"Con perfecto derecho los españoles ejercen su dominio sobre estos bárbaros del Nuevo Mundo e islas adyacentes, los cuales en prudencia, ingenio y todo género de virtudes y humanos sentimientos son tan inferiores a los españoles como los niños a los adultos, las mujeres a los varones, como gentes crueles e inhumanos a muy mansos, exageradamente intemperantes a continentes y moderados, finalmente, estoy por decir cuanto los monos a los hombres". Así escribía en su “Tratado sobre las justas causas de la guerra contra los indios” el Fray Juan Ginés de Sepúlveda, un famoso cronista del siglo 16.
El mundo del que habla el Tratado desapareció hace mucho. Ya han pasado cerca de 500 años desde la conquista de las Américas. Sin embargo, las palabras del Fray Ginés perduraron, marcando profundamente la historia de mi país, Guatemala. En los siglos venideros, las élites promovieron la idea de una raza superior. Ya en el siglo 19 había surgido una frase que es de uso común hoy en día: “Mejorar la raza”. Una celebración de la ascendencia europea que al mismo tiempo deja un mensaje claro: mientras menos “indio”, mejor.
Y es que el Estado guatemalteco se tomó muy en serio esta frase. Por el resto de ese siglo y la primera mitad del siguiente, una distribución extremadamente desigual de riqueza, trabajo forzado y violencia patrocinada por el Estado fueron parte de la vida diaria de los pueblos indígenas. La opresión hizo que estallara el Conflicto Armado Interno, uno de los más longevos de toda América Latina, que resultó en 1.5 millones de desplazados internos y el genocidio indígena, con cerca de 200.000 víctimas.
Apologistas empedernidos y nacionalistas desinformados no dudarán en rebatir que estas tragedias son parte del ayer, de una época ya pasada. Dirán que desde la firma de los Acuerdos de Paz en los noventas, Guatemala se volvió un país de igualdad, donde el pobre es pobre porque quiere. Por el otro lado, activistas de derechos humanos se preocupan que el sistema que dio origen a estas tragedias nunca cambió, solo se adaptó.
¿Quién está en lo correcto? Considere lo siguiente: Al 2020, hay un aproximado de 6,5 millones de personas que se autoidentifican como indígenas en Guatemala. El 79% vive en pobreza (el doble de pobres no-indígenas o “ladinos”), al menos 35% sufre de inseguridad alimentaria y, a pesar de esto, el gasto público para esta población es menos de la mitad que para las y los ladinos. De los 257.000 desplazados internos, 100.000 emigrantes anuales y aquellas madres e infantes con las tasas de mortalidad más altas de la región, la gran mayoría de las y los afectados son indígenas.
Todo esto antes de la Covid-19.
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