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La política de los sentimientos

Los sentimientos siempre han jugado un rol clave en política. En muchos sentidos, la política es el arte de la persuasión. English

Noam Titelman
13 marzo 2018
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Walter Benjamin, con gafas y mostacho, fotografiado con un grupo de amigos en los años 30 del siglo XX.

Presentamos un extracto del capítulo “Revisitando la política de los sentimientos”[1], publicado dentro del libro Juntos pero no revueltos. Santiago: Editorial Planeta (2018)

Los sentimientos siempre han jugado un rol clave en política. En muchos sentidos, la política es el arte de la persuasión: los argumentos que apelan a la razón solo pueden movilizar la voluntad en un nivel limitado.

Tanto en disputas masivas —una elección nacional— como locales —un sindicato organizando una huelga— se encontrarán complejas combinaciones de argumentos racionales y discursos sentimentales. Ningún político exitoso ha alcanzado su cometido meramente con fríos argumentos.

Sin embargo, hay motivos para creer que la importancia de los sentimientos en política ha alcanzado niveles raras veces vistos en la historia reciente. Dicho aumento en la relevancia sentimental en la política probablemente se deba a las cualidades que marcan a las nuevas generaciones.

Este texto busca mostrar, más allá de la valoración que se haga de esta generación, cómo esta ha modificado —y puede aún seguir modificando— el contexto cultural, de maneras que implican nuevos desafíos para aquellos que defendemos una visión progresista en la política.

Hay razones para creer que el contexto cultural actual incorpora importantes oportunidades para los proyectos de izquierda. Esto puede parecer paradójico pues una de sus características es una profunda inmersión en la cultura de consumo.

Sin embargo, al mismo tiempo, un aspecto central que marca nuestros tiempos, con amplias proyecciones al ámbito de la política, es el hambre por una conexión radical con el “otro”. En efecto, no deja de ser irónico que en momentos en que la sociedad parece haber alcanzado niveles de comunicación nunca antes vistos, gracias a los avances tecnológicos, la necesidad de interacción real solo ha aumentado.

La política del buenismo

(….)

El desafío que enfrenta un multiculturalismo, en su versión millenial, es complejo y lo obliga a hacer malabares para mantener un tenso balance entre un ideal de comprensión universal del “otro” junto a una radical diferenciación con ese mismo “otro”. Žižek cita el caso de Haití[2], como ejemplo de estas tensiones.

Cuando la joven nación adquirió su independencia, se vio imbuida tanto por una fuerte identidad negra —con la reciente emancipación de poblaciones esclavas que se preparaban para gobernar por primera vez—, como por los influjos liberales y universalistas de la Revolución francesa. El resultado se materializó en la Constitución de 1804 que, en primer lugar, definió a Haití como una república negra y, a reglón seguido, definió a todos sus habitantes como negros, sin importar el color de su piel.

Hay muchos motivos para el triunfo del brexit, entre ellos la incapacidad de la política tradicional de seducir a los jóvenes.

Un ejemplo de la relevancia creciente de los desafíos políticos que ha traído el multiculturalismo “buenista” es lo acontecido con el brexit. Hay muchos motivos para el triunfo del brexit, pero al menos uno de ellos tuvo que ver con la incapacidad de la política tradicional de seducir a los jóvenes.

Estos, a pesar de estar mayoritariamente en contra del aislacionista brexit, simplemente no fueron a votar ese día. La política tradicional no tuvo la nueva gramática necesaria para traducir el hambre de los jóvenes por conexión y apertura a la diversidad, con la expresión y la acción política propuesta.

En este ámbito, el caso del brexit contrasta con lo que Jeremy Corbyn logró en las elecciones generales del Reino Unido, donde la juventud votó en masa apoyándolo.

Nuevamente, hay muchas razones para esto, pero tal vez, el discurso vencedor de Corbyn, en el festival de Glastonbury[3], permita dar algunas luces de la capacidad para cautivar las nuevas generaciones y su potencial de movilización política.

En ese festival, Corbyn habló desde el escenario —en el que aparecieron íconos pop como Radiohead y Ed Sheeran—, pronunciando un discurso apabullante, con, al menos, tres grandes ideas:

  1. En primer lugar, la política sería algo cercano a todos o, como él lo definió, la política trataría del “día a día” de lo que se quiere para uno y para los demás. En esas reflexiones, se conectaba directamente con la “política de los sentimientos”.
  2. En segundo lugar, realizó un claro llamado multiculturalista, apelando a un vínculo universalista subyacente a la diversidad cultural. En sus palabras: un llamado a la cooperación, a pensar de modo similar, aunque sea en lenguas y religiones diferentes, para alcanzar la paz.
  3. Por último, apeló al “buenismo”, la idea de que es posible una conexión sublime y profunda con el otro, como motor principal de la acción. Idea que, en sus palabras, se presentaba en la máxima de que cada persona que se conoce es única, sabe algo que no sabemos y son fuente de inspiración.

Si bien el “buenismo” multicultural tiene un gran potencial de expresión política, también enfrenta serias dificultades para sostener proyectos políticos concretos.

Por ejemplo, aunque para algunos liberales progresistas sea difícil de aceptar, es perfectamente posible para un individuo británico sentir gran empatía con los inmigrantes y aun así apoyar al brexit si cree que el sustento de su familia o comunidad está en juego. En esa profunda dificultad de poder realmente “conocer la historia de un otro”, yacen algunos importantes elementos de crítica y crisis que enfrenta el multiculturalismo.

Lo políticamente correcto puede ser suficiente cuando lo que se busca es solamente tolerancia o coexistencia pacífica, pero parece perder cualquier sentido cuando lo anhelado es una conexión profunda con el “otro”.

En este sentido, hay algo que aprender y perfeccionar de la mencionada experiencia de Haití, desarrollando la noción de patriotismo inclusivo. Hay algunos ejemplos en esa línea, como la tesis nacional-popular de Iñigo Errejón de Podemos y en los orgullosamente franceses discursos de Jean-Luc Mélenchn (con Francia Insumisa) y Emmanuel Macron (con En Marcha).

El futuro de la política progresista parece ser patriótico y en disputa con la ultraderecha xenófoba por el concepto de Estado-nación. 

En estos casos la identidad del Estado nación se vincula con una comunidad que acoge la diversidad. Así, más allá de sus propuestas concretas, Podemos reconoce la diversidad nacional de España, a la vez que reivindica el sentimiento patriótico español.

Por su parte, Mélenchon y Macron reivindican el sentido de defensa de derechos humanos de la Unión Europea junto al sentimiento de orgullo nacional por la tradición republicana francesa.

El futuro de la política progresista, a pesar de varios progresistas, parece ser patriótico y en disputa con la ultraderecha xenofóbica por el concepto de Estado nación. Como Pablo Iglesias una vez planteó: la nación, por encima de todo, es nuestros hospitales, nuestras escuelas públicas[4].

La política de la indignación

La política de la indignación es capaz de movilizar partes importantes de la población en eventos de corta duración y alta intensidad. No es una fuerza que pueda empujar un proyecto de forma estable, pero es vital para entender momentos claves de cambio de escenario.

Básicamente, esta forma de políticas de los sentimientos puede resumirse con la noción de injusticia percibida, causada por alguien: alguien, en alguna parte, está teniendo una fiesta a la que no fuimos invitados —o a costa nuestra—. No hay nada inherentemente de izquierda o progresista en este sentimiento.

De hecho, en los últimos años se ha visto el surgimiento de movimientos de ultraderecha que se han nutrido de él. Esta es una explosión de energía que puede disparar en cualquier dirección.

Así, por ejemplo, se podría hacer la distinción entre dos tipos de políticas de la indignación: una hacia arriba (por ejemplo, contra el 1% más rico), y una hacia abajo (por ejemplo, contra los inmigrantes).

Allí donde el penúltimo se ve obligado a pelear con el último emerge la ultraderecha populista.

En el último tiempo esta forma de política de los sentimientos ha adquirido mayor relevancia por una serie de acontecimientos históricos que la han puesto en el centro del debate:

A partir de los noventa, comenzaron a hacerse hegemónicos los planteamientos de la tercera vía, que buscaron ignorar las luchas de clase, sustituyendo la noción de políticas de derecha e izquierda por políticas públicas correctas e incorrectas. Algunos empezaron a soñar con un “fin de la historia” en el que la discusión política se reduciría a la administración de intereses, sin proyectos ni horizontes de transformación radical.

Bajo la idea de instalar la política dentro de un consenso sin fronteras, parecía que los tradicionales partidos de la izquierda y centroizquierda conducían mejor la agenda de la derecha que los propios partidos de derecha. De este modo, terminaron fomentando un hipertrofiado mercado financiero hasta el colapso en 2008.

(…)

La debacle de los partidos de la tercera vía, abandonados por las clases medias y trabajadoras, ha facilitado la emergencia de una ultraderecha xenofóbica.

Esta se sostiene sobre la base del malestar de esas clases medias y trabajadoras que atraviesan la estrechez e inseguridad económicas, apuntando con el dedo a los migrantes, aun más pobres, como los responsables de sus dificultades. Allí donde el penúltimo se ve obligado a pelear con el último emerge la ultraderecha populista.

(…)

Y ahora, ¿qué puede hacer la izquierda ante este escenario? ¿Cómo resolver los daños que ha causado el libre flujo del poder financiero, sin caer en las cerrazones de fronteras y la política antiinmigración? ¿Cómo puede la izquierda responder al nacionalismo excluyente de Trump o del brexit?

Si desde la política del “buenismo” el aporte táctico para la izquierda es la noción de patriotismo inclusivo, en términos de la política de la indignación el aprendizaje es la profundización democrática, la importancia del tejido democrático a través del empoderamiento de los movimientos sociales.

Nuevamente, algo así puede expresarse en la campaña de Corbyn quien, en el discurso de Glastonbury, manifestó como temática central el número de jóvenes que en las recientes elecciones se había involucrado en política por primera vez, motivados por la indignación ante la denigración, y el hastío por ser una generación que iba a tener que pagar más para obtener menos en educación, salud, vivienda y pensiones.

A su vez, en su discurso de la indignación, a reglón seguido, aclara su dirección al apuntar el dedo hacia la injusticia de que tantos vivan en pobreza rodeados de tanta riqueza, y llamando a incorporar en la comunidad nacional a los inmigrantes europeos amenazados por el brexit.

Enfrentados con la creciente consolidación del nacionalismo xenofóbico, la alternativa de la izquierda es la de profundización democrática, reconociendo y empoderando a los movimientos sociales y la ciudadanía en general, en la disputa con aquellos pocos que se han enriquecido a costa de ellos.

Tanto Trump como Sanders tenían un mismo diagnóstico: una pequeña elite, cuyos intereses eran defendidos por líderes de la tercera vía en ambos partidos, había visto un aumento en sus riquezas como nunca antes, mientras las clases medias sufrían. La diferencia estuvo en la respuesta que daban a este diagnóstico. Mientras Trump apuntaba principalmente a los inmigrantes, Sanders reclamaba por una más justa distribución de las riquezas acaparadas por la elite.

Sin embargo, las políticas de la indignación tienen importantes limitaciones. Además de ser inherentemente fugaces, son un arma cargadas que puede disparar en cualquier dirección.

Como Walter Benjamin decía, en cada emergencia del fascismo existe una revolución fallida. Es fundamental que seamos capaces de construir más allá de la indignación, para asegurar que los frutos de nuestra construcción no sean más indignación, sino una democracia más sólida.  

La política de poder 

Las políticas del “buenismo” y de la indignación pueden parecer opuestas, pero, en realidad, están profundamente ligadas. Ambas son políticas de la excepcionalidad, del momento de estallido. Tienen poco que decir sobre los aspectos más “aburridos” de la política estable, pues son políticas del que se enfrenta al poder.

La izquierda todavía se ve entrampada en la falta de respuestas de cómo enfrentar el día después de ganar unas elecciones.

El verdadero opuesto, tanto a las políticas del “buenismo” como a la de la indignación es la política del poder. Y en estos tiempos de descrédito de la política como ejercicio de poder, existen motivos para rescatarla.

En la izquierda vivimos momentos de pocas certezas y varias preguntas. Quizás reconocer esto debiese ser uno los asuntos principales de afrontar. La falta de respuestas en la izquierda es especialmente clara en la pregunta por “el día después”.

Como Žižek ha manifestado, la izquierda puede haber superado algunas de sus tendencias a la marginalidad que marcaron los años noventa, pero todavía se ve entrampada en la falta de respuestas de cómo enfrentar el día después de ganar las elecciones.

(…)

Cuando algunos con cierta ingenuidad buscan atacar el adversario tildándolo de “partido del orden”, están cediendo la mitad de la batalla de antemano, regalando, sin ninguna razón, el atributo del orden. Lo cierto es que la república democrática y la ley son claves para el pobre.

Las luchas de reivindicaciones de los trabajadores, a lo largo de nuestra historia, se han plasmado en nuestras leyes, al igual como lo han hecho los demás derechos sociales que se han ganado. La ley al servicio de las mayorías es una de las armas más importantes en la lucha por una sociedad más democrática.

Como dice P. Iglesias, la ley está escrita con la sangre de las luchas sociales. Al poderoso le basta con el orden que impone la ley del más fuerte.

La defensa de la república democrática, como consolidación institucional de la voluntad popular, es también fundamental para evitar la piedra de tope con la que parecen haber tropezado varias iniciativas de cambio desde la izquierda en América Latina: el abandono progresivo de los principios republicanos de difuminación institucional del poder.

En una verdadera democracia republicana ningún privado, ya sea de una persona o un grupo de personas organizadas, debiese sentir que su proyecto político necesariamente se mantendrá en el tiempo. Solo el interés público tiene esa garantía. Lo que, por ejemplo, implica respetar la separación de poderes del Estado y los límites a la reelección.

Hay todavía tanto que defender de los valores de la modernidad y la Ilustración. Ante la nostalgia de la ultraderecha populista por un pasado idealizado y la obsesión de la tercera vía por la renovación sin cambio de fondo, nuestra propuesta debiese ser de progreso.

Debiéramos ser, en el sentido más completo del término, desarrollistas. Es decir, en lugar de la patria del mercado, la patria de la ciudadanía. Recomponer el sentido de patria como comunidad imaginada. No la con “P” mayúscula, no la idealizada y sacralizada, sino la concreta, la que se da en la organización y empoderamiento de la sociedad civil. La patria que  son nuestras escuelas, que son nuestros hospitales. La patria de la chilenización del cobre, la reforma agraria y la Ley General de Instrucción Primaria.

La patria que son los proyectos desarrollistas de generación de riqueza, mediante el fortalecimiento de la producción local, no protegiendo la industria local porque sí (o para asegurarle sus rentas), sino para exigirle que crezca y se fortalezca para salir a competir en condiciones dignas. En definitiva, esa patria del Estado garante de derechos y del Estado emprendedor que fue la patria del proyecto comunitario, más allá de la exacerbación identitaria tribal.

Al revés de lo que pretenden los conservadores de derecha y de la tercera vía, no hay contradicción entre más democracia y más orden republicano.

Los que han consolidado una democracia de baja intensidad, con una enorme concentración del poder, son en realidad los que han puesto en riesgo el orden republicano, incentivando el descontento y el desorden. El patriotismo inclusivo, una profunda democracia radical y una república que institucionalice la soberanía popular son algunas ideas en esta disputa.

El discurso de Corbyn concluye con una cita del poeta Percy Bysshe Shelley, de la Máscara de la Anaraquía: “Shake your chains to earth like dew, which in sleep had fallen on you: ye are many –they are few!”[5]. Este es, en definitiva, un llamado a imaginarse la superación de las cadenas de injusticia, apelando a la victoria de las mayorías.

Mucho se ha escrito sobre por qué varios proyectos de la izquierda han fallado. Y sí, hay mucho que decir sobre lo que hemos aprendido de nuestros fracasos. Pero, tal vez, ha llegado la hora de empezar a pensar sobre la posible victoria y qué significaría. Sin duda, es tiempo de repensar nuestras cómodas trincheras.

En tiempos dominados por las políticas de los sentimientos, aquellos que creemos en una forma más justa de organización de la sociedad, debemos caminar una delgada línea. Mientras reconocemos la importancia de los sentimientos, evitando la tentación del elitismo del desdén intelectual, debemos seguir defendiendo los valores de la república.

Hasta cierto punto, es un juego de números. Para que la izquierda pueda superar a sus adversarios requiere de alianzas amplias. Es por eso por lo que inteligentes combinaciones de políticas de “buenismo” e indignación, de discursos que apelan a las nuevas generaciones y a las clases trabajadoras tradicionales, son necesarias.

Construir esta amplia alianza parece ser uno de los desafíos principales de nuestros tiempos. El otro desafío es qué hacer el día después. La noción de recuperar y modernizar los valores de la república puede ayudar, pero es todavía una noción vaga. Es un gran desafío. Para allá vamos.

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[1] Este ensayo busca dar coherencia a una serie de reflexiones, publicadas en cinco columnas del autor, entre el 2016 y 2017. En este sentido, busca ser una condensación y relectura de estas. Todas las columnas fueron publicadas por el autor en el portal El Mostrador.  Una primera versión, en inglés, de este ensayo fue publicada en: https://www.opendemocracy.net/noam-titelman/politics-of-feelings.

[2] Para más detalle vea la presentación “Haiti Revolution and Napoleon” en página web (2017): https://www.youtube.com/watch?v=oizkRx_37zM

[3] En página web (2017): http://www.independent.co.uk/arts-entertainment/music/news/jeremy-corbyn-glastonbury-speech-read-full-pyramid-stage-crowd-size-a7806691.html

[4] Disponible en página web (2017): discurso cierre de campaña de Unidos Podemos, 24

de junio, 2016: https://www.youtube.com/watch?v=afextOHtmHY

[5]“Alzaos cual leones tras un breve sueño

Y en tal abundancia que sea invencible.

Liberad a la tierra de vuestras cadenas,

De este rocío que anoche os cayera.

Vosotros son muchos y pocos son ellos”.

 

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