Tras el asesinato hace 3 años de Berta Cáceres, ganadora al premio Goldman, una especie de Premio Nobel medioambiental, la vida de un nuevo líder social en Centroamérica ha sido fulminada. Sergio Rojas, conocido dirigente de recuperación de tierras en Costa Rica, representante de la etnia bribri, perdió la vida en un nuevo asesinato. Al dirigente lo movía el amor por el territorio y su incesante lucha por protegerlo.
Su pérdida significa una nueva alarma para la difícil situación de las comunidades indígenas en Centroamérica, las cuales siguen siendo excluidas, empobrecidas, vulneradas en sus derechos, y nuevamente asesinadas por oscuros intereses económicos que históricamente han querido socavar sus territorios.
Debido a la inacción, inoperancia e incluso al racismo institucionalizado, las organizaciones ecologistas de Costa Rica han señalado que el Estado es responsable de este nuevo crimen de odio. El crimen de Sergio no puede quedar en la impunidad y debe ser investigado y llevado a la justicia cuanto antes.
El racismo institucionalizado
La desventaja histórica de los indígenas que representan una población autóctona inferior al 2.5% a la que pertenecía Sergio sigue latente en un país en donde son continuas las amenazas a estas comunidades, las usurpaciones a sus tierras, su exclusión y la homogeneización de sus culturas. Dado que una gran proporción de la población costarricense que pretende ser blanca, los indígenas han sido marginados a lugares periféricos y riesgosos. Además, este tipo de actos violentos evidencia como se intenta mantener a sus comunidades sistemáticamente aisladas del poder.