El FdT aún no tiene candidatos definidos y –si las negociaciones continúan siendo infructuosas para encontrar un candidato- se encamina a dirimirlos a través de elecciones primarias, una opción inusual para el peronismo, más acostumbrado a consensuar fórmulas vía la negociación de sus dirigentes. Massa, quien parece más cerca de serlo, es hoy el ministro de Economía y se dedica cada día a apagar incendios, sobre todo a evitar que se descontrole el valor del dólar blue (cotización del mercado informal). A ello se suma que las encuestas muestran como favoritos a los candidatos de la oposición. ¿Se encuentra el país a las puertas de una nueva alternancia en el poder?
¿Péndulo o tobogán?
Para algunos analistas, la sociedad argentina se mueve al modo de un péndulo: oscila entre elegir gobiernos peronistas y gobiernos liberales. Los primeros se orientan históricamente al mercado interno, al proteccionismo económico y a la distribución del ingreso, mientras que los segundos se inclinan por la desregulación de la economía y son más abiertamente promercado. Movimientos sociales y sindicatos por una parte, empresarios y grupos financieros internacionales por la otra, operan respectivamente como base de sustentación de cada bloque.
Si las encuestas aciertan en su pronóstico, desde el próximo 10 de diciembre Argentina refrendaría nuevamente su «bicoalicionismo»: dos bloques que reemplazaron el bipartidismo tradicional de peronistas y radicales. La llegada de un gobierno de otro signo político confirmaría también la tendencia regional por la cual (salvo en Paraguay) «pierden los oficialismos». Haber gobernado durante los aciagos tiempos de la pandemia podría explicar el poco éxito de las administraciones de turno al buscar revalidarse en las urnas.
A diferencia de lo sucedido durante los periodos de hegemonías largas, como la de Carlos Menem (1989-1999) y la de Néstor Kirchner y Cristina Fernández de Kirchner (2003-2015), la volatilidad del voto que se percibe desde 2015 redunda en que ninguna de las dos grandes coaliciones parezca capaz de implementar su programa, el cual termina bloqueado en las elecciones siguientes por el partido que está en la oposición.
Algo así como un loop de identidades negativas que se manifiesta en las urnas, para decirlo desde la innovadora conceptualización de las identidades políticas que propone el politólogo peruano Carlos Meléndez en su reciente libro The Post-Partisans: Anti-Partisans, Anti-Establishment Identifiers, and Apartisans in Latin America (Cambridge UP, 2022).
Esta alternancia en continuado podría encarnar un aggiornado «empate hegemónico», fórmula con la que Juan Carlos Portantiero describiera el escenario en la década de 1960, en el cual dos grandes bloques políticos obturaban los objetivos del adversario «pero sin recursos suficientes para imponer, de manera perdurable, los propios».
Sin embargo, la idea del péndulo político electoral o la replicación del «empate» de los 60 omite una tendencia constante de la estructura social argentina. Como marca el antropólogo Pablo Semán, si se comparan los indicadores socioeconómicos desde aquellos años hasta hoy, el derrotero del país, antes que la trayectoria de un péndulo, se parece más bien a la caída sin atenuantes de un tobogán.
Metamorfosis en el mundo del trabajo
Las transformaciones en la estructura social argentina tienen su centro de gravedad en el mundo del trabajo. La dictadura militar primero y la década neoliberal después disolvieron la matriz productiva que venía sustentando aquella sociedad de casi pleno empleo. La destrucción de los marcos de sentido y de sociabilidad que brindaba el mundo del trabajo formal abrió paso a una transformación profunda de los vínculos sociales, en un proceso de desafiliación partidaria y de desafección social que modeló una «sociedad excluyente», al decir de la socióloga Maristella Svampa en su libro que lleva ese nombre (Taurus, 2005).
La sociedad argentina reconocida décadas atrás por sus altos niveles de inclusión y por su capacidad de movilidad social ascendente mediante la acción redistributiva de un Estado fuerte parece ya cosa del pasado. Para el sociólogo Juan Carlos Torre, en las últimas décadas Argentina pasó de ser un país con pobres a ser un país con pobreza, instalada ahora como problema estructural.
La crisis de 2001 escenificó de manera dramática esa transformación. Las enormes masas de desocupados que dejaron las privatizaciones neoliberales se lanzaron al espacio público exigiendo trabajo y asistencia estatal. Despojados de los repertorios de protesta que ofrecía el mundo gremial del trabajo formal, lo hicieron sin más herramientas de acción colectiva que los cortes de rutas y de calles, los famosos «piquetes». Nació así el movimiento «piquetero», que dinamizó la protesta social en aquellos años de crisis. Estas organizaciones sociales, lejos de haberse disuelto, continuaron creciendo.
El desarrollo de los movimientos sociales durante estos últimos años da cuenta del devenir del mundo del trabajo y del peronismo como su espacio de referencia política «natural». Los gobiernos kirchneristas entre 2003 y 2015 lograron mejorar los índices de empleo y redujeron la pobreza. Sin embargo, un sector de la sociedad nunca pudo ser plenamente incluido y ha sobrevivido mediante estrategias de autoempleo en cooperativas de las organizaciones sociales, desde las cuales ha disputado subsidios estatales y generado emprendimientos productivos.
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