
Fuente: FMLN. Todos los derechos reservados.
Este artículo forma parte de la serie "Desigualdad persistente: el controvertido legado de la marea rosa en América Latina" producida en alianza con el Instituto de Estudios Latinoamericanos del Instituto de Sociología de la Freie Universität Berlin.
La noche del 15 de marzo de 2009, una marea colorada inundó una de las plazas más emblemáticas de San Salvador, el redondel Masferrer.
Miles y miles celebraban la victoria electoral de Mauricio Funes, el candidato del Frente Farabundo Martí para la liberación nacional (FMLN).
Las escenas eran de júbilo, lágrimas de alegrías, abrazos entre desconocidos. Todos unidos por la euforia de que por fin, después de 20 años de gobiernos del partido tradicional de derecha, ARENA, “la hora del cambio había llegado”.
El 1 de junio de ese año, Funes asumió oficialmente el liderazgo del primer gobierno de izquierda en El Salvador y pronunció una de sus frases más célebres: “Nosotros no tenemos el derecho de equivocarnos, repito, nosotros no tenemos el derecho de equivocarnos”.
Las expectativas eran grandes, la esperanza aún mayor. Cinco años después el FMLN volvió a ganar la presidencia. Lo logró ajustadamente en una segunda vuelta electoral.
Su candidato, Salvador Sanchez Cerén, un ex comandante guerrillero, obtuvo el 50.11% de los votos totales. En el 2018, a unos meses de la siguiente elección presidencial, la izquierda partidaria parece haber perdido la oportunidad de un tercer período.
Los resultados de una encuesta publicados el 31 de agosto pasado mostraron que en intención de voto el FMLN cayó hasta el tercer lugar. ¿Qué pasó en estos nueve años? ¿Por qué el FMLN dejó de ser la opción de la mayoría?
Algunos analistas dicen que, como ha pasado en otros países de Latinoamérica, es una vuelta a la derecha, que la población decepcionada por las promesas incumplidas del FMLN ha decidido dar de nuevo sus votos a ARENA. Sin embargo, los números desmienten estas aseveraciones.
El 4 de marzo de 2018 se celebró la elección de diputados y alcaldes para el período 2018-2021. Estos comicios fueron el indicador más claro, hasta entonces, de la decadencia de la izquierda salvadoreña.
El 4 de marzo de 2018 se celebró la elección de diputados y alcaldes para el período 2018-2021. Estos comicios fueron el indicador más claro, hasta entonces, de la decadencia de la izquierda salvadoreña.
De los 84 escaños posibles para diputados, el FMLN solo consiguió 23 -ocho menos de los que ganó en la elección para el período 2015-2018. Pero el dato más aplastante fue el total de votos recibidos.
El FMLN perdió al 44% de sus votantes con respecto a las elecciones legislativas del 2015. Sin embargo, esto no se tradujo en más votantes para el partido de derecha.
De hecho, los números muestran que el partido ARENA también experimentó, aunque leve, una disminución de votantes. Todos esos votos perdidos quedaron dentro del alto porcentaje de abstención, que rondó el 60%; pero también en el voto nulo. De acuerdo a datos del Tribunal Supremo Electoral (TSE), los votos nulos se triplicaron respecto a los comicios anteriores.
Entonces si no es una vuelta a la derecha ¿qué explica que la izquierda, en menos de una década, haya perdido a más del 40% de su electorado? Para entenderlo es necesario volver la vista al proceso que el FMLN siguió para llegar al poder en el 2009 y lo que hizo con ese poder en estos últimos nueve años.
La izquierda y los tropiezos con el poder
Entre 1994 y 2009 el rol del FMLN fue el de “la oposición". Desde ese lugar actuó como un frente de contención del gobierno. Pero también presenció reformas importantes como la privatización del sistema de pensiones, de la energía eléctrica y las telecomunicaciones a finales de los noventa.
Atestiguó la apertura de la económica al mercado globalizado a través de la atracción de inversión extranjera, cuya marca principal fueron los incentivos fiscales para capitales asiáticos y la instauración de maquilas textiles.
Así mismo, vio aumentar los flujos de migrantes hacia Estados Unidos y de las remesas hacia los hogares salvadoreños. También fue testigo del surgimiento del fenómeno que marcan la realidad salvadoreña actual: las pandillas.
A inicios del nuevo milenio, contempló impotente la dolarización de la economía y la inauguración de las políticas represivas de seguridad contra las pandillas.
En los ocho años que siguieron observó cómo la adopción del dólar no trajo lo prometido (mayor inversión nacional y extranjera, ventajas crediticias, ni fortalecimiento del sector bancario), cómo las políticas de seguridad recrudecieron la criminalidad y los homicidios por la violencia pandillera y cómo las medidas económicas de ARENA convirtieron a las remesas en la estrategia contra la pobreza, disminuyeron la capacidad de ahorro de los hogares y aumentaron el déficit fiscal.
En mayo el 2009, una encuesta del Instituto Universitario de Opinión Pública (IUDOP) reveló que los dos problemas principales identificados por la población eran la situación económica y la delincuencia. Grosso modo, este fue el país que Mauricio Funes y el FMLN recibieron cuando llegaron al poder y el que prometieron cambiar ¿Qué les impidió cumplir esas promesas?
El presidente del cambio, un presidente lleno de humo
La promesa principal de Mauricio Funes fue romper con la trayectoria de los 20 años anteriores de gobiernos de derecha. Una de sus primeras acciones en este sentido fue el fortalecimiento de la institucionalidad.
El presidente medió entre los partidos políticos para desatascar la elección de cinco magistrados propietarios que conformaron la Sala de lo Constitucional de la Corte Suprema de Justicia. Cuatro de los cinco magistrados eran juristas de diferentes visiones pero reconocidos por su capacidad profesional y ética. Con ellos se reforzó la independencia de poderes.
Sin embargo, al poco tiempo, cuando los magistrados comenzaron a emitir resoluciones desfavorables para los intereses del presidente y los partidos políticos, comenzó una cruzada contra la Sala para intentar maniatar a la Sala de lo constitucional.
No lo lograron, pero se generó un férreo y desgastante enfrentamiento público entre los poderes estatales hasta que los magistrados terminaron su período en agosto de 2018.
Funes hizo oídos sordos a sus propias palabras contra las prácticas clientelares y de tráfico de influencias. Poco a poco se revelaron sus maniobras para favorecer a familiares y conocidos con trabajo dentro del gobierno o con contratos millonarios por servicios.
Más adelante Funes hizo oídos sordos a sus propias palabras contra las prácticas clientelares y de tráfico de influencias. Poco a poco se revelaron sus maniobras para favorecer a familiares y conocidos con trabajo dentro del gobierno o con contratos millonarios por servicios.
Se convirtió, además, en enemigo de la transparencia. Durante su gobierno se negó a hablar con periodistas e incluso intentó paralizar la Ley de Acceso a Información Pública.
En noviembre de 2017, Mauricio Funes fue condenado por el delito de enriquecimiento ilícito. El proceso se llevó a cabo en ausencia porque logró huir a Nicaragua con ayuda del FMLN.
Funes es el tercer expresidente en ser procesado por algún tipo de delito de corrupción, después de Francisco Flores y Antonio Saca, ambos representantes de ARENA.
La apuesta económica: consumo y regresividad fiscal
Los datos del Banco Central de Reserva revelan que durante los gobiernos de ARENA y el FMLN la gran apuesta económica para el ciudadano común fue muy parecida. ARENA procuró el aumento del consumo amparado en la deuda pública.
El FMLN, como señala Melisa Salgado, intentó de nuevo una redistribución enfocada en el consumo, pero esta vez amparada en la regresividad fiscal.
El gobierno siguió con las transferencias condicionadas a las familias de escasos recursos y no aumentó el IVA, al mismo tiempo que puso impuestos - a los que llamó “aportaciones especiales” - a productos como la gasolina y las telecomunicaciones. Una apuesta que no tocó a los grandes capitales, pero sí a la clase media y trabajadora.
Los resultados no han sido muy alentadores. El crecimiento económico apenas alcanzó el 2.5% en el 2016, el más alto en los últimos siete años, pero el más bajo entre los países de Centroamérica. Lo que sí aumentó fue la deuda pública que, desde 2009, ha ascendido a casi el 60% del PIB.
De acuerdo a Carlos Acevedo, expresidente del Banco Central de Reserva durante el primer mandato del FMLN, El Salvador necesita crecer por lo menos 3% o 4% por año, y reducir el déficit fiscal a menos del 2% del PIB, para evitar llegar a una desdolarización.
Sin embargo, a nueve años de gobierno y con la perspectiva de una derrota electoral, las propuestas del FMLN han variado poco de dirección. La última ha sido una iniciativa de ley conocida como Ley de Zonas Económicas Especiales (ZEE) que tiene casi seguridad de ser aprobada.
Con esta legislación se dará luz verde a la creación de zonas francas en algunos municipios costeros de El Salvador. La idea principal es atraer inversión con incentivos fiscales y regulación propias. Algo muy parecido a las políticas de apertura al mercado global y atracción de inversiones de finales de la década de 1990.
Pese a esto, los datos de la CEPAL muestran que El Salvador ha logrado avances en términos de la lucha contra la desigualdad en la última década. Actualmente se encuentra entre los cinco países con menor desigualdad en América Latina, de acuerdo al Coeficiente de Gini (0.408 al 2017).
Sin embargo, es necesario apuntar que en esa reducción en la brecha de desigualdad debe tomarse en cuenta el papel que juegan las remesas, las cuales representan alrededor del 16% del Producto Interno Bruto. En los últimos 20 años esta entrada de dinero se ha convertido en la herramienta más fuerte contra la pobreza y desigualdad.
Habrá que esperar los efectos de la suspensión del Estatus de Protección Temporal (TPS) en Estados Unidos que probablemente obligará a muchos migrantes a retornar al país.
Respecto al gasto social, pese a ser una de las principales promesas en ambos períodos del FMLN, en la práctica han tenido la menor prioridad. Un ejemplo de esto es la educación.
Ya como presidente, Sánchez Cerén prometió un incremento presupuestario a este sector hasta llegar al 6% del presupuesto nacional. Eso nunca pasó. Cuando ARENA perdió el poder, el presupuesto del Ministerio de Educación era del 3.4% del PIB. Para el 2016, apenas había subido a 3.47%.
La guerra contra las pandillas
El Salvador sigue siendo uno de los países más violentos del mundo. Una de las causas, quizá la más importante, es la violencia de pandillas, misma que ha causado un enorme éxodo de salvadoreños.
A puertas cerradas negoció con los jefes e las pandillas, les ofreció beneficios penitenciarios a cambio de reducir los homicidios. Este acuerdo, conocido como “La Tregua”, surtió efectos casi inmediatos. En los primeros tres meses, los homicidios se redujeron casi a la mitad.
Hasta la fecha el gobierno del FMLN no ha reconocido este fenómeno. Sin embargo, solo en México, desde el 2013, las solicitudes de refugio por persecución de pandillas se han cuadriplicado.
La apuesta del FMLN siguió la de sus predecesores de ARENA: la mano dura y la confrontación directa. Aunque es necesario mencionar que en el 2012 el gobierno intentó un camino diferente.
A puertas cerradas negoció con los jefes e las pandillas, les ofreció beneficios penitenciarios a cambio de reducir los homicidios. Este acuerdo, conocido como “La Tregua”, surtió efectos casi inmediatos. En los primeros tres meses, los homicidios se redujeron casi a la mitad.
El periódico digital elfaro.net descubrió el pacto y lo hizo público. El acuerdo eventualmente se rompió y los homicidios experimentaron un alza abrupta.
Pero uno de sus efectos permaneció: las pandillas se convirtieron en actores políticos legítimos al ostentar públicamente que compartían con el Estado el monopolio de la violencia.
Con la llegada de Sánchez Cerén al poder en el 2014 cualquier intento de diálogo quedó enterrado. El enfrentamiento directo a las pandillas se posicionó como la estrategia principal.
De esta manera, los cuerpos de seguridad del estado, el ejercito y la Policía Nacional Civil (PNC), ingresaron al circulo de venganzas que nutre a las pandillas “Matas a uno de los míos, yo mato a uno de los tuyos”.
Un conflicto que antes era exclusivamente entre estos grupos, se convirtió también en uno entre estado y pandillas.
Por supuesto esto no ha sido resultado exclusivo de los gobiernos de izquierda, sino de la conjunción entre los mandatos de ARENA y el FMLN que apostaron casi exclusivamente a las medidas represivas.
La consecuencia más devastadora de este proceso es que la PNC, uno de los baluartes de los acuerdos de paz, es hoy en día un cuerpo policial con prácticas extrajudiciales de ajusticiamiento, exterminio y desaparición de personas.
La eterna cúpula partidaria
Uno de los reclamos más fuertes de las bases al FMLN es la falta de cambio de dirigencia del partido. La cúpula del FMLN, conocida como la Comisión Política, ha estado presidida por Medardo González desde hace 13 años.
Fue bajo la dirigencia de González que se eliminaron las elecciones internas en el partido y se apostó por confiar el rumbo a representantes tradicionales de la ex-guerrilla y leales al partido.
Bajo esta premisa, se ha logrado mantener neutralizado cualquier cuestionamiento e intento de cambio en la estructura. Las nuevas voces, y mucho más las disidentes, están prácticamente vetadas.
Una de esas fue la de Nayib Bukele un joven miembro del partido que se dio a conocer como alcalde del municipio de Nuevo Cuscatlán en el 2012 y que en 2015 ganó para el FMLN la alcaldía de San Salvador.
Con un fuerte uso de las redes sociales, se ha hecho sumamente popular por su confrontación directa con los grandes medios de comunicación, con el sistema de justicia y con el propio FMLN.
Su figura no ha estado exenta de polémica. Se le ha acusado de ser la cabeza de una red de trolles, de reproducir prácticas de nepotismo y de obstruir la libertad de expresión.. En 2017, Bukele fue expulsado del FMLN.
A su destierro se le adjudica parte del declive del partido en las elecciones pasadas. La aspiración actual de Bukele es competir para la presidencia en las elecciones del 2019. Lo hará como miembro del partido de derecha GANA, un partido minoritario en la asamblea legislativa y con varios de sus miembros señalados por corrupción.
Lo que algunos analistas auguraron se hizo realidad: la expulsión no solo debilitaría al FMLN, sino que terminaría por romper el bipartidismo imperante en El Salvador. A 31 de agosto de 2018, Bukele y Gana lideraban la intención de voto.
Una izquierda más a la derecha
La decepción más grande para los votantes tradicionales de izquierda es haber sido testigos, no solo de la falta de cambio, sino de un FMLN no tan distinto de su alter ego ARENA.
Después de dos periodos en el poder el partido de izquierda ya no parece una alternativa. Eso catapultó de nuevo a la derecha hacia el poder legislativo.
Pero también fue tierra fértil para el surgimiento de una tercera fuerza: Nayib Bukele, un político que por sí solo concentra actualmente la mayoría de la intención el voto.
Que este renegado de la izquierda partidaria sea el cambio que tanto ha esperado El Salvador, es difícil de asegurar. Sin embargo, su capacidad para romper con el bipartidismo tradicional representa una esperanza para que tanto ARENA como el FMLN se auto-cuestionen y renueven como partidos políticos.
Mientras tanto, la consecuencia más grave del declive del FMLN es que no solo está a punto de perder el poder, sino que, de hacerlo, entregará un país distinto al que recibió: con una institucionalidad aún más debilitada, con una deuda casi insostenible, con las mayorías aún más olvidadas y con un país desesperanzado y aburrido de la clase política.
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