
Después de Venezuela, Nicaragua está protagonizando la segunda crisis migratoria en la región provocada por razones políticas y económicas.
Los más de 155 días de protestas contra el régimen de Daniel Ortega y su esposa Rosario Murillo reclamando su salida del poder han desatado una crisis sin precedentes: la migración de miles de nicaragüenses en lo que parece una consecuencia inevitable en esta ecuación de violencia, represión indiscriminada y contracción de la economía.
Según la Asociación Nicaragüense pro Derechos Humanos, se produjeron 448 muertos en los primeros 100 días de la crisis, y aunque las cifras oficiales son mucho más reducidas, lo cierto es que cerca del 20% de la población nicaragüense, calculada en 6.1 millones de habitantes, vive ya en el extranjero.
Esta importante diáspora no es nueva, ciertamente, tiene un largo recorrido histórico, pero en los últimos meses una nueva oleada de migrantes se está consolidando, con 200 solicitudes diarias de asilo en Costa Rica, según ACNUR. Desde que estalló la crisis en Managua se han recibido más de 23.000 solicitudes de asilo en Costa Rica.
Desde que estalló la crisis en Managua se han recibido más de 23.000 solicitudes de asilo en Costa Rica.
Los jóvenes son los que más están migrando
La represión de la protesta ha caído con todo su peso sobre los jóvenes, en su mayoría estudiantes y activistas que protagonizaron principalmente las movilizaciones, y que se han convertido en el blanco de grupos paramilitares que han resurgido a raíz de las protestas y operan a la sombra del gobierno de Ortega.
Son desgarradoras las historias de disparos y asesinatos por parte de encapuchados en motos que se han divulgado en las redes, cuya clara misión no es otra que silenciar e intimidar a los protagonistas de las movilizaciones en contra del régimen.
Además de Costa Rica, Panamá es el destino que más está acogiendo esta migración de jóvenes entre 16 y 25 años, que buscan mejores oportunidades para sobrevivir a la represión y a la falta de oportunidades. Así, es evidente la intención de silenciar o expulsar a aquellos jóvenes que osan levantarse contra del régimen de Ortega, mientras la ayuda internacional, como suele pasar en estos casos, sigue siendo lenta y se alarga en la etapa de búsqueda de consensos.
Pero los avisos de la Organización Internacional de las Migraciones (OIM) y de ACNUR no dejan lugar a dudas: estamos a las puertas de otra crisis migratoria potencialmente devastadora.
Son desgarradoras las historias de disparos y asesinatos por parte de encapuchados en motos que se han divulgado en las redes.
La xenofobia no se hace esperar
Una de las principales consecuencias de estas migraciones es la xenofobia que se desata al otro lado de las fronteras. En San José de Costa Rica, con gritos como el de ¡Fuera nicas! y la exigencia al presidente Carlos Alvarado Quesada de cerrar las puertas a los migrantes nicaragüenses, grupos asociados a ideologías de extrema derecha y barras bravas de fútbol encarnan el síntoma de cómo, si no se maneja la crisis, la migración masiva genera tensiones de exclusión y xenofobia en los puntos de destino.
Se trata de un efecto de xenofobia regional creciente que produce un efecto contagio, ya que en países como Brasil y Colombia proliferan grupos que rechazan agresivamente la migración venezolana, o Ecuador y Perú, que por temor al desbordamiento empiezan a intentar frenar la presión migratoria en sus fronteras.
Es un fenómeno de odio y potencial violencia que, si no se maneja políticamente, es extremadamente peligroso, y debe monitorearse para que no quede fuera de control. Ya se han identificado espirales de noticias falsas que señalaban que los nicaragüenses estaban recibiendo privilegios en Costa Rica, o que estaban quemando banderas de este país.
La xenofobia es fácilmente manipulable por parte de grupos con agendas agresivas, y tiene una gran facilidad para propagarse, aumentar la tensión y provocar la exclusión de los migrantes. La xenofobia da argumentos a los que buscan la represión y la “mano dura” contra el extranjero, algo tan querido por las fuerzas de tendencia autoritaria.
La xenofobia da argumentos a los que buscan la represión y la “mano dura” contra el extranjero, algo tan querido por las fuerzas de tendencia autoritaria.
La represión sigue expandiendo el miedo
Una de las consecuencias buscadas por la represión es provocar el miedo de los que no están conformes con el régimen, provocando que los ciudadanos se planteen la idea de migrar, como ocurre hoy en Nicaragua. Ante ejecuciones extrajudiciales, torturas, obstrucción a la atención médica, detenciones arbitrarias, secuestros y violencia sexual, que componen el universo de las denuncias que circulan todos los días en este país , la presión para salir es cada vez más intensa.
Nicaragua parece encontrarse en un callejón sin salida ante la negativa de Ortega, después de 11 años, de mantenerse en el poder a pesar de este estallido social y masivo rechazo a su gobierno.
Parecería como si hubiese aprendido la lección de su colega venezolano, Nicolás Maduro, que ante la ola de protestas desencadenó una represión sangrienta que trae como consecuencia la huída de todos aquellos inconformes, quedándose en el país con los ciudadanos afectos al régimen que, llamados a las urnas, siempre votarán por él.
Si el miedo y la represión no empiezan a menguar, la crisis migratoria no hará más que aumentar. Esta ola migratoria empieza ya a tener repercusiones importantes en la región, y no puede quedar confinada a un problema Centroamericano.
Si el miedo y la represión no empiezan a menguar, la crisis migratoria no hará más que aumentar.
La xenofobia creciente adquiere ya dimensión regional y empieza a generar perversas tendencias, entre las que la proliferación de discursos de odio incide muy negativamente la dinámica democrática en América Latina. Da alas a los partidarios de acciones autoritarias contrarias a la solidaridad que nuestros países deben tener con sus hermanos que huyen perseguidos políticamente, o simplemente empujados por el hambre, en busca de un rayo de esperanza y de futuro.
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