
Cientos de activistas independentistas se manifiestan durante la huelga general en Barcelona el 3 de octubre de 2017. Miquel Llop / NurPhoto / Sipa USA / PA Images. Todos los derechos reservados.
En España existen dos grandes áreas metropolitanas: Barcelona y Madrid. Mientras Madrid, con 6,5 millones de habitantes, se sitúa en tercer lugar en Europa, después de Londres y París, Barcelona se encuentra en el sexto lugar, con cerca de cinco millones. Las dos son capitales globales y compiten fundamentalmente en una dimensión europea e internacional, aunque las tensiones entre ambas también puede contribuir a impulsar el conflicto político-territorial existente actualmente en España.
Ambas forman parte de un grupo reducido de ciudades, no más de una docena en Europa, donde circulan recursos e información a gran velocidad, en un juego de dimensiones planetarias. En este sentido, no existe tanto una competencia directa entre Madrid y Barcelona, sino que ambas ciudades compiten en la misma liga, cada una con sus fortalezas y debilidades.
No obstante, no se puede entender el conflicto actual entre Cataluña y España sin comprender que, en el marco de la globalización, son sus grandes áreas metropolitanas las que concentran el protagonismo y acumulan casi todos los recursos vinculados al crecimiento y el poder. Por esta razón, una lectura del conflicto territorial en España necesita incorporar esta dimensión, para evitar caer en una interpretación anticuada del conflicto político.
Una competencia asimétrica
Hay que entender que una gran área metropolitana es un nodo de primer nivel en el mundo globalizado, que extrae recursos de su entorno próximo, a la vez que también los distribuye. Por lo que requiere de una articulación política, que normalmente se desarrolla reciclando los modelos estatales tradicionales surgidos en el siglo XIX, aunque con algunas transformaciones importantes.
Como es obvio, si este reciclaje estatal no se desarrolla de forma fluida, adoptando nuevas funciones que permitan interconectar con otras áreas y territorios, puede resentirse el desarrollo de un área metropolitana y su posición global, aunque también depende de cuáles sean sus ventajas competitivas, evidentemente. Las ciudades globales necesitan de los estados, de hecho, necesitan hacerlos suyos. Un estado puede servir a un área metropolitana solamente, convertida en ciudad global, como muestran los casos de París o Londres, o a más de una, como observamos en Italia o Alemania. Lógicamente, si se reparten los apoyos, la capacidad y proyección de las ciudades globales no alcanza las mismas proporciones, como lo muestran los casos de Milán y Roma, o Berlín y Frankfurt; por cierto, ciudades pertenecientes a dos estados relativamente recientes, formados apenas en el siglo XIX.
Sin entrar en revisiones históricas, y a riesgo de simplificar demasiado, podemos señalar que las tensiones entre Barcelona y Madrid en las últimas décadas, y más especialmente a partir de la gran crisis económica iniciada en el año 2008, contienen un elemento de disputa sobre el papel del estado en su apoyo a la construcción de ciudades globales. Desde Barcelona, sus élites económicas, culturales y sociales perciben que no cuentan con suficiente apoyo del Estado, ya que éste concentra mucho de su apoyo para convertir Madrid en una ciudad global, puesto su modelo es un Estado con una única ciudad global, con la mayor proyección y peso económico posible.
Desde Madrid, muchas de sus élites políticas y económicas perciben Barcelona como algo ajeno a su Estado.
Por otra parte, desde Madrid, muchas de sus élites políticas y económicas perciben Barcelona como algo ajeno a su Estado, y en todo caso, consideran que su posicionamiento global debería estar supeditado a los objetivos de impulsar una gran ciudad global en España. A diferencia de Italia o Alemania, el Estado español ha apostado por su ciudad global, o bien en otros términos, las élites madrileñas han capturado a su Estado.
Como se hace patente, este es un conflicto entre las élites de dos ciudades globales, situadas en Europa, que comparte un estado, aunque una de ellas lo haya absorbido para propulsar su propio desarrollo en el ámbito global. No puede extrañar, por ello, que las élites de la otra ciudad global consideren la idea de construir un estado propio. La conciencia de tal necesidad es una diferencia fundamental en las posiciones políticas de los últimos años de buena parte de las élites catalanas, en comparación con sus posiciones mayoritarias a lo largo de los dos siglos anteriores, cuando en ningún momento anterior reivindicaron masivamente un estado propio.
Esta ambición se formula a menudo a través de discursos nacionalistas, aunque también en algunos casos coexiste con argumentos cosmopolitas, y también se debate sobre inversiones o la distribución de recursos fiscales. Sin embargo, en muchos de ellos aparece una tensión común, la ausencia de un estado capaz de apoyar y mantener la posición de Barcelona y su territorio de influencia como una ciudad global.
Sin entrar a discutir a fondo sobre la configuración actual del Estado español, sí cabe señalar su fuerte debilidad en términos de conocimientos y capacidades especializadas: sistemas de reclutamiento anticuados e ineficientes en muchos ámbitos, modelos organizativos completamente desfasados, cuerpos de funcionarios en constante lucha interna y fuertemente corporativos, han generado en su conjunto un Estado débil para actuar en un entorno globalizado. Con grandes dificultades para ejercer un liderazgo en temas territoriales, se mantiene muy dependiente de los grandes grupos empresariales que han hecho de Madrid su capital global. Esta interpenetración entre unos campeones nacionales – a los que el Estado ayudó, y mucho, en su expansión global – y el propio Estado se ha consolidado progresivamente en el contexto de la globalización, contribuyendo a mantener y proyectar su ciudad global.
¿Un Estado con diversas ciudades globales?
Es difícil pensar de qué modo puede revertirse este modelo, y que el Estado español acepte un modelo de Estado con diversas ciudades globales, o por lo menos dos de ellas, pasando a un formato de neutralidad territorial. Ejemplos en Europa existen, pero las dificultades para su transformación son muy elevadas, dados los condicionamientos históricos y sociales existentes.
De hecho, podríamos entender los esfuerzos de reforma del Estatut catalán de 2006 y las reclamaciones de un pacto fiscal en Cataluña a principios de los 2010s, como un esfuerzo de un sector importante de las élites políticas y económicas catalanas para establecer arreglos negociados, esperando absorber algunos recursos y capacidades del Estado español para impulsar Barcelona y su entorno territorial, que fuera compatible con el apoyo a Madrid como ciudad global.
Otros compromisos y percepciones divergentes impidieron culminar estos acuerdos, disparando la búsqueda de otras alternativas, hasta entonces descartadas por su mayor riesgo. Además, en estos años, el avance de la globalización y la profundización del mercado único en Europa también facilitaban considerar escenarios distintos a los tradicionales. Así, una buena parte de las elites catalanas empezaron a descartar la idea de un Estado con diversas ciudades globales.
Algo más a tener en cuenta…
Una batalla entre las élites de dos ciudades globales, favorecidas de forma muy asimétrica por un mismo Estado, puede llegar a ser muy cruenta, pero ello no deja de ser una explicación limitada para entender el conflicto social y político generado entre España y Cataluña en los últimos años. Esta es una explicación necesaria, ya que no podemos seguir pensando en el papel del Estado en el territorio como si estuviéramos a principios del siglo XX, pero tampoco es suficiente para explicar la capacidad de movilización alcanzada y la intensidad de los sentimientos despertados. Hay algo más.
La globalización no sólo ha generado el fenómeno de las ciudades globales, sino también ha generado cambios profundos en la distribución de rentas entre distintos sectores sociales, así como en el acceso a puestos de trabajo bien remunerados. Básicamente, siguiendo los estudios de Branko Milanovic y otros analistas, sabemos con seguridad que entre los sectores de población perdedores de la globalización se encuentran distintos segmentos de las clases medias y de trabajadores cualificados de los países desarrollados.
Los motivos de este empobrecimiento relativo están relacionados con la competencia global que permiten los acuerdos comerciales y la difusión de nuevas tecnologías, y sus consecuencias políticas empiezan a ser evidentes en los últimos años. Sucesos como la reciente elección de Trump en los Estados Unidos, o el resultado favorable al Brexit en el referéndum efectuado en el Reino Unido en 2016 se encuentran en algún modo relacionados con este proceso de empobrecimiento relativo de sectores sociales en los países desarrollados, en la medida que discursos orientados a frenar la globalización y volver a los modelos de mercados protegidos por los estados se percibe crecientemente como una opción política.
En España, y en Cataluña, estos movimientos se encuentran también presentes. No en forma de movimientos de extrema derecha, por suerte, como ocurre en Francia o en Alemania, pero sí de forma soterrada en numerosos comportamientos políticos, condicionando estrategias políticas o facilitando múltiples movilizaciones sociales. No podemos analizar en detalle el impacto político de estos cambios sociales en España, pero sí es posible destacar algunos aspectos muy visibles.
Cataluña también estaba invitada a formar parte de este pacto territorial, pero el peso y la visibilidad de su ciudad global desestabilizó la ecuación.
Un elemento central es el mantenimiento de las prestaciones clásicas del Estado del bienestar, centradas en la distribución de recursos de forma pasiva a numerosos colectivos sociales afectados por los cambios económicos, directos o indirectos, fruto de la globalización, que son especialmente intensos en algunas zonas del país. Hasta cierto punto, el mantenimiento de políticas sociales ampliamente extendidas en el territorio ha permitido legitimar el apoyo a las elites cosmopolitas y su ciudad global.
Simplificando mucho, podríamos señalar dos grandes grupos. Por un lado, diversas generaciones de trabajadores que se han beneficiados de carreras laborales relativamente estables y de los beneficios del estado de bienestar establecido en España durante los años ochenta por los gobiernos socialistas. Por otro lado, encontramos sectores profesionales y amplios colectivos jóvenes que apenas han disfrutado de las redes de protección del estado de bienestar, y cuyas perspectivas de estabilidad y progreso profesional son escasas. Ambos grupos comparten expectativas y frustraciones sobre el modelo político-económico español, apostando por distintas opciones políticas para evitar el desmantelamiento del estado del bienestar.
Cataluña también estaba invitada a formar parte de este pacto territorial, pero el peso y la visibilidad de su ciudad global desestabilizó la ecuación, así como su particular integración cultural y social, con discursos legitimadores distintos. En el caso de Cataluña se ha generado una alternativa adicional, que atrae a un amplio segmento del segundo grupo y, posiblemente, también a algunos colectivos perteneciente al primer grupo. Se trata de la opción por un Estado independiente en Cataluña.
Al margen de su plausibilidad como alternativa, estas percepciones alimentan fuertemente la movilización de amplios sectores perdedores – o potencialmente perdedores – de la globalización en Cataluña, que en los últimos años han experimentado reducciones salariales, ausencia de oportunidades o estancamiento profesional, o tal vez incluso su exclusión del mercado de trabajo.
Entre los atractivos de esta alternativa adicional se encuentran expectativas de conseguir mejores prestaciones sociales, gracias a que el nuevo Estado dispondrá, previsiblemente, de una mayor renta. También pueden existir mayores expectativas de crecimiento, percibiendo un modelo económico más sostenible, así como también expectativas difusas sobre las oportunidades que puede generar un nuevo Estado, incluyendo posibles carreras profesionales en el ámbito público.
Una coalición singular
El movimiento a favor de la independencia en Cataluña ha producido una coalición singular, en la que se integran los beneficiarios de la globalización, las élites cosmopolitas de una ciudad global, los afectados de la globalización, los sectores populares que pierden oportunidades en relación a generaciones anteriores y ven decrecer, o no les alcanza el apoyo del estado del bienestar.
Esta alianza, no tan visible en la política diaria en Cataluña, pero muy efectiva, se mantiene cohesionada por dos condiciones muy importantes. En primer lugar, por la percepción compartida de que se trata de un juego de suma mayor que cero, en que todos van a obtener beneficios. En segundo lugar, por la existencia de una percepción compartida de comunidad política, con un territorio bien definido, con elementos de identidad cultural ampliamente reconocidos, y un equilibrio entre territorio y ciudad global que no ha generado tensiones muy relevantes.
No ostante, las ciudades aún necesitan a los Estados.
Todo ello nos lleva a advertir que el movimiento independentista en Cataluña no es sólo un movimiento nacionalista, aunque mantiene un fuerte componente nacionalista, ni un movimiento basado en componentes irracionales, proponiendo la reivindicación de un pasado glorioso, sino que es una respuesta política más, en este caso con un fuerte componente estratégico de base territorial, a los desafíos que está generando la globalización, en particular en su actual fase multi-polar en el conjunto de países desarrollados.
La lucha por la supervivencia y el bienestar de las comunidades políticas en el norte desarrollado no ha hecho más que empezar, y aquí seguramente las ciudades globales y los mecanismos de integración regional tienen mucha más capacidad de adaptación que los Estados establecidos en Europa hace ya siglos – a no ser dispongan de una gran capacidad de innovación y transformación. No obstante, las ciudades aún necesitan a los Estados.
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