Dilan Cruz, Javier Ordóñez, Juliana Giraldo, Juan de Jesús Monroy Ayala, Luis Alexander Largo. Son algunas de las personas asesinadas recientemente en Colombia. En lo que va de año, se han producido más de 50 masacres y 200 personas han sido asesinadas. El mundo no puede guardar silencio.
Siguen las protestas masivas, pero, como se dice en Colombia, todo pasa y nada pasa. Eso es precisamente lo que hay que cambiar: que a las protestas en el país se sume la presión internacional para que la violencia y la injusticia dejen paso a la paz y la justicia social.
El movimiento Black Lives Matter en EE.UU. es una luz de esperanza que, a buen seguro, puede revitalizar la organización de base a nivel nacional e internacional. La Minga ha marchado por la justicia frente a las tendencias derivadas del colonialismo y la esclavitud que buscan criminalizar y estigmatizar la protesta social. Estas manifestaciones han dejado a su paso una ejemplar muestra de fuerza, voluntad y solidaridad que, no obstante, ha sido desconocida por el gobierno.
Las interconexiones entre los poderes estatales con empresarios, narcotraficantes, paramilitares y otros grupos al margen de la ley, con apoyo o silencio de los gobiernos y las empresas transnacionales, hacen de Colombia un país donde abundan las violaciones de los derechos humanos, la desigualdad y, especialmente, el desconocimiento de su gran diversidad cultural y medioambiental, su principal fuente de fortaleza.
Desde la perspectiva de los Estudios para la Paz, queremos resaltar algunos aspectos cotidianos de la vida en Colombia, como son la violencia directa, los conflictos estructurales y la agresividad comunicativa. Al tratarse de fenómenos interrelacionados, los hacedores de paz subrayan la necesidad de reducir la violencia física en combinación con el desarrollo de justicia económica y el reconocimiento de la diversidad.
Violencia armada
Los hacedores de paz y los líderes sociales y ambientales han sido las principales víctimas de la violencia. En perspectiva histórica, cabe recordar el conocido magnicidio del candidato presidencial Jorge Gaitán en 1948, quien había denunciado el inútil enfrentamiento de la población en nombre de las banderas de las élites nacionales. A partir de 1964, la violencia armada aumentó con el surgimiento y los enfrentamientos con el ejército y la policía de las guerrillas de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia-Ejército del Pueblo (FARC-EP) y el Ejército de Liberación Nacional (ELN). Como de costumbre, las bases de las fuerzas en lucha estaban conformadas por jóvenes humildes.
No faltaron negociaciones para la paz, si bien casi siempre terminaron en fracaso. El mayor referente histórico de éxito es el Acuerdo de Paz con la guerrilla Movimiento 19 de abril (M-19) en 1990, que, no sin dificultades, supuso su desmovilización, dejación de armas, reinserción social y conversión en partido político tras 20 años de actividad.
Más recientemente, en el escándalo de los “falsos positivos” entre 2002 y 2010, miembros del ejército asesinaron a 10.000 civiles, haciéndolos pasar por combatientes para mejorar estadísticas y así poder obtener ayuda militar de EE.UU., según encontró una investigación realizada por Omar Rojas, coronel retirado de la policía, que fue reportada por The Guardian. Esta cifra es tres veces superior a la que habían calculado las organizaciones de derechos humanos.
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