar con todos los movimientos, desde la iglesia católica a los movimientos de los sin tierra, desde los sindicatos hasta los estudiantes, y también tomó largo tiempo decidir quién formaría parte del grupo de 5 o 10 líderes que llevarían la pancarta a la cabeza de las manifestaciones. Hoy, todo esto no tomaría más de una semana y, de cualquier modo, nadie se estaría ya peleando por llevar una pancarta en primera fila.  

La aparición de nuevas herramientas, espacialmente de la tecnología móvil, se ha convertido pues en un factor de cambio para la manera en que la gente se implica en la formación de agendas públicas. Herramientas como Avaaz o Change.org permiten a la gente lanzar campañas muy rápidamente, si bien algunos críticos señalan que esto tiene mucho de “click-activismo”, sin que haya una verdadera implicación por parte de individuos que permanecen sentados ante sus múltiples pantallas. Son éstas vías rápidas para movilizaciones a corto plazo, capaces de alcanzar momentum muy velozmente, pero las dudas aparecen cuando se trata de volverse a arremangar, y muchas campañas se encuentran con escaso seguimiento, una vez han alcanzado un pico espectacular. Es sólo cuando las movilizaciones on-line son capaces de sacar a la gente a la calle; cuando, como dijo un participante en la sesión, “lo on-line se encuentra con lo on-site”, que algunos resultados significativos pueden esperarse.

Los críticos, sin embargo, señalan que, demasiado a menudo, las manifestaciones masivas en la calle, como las que tuvieron lugar en Brasil en 2013, son incapaces de concretarse en 2 o 3 puntos de la agenda que merezcan un seguimiento efectivo. Las protestas callejeras hoy, tienden a evolucionar rápidamente, y a disolverse. 

Hay nuevas formas de tomas de decisiones que, a la hora de establecer la agenda de manera colectiva, aportan metodologías interesantes, si bien encuentran dificultades cuando se les exige que formulen acciones concretas. Como presenciamos con el movimiento Occupy, la toma de decisiones se complica muchísimo cuando dependen de la voluntad de una asamblea. Y está también la cuestión del liderazgo, que fue puesta sobre la mesa por un participante en la sesión de la Fundación Corona: “En este tipo de movilizaciones –dijo- si alguien intenta liderar, la movilización termina”. Demás, los nuevos movimientos tienden a enfatizar el rol del individuo más que el del colectivo y así, si no logran conectar con lo colectivo, su impacto disminuye considerablemente. En este sentido, el experimento que está teniendo lugar actualmente en España, donde un grupo de profesores universitarios están intentando catalizar el movimiento del 15M con la fundación de un partido político de corte clásico y jerárquico, capaz de trabajar dentro de las instituciones sin dejarse cooptar por ellas, levanta tantas esperanzas como recelos.

En cualquier caso, la verdad es que nuevas herramientas han significado nuevos tipos de movimientos, y éstos ya no se organizan siguiendo los patrones tradicionales, sino que están reconfigurando las viejas maneras de operar. Pueden ser fragmentarios y democráticos al mismo tiempo, si bien estas vías abiertas, fragmentarias y sin restricciones están siendo también utilizadas extensamente, y de manera oportunista, por muchos movimientos de extrema derecha en Europa, y más allá. Muestran también otras debilidades, tales como su fácil perturbación por parte de gobiernos hostiles, que pueden desactivar fácilmente ciertas herramientas y aplicaciones, o bloquear completamente el acceso a Internet, caso de que no les guste lo que están viendo. Ante un panorama internacional en el que el espacio para las libertades políticas se está encogiendo, la vulnerabilidad, especialmente la de los activistas individuales, está creciendo al mismo ritmo. Alguien, al final de la sesión, aventuró la cifra de 40.000 personas encarceladas en el mundo por culpa de su activismo sólo en el último año. Nadie en la sala pareció pensar que esta cifra fuera una exageración.

#sexify

Muchas otras cuestiones fueron objeto de debate durante los intensos cinco días de la conferencia, desde la protección de activistas anti-corrupción, a la rendición de cuentas en la implementación de los Objetivos de Desarrollo Sostenible; desde la participación de la sociedad civil en los escenarios multilaterales, hasta la promoción del espacio cívico a través del Gobierno Abierto; desde el impulso a un movimiento de ciudadanos del mundo y su mapeo, al rol de la sociedad civil en sociedades en transición. Pero aparecían, aquí y allá, todo el tiempo, propuestas de “alianza global”, convirtiéndose ésta en la expresión de moda en la conferencia.

Una joven activista brasileña de Engajamundo, Raquel Rosenberg, hablando en el plenario final, propuso una nueva manera de superar la frustración compartida que están generando las grandes ONG bien establecidas (a las que pertenecían casi todos en la sala, yo diría) ante el hecho de que están ocupando todos los espacios de la sociedad civil. Y la manera en que propuso superar la frustración fue la siguiente: hay que #sexify los temas. Con esto quería decir que hay que hacerlos más atractivos, más amistosos, más “amables” para el mayor número de gente posible. “No veremos nuestros intereses representados por estos sistemas fracasados”, dijo. “Nuestra respuesta es la creación de relaciones personales verdaderas”. Sonó un poco a homenaje al movimiento “love” de los años 60 pero, en cualquier caso, significó una buena bocanada de aire fresco.

Probablemente fue que esta joven activista brasileña quien capturó mejor el espíritu de la conferencia, animando a los delegados a cambiar de actitud, si lo que realmente quieren es cambiar el mundo. “Tenemos que mostrar que somos parte de la solución, y no las víctimas”. Es este un mensaje que tiene especial resonancia en América Latina, y que suena muy familiar a muchos de los activistas de la sociedad civil colombiana asistentes a la conferencia, que han venido trabajando tan duro, y por tan largo tiempo, para acabar con su estúpida, absurda y criminal guerra.

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DemocraciaAbierta asistió a la Semana Internacional de la Sociedad Cicil 2016 gracias a un Media Fellowship de CIVICUS. A este artículo le seguirá una serie de entrevistas realizadas a líderes de la sociedad civil, que aistieron a la conferencia en Bogotá.

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