Por más de cinco décadas, los pueblos indígenas de Colombia resistieron el látigo de la guerra, negándose a abandonar sus tierras. Cuando por fin, en noviembre de 2016 los ecos del acuerdo paz llegaron hasta sus territorios, muchos pensaron que las balas y las bombas se habían alejado para siempre. Pero dos años después del acuerdo, la amenaza de exterminio, físico y cultural, no se detiene.
Así podría leerse el prefacio de la historia por la que atraviesa el Pueblo Siona, que se encuentra asentado en la puerta de la Amazonía colombiana, en los resguardos de Buenavista y Santa Cruz de Piñuña Blanco. Una vez salieron las tropas de las FARC de la zona, la guardia indígena del Pueblo Siona intentó ejercer el control territorial, como ocurrió en muchas regiones del país, para recuperar su cultura saturada de dolor. Pero a raíz de los enfrentamientos entre grupos legales e ilegales armados que pretenden intervenir en este territorio fronterizo de Colombia y Ecuador, el pueblo se ha quedado confinado sin posibilidad alguna de vivir sin miedo dentro de sus tierras.
La Corte Constitucional de Colombia ya había reconocido en el 2009 que el pueblo Siona está en riesgo de desaparecer. Frente a las nuevas amenazas, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) emitió una medida cautelar en el 2018 para que el Estado colombiano reforzara protecciones a los miembros de los resguardos.
Pero mucho de lo desarrollado hasta la fecha ha quedado como tinta muerta. Aún no hay avances ni en las solicitudes fundamentales, como la protección del derecho a la vida. El 8 de agosto de 2019, por ejemplo, el Estado colombiano intentó concertar las medidas cautelares con el pueblo. Los delegados de las instituciones estatales que asistieron a la reunión con las autoridades del pueblo no tenían poder de decisión para adquirir ciertos compromisos derivados de la decisión de la CIDH.
Mientras tanto, los líderes del pueblo han alertado un posible desplazamiento masivo, ante una situación que se agrava por la presencia de actores armados cerca de sus resguardos. El reclutamiento forzado, los campos minados en los territorios ancestrales y la imposición de normas por grupos armados, siguen reinando.