Los defensores y académicos de la comunidad global de derechos humanos criticamos el aumento de los vecindarios amurallados alrededor del mundo, donde las élites se resguardan bajo la protección de guardias privados armados. Sin embargo, en nuestros propios debates parece que imitamos esta tendencia y, consciente o inconscientemente, pasamos mucho tiempo controlando la entrada a nuestro campo. Por ejemplo, en algunos sectores de la academia o del activismo hay esfuerzos continuos por levantar un muro entre los derechos humanos “fundamentales” y otros derechos (como los económicos y sociales). Esto ocurre a pesar de que movimientos sociales, ONG, cortes, tratados internacionales y teorías contemporáneas de la justicia hayan derrumbado ese muro, que fue construido en su mayoría por académicos y abogados del Norte Global.
De manera similar a lo que sucede con los vecindarios amurallados, los esfuerzos de control de la entrada se multiplican en tiempos de incertidumbre e inseguridad como los que está experimentando el campo de los derechos humanos hoy en día. Debido al efecto combinado de los cambios geopolíticos, sociales y tecnológicos, estamos participando en debates estratégicos e incluso existenciales como los que están llevándose a cabo en openGlobalRights. El “vecindario” de los derechos humanos está cambiando: los guardias tradicionales (gobiernos del Norte y ONG internacionales) ya no tienen el mismo poder que antes en un mundo cada vez más multipolar. La intrusión se ha vuelto la norma pues nuevos actores (desde activistas virtuales a ONG locales) eluden las puertas al forjar redes entre sí directamente. Y las fronteras mismas del campo (norte vs. sur, élite vs. base, legal vs. no legal) están siendo controvertidas
En este contexto, se necesitan esfuerzos para brindar algo de claridad en medio de la turbulencia. Así, las preguntas sobre las prioridades y el legalismo del movimiento de derechos humanos hechas por Emilie Hafner-Burton llegan a tiempo, particularmente porque está basadas en investigaciones empíricas. Sin embargo, las conclusiones que Hafner-Burton extrae de su análisis –que “debemos establecer más prioridades basadas en las posibles consecuencias del éxito,” lo que implica “priorizar algunos derechos y algunos lugares sobre otros”) son problemáticas, tanto empírica como estratégicamente.
Desde un punto de vista empírico, no están en sintonía con las transformaciones clave en el contexto en el que se lleva a cabo el trabajo de derechos humanos. La propuesta implica que hay un grupo de actores que establecen prioridades y, por tanto, hacen de guardias que determinan la agenda internacional de derechos humanos. Así, Hafner-Burton considera que los actores centrales son un número limitado de “estados guardianes” dispuestos a promover los derechos humanos alrededor del mundo a través de su política internacional. Los protagonistas (el “nosotros” de la propuesta) son esos estados y, probablemente, las ONG internacionales con acceso directo a ellos.
Si esta propuesta suena familiar es porque describe la manera predominante en la que se ha fijado tradicionalmente la agenda internacional de derechos humanos, con una influencia desproporcionada de Washington, Bruselas, Ginebra o Londres. Aun así, viendo hacia delante, ese escenario está cada vez más fuera de lugar con la creciente realidad de un mundo multipolar, un sistema de gobernanza global fragmentada y un movimiento de derechos humanos que es mucho más diverso y descentralizado que en décadas pasadas.
La presión centrífuga en este campo también llega por las tecnologías de la información y la comunicación, y la aparición de las “sociedades en red”. El establecimiento de prioridades y la planeación estratégica son tareas fundamentales en formas burocráticas de organización caracterizadas por estructuras jerárquicas y la toma de decisiones centralizada. Pero se vuelven menos relevantes y viables en las estructuras de red que los actores clave en el campo han adoptado cada vez más, desde los organismos intergubernamentales hasta los movimientos sociales transnacionales y las empresas multinacionales.
El efecto acumulado de estas transformaciones ha promovido las acciones descentralizadas a través de redes; también ha multiplicado el número de actores que usan el lenguaje y los valores de los derechos humanos y que han derrumbado los muros del barrio cerrado. Entre ellos están los grupos de base, los activistas en línea, las organizaciones religiosas, los centros de pensamiento, los colectivos de artistas, las organizaciones científicas, los cineastas y muchos otros individuos y organizaciones alrededor del mundo que se movilizan por los derechos humanos a través de nuevas tácticas como las campañas en línea, que han puesto presiones efectivas sobre estados y actores privados para que acaten los derechos humanos.
En este nuevo contexto, la propuesta de Hafner-Burton de “priorizar algunos derechos y lugares sobre otros”, si se toma como la receta del movimiento de derechos humanos como un todo, también es problemática desde un punto de vista estratégico. Primero, ¿quién establecería las prioridades en un campo tan plural y descentralizado? ¿Qué criterios o procedimientos se usarían para distinguir los derechos “fundamentales” de otros derechos, o para justificar la afirmación de Hafner-Burton de que “la discriminación con base en la orientación sexual o la identidad de género” es el tema “más grande y urgente” que necesita regulación internacional?
Segundo, aunque Hafner-Burton critica con razón la poca atención que se le ha dado a la implementación de las normas de derechos humanos (así como los costos de legitimidad asociados con tratados que se quedan en el papel), es igual de importante darse cuenta de que controlar la entrada al campo de los derechos humanos también acarrea costos. La pérdida de legitimidad es uno de ellos. Los vecindarios cerrados, por definición, operan con un doble estándar, uno para los residentes y otro para los demás. En un mundo cada vez más multipolar, la exención de los llamados “estados guardianes” al escrutinio internacional se ha vuelto un problema fundamental para la legitimidad de los derechos humanos. Con una confianza cada vez mayor, los países emergentes y otros estados del sur citan esta asimetría para desviar desvirtuar críticas a sus violaciones de derechos humanos y pedir exenciones similares. Esto es evidente, por ejemplo, para quienes participamos en una campaña en contra de los esfuerzos de varios estados latinoamericanos por debilitar los poderes del Sistema Interamericano de Derechos Humanos. Los estados señalan eficazmente el doble estándar de Estados Unidos, que exige cumplir las decisiones de la Comisión y la Corte Interamericanas, pero incumple la recomendación de la Comisión para cerrar Guantánamo y se niega a ratificar la Convención Americana de Derechos Humanos.
En suma, el llamado a fijar prioridades es importante a nivel de las organizaciones de derechos humanos (aunque incluso en esa escala sus resultados están lejos de ser claros, pues la probabilidad de éxito no es el único criterio relevante para la fijación de prioridades). Pero cuando lo extrapolamos al campo de derechos humanos como un todo (al “nosotros en la comunidad internacional de derechos humanos” del que escribe Hafner-Burton), esto es inviable e incluso contraproducente. Este campo es un ecosistema diverso, no una jerarquía, como he dicho antes.
El establecimiento de prioridades entonces debe ser una de muchas preguntas igualmente importantes: ¿Qué modos de colaboración entre diferentes tipos de actores (profesionales/no profesionales, del norte/del sur, nacionaoles/internacionales) puede conducir a acciones más efectivas? ¿Qué tipos de nuevas organizaciones y conexiones se deberían crear para fortalecer el ecosistema de derechos humanos como un todo? ¿Qué tipos de estrategias se necesitarían para combinar las fortalezas de la abogacía legal especializado, el conocimiento científico y las movilizaciones callejeras?
En un mundo complejo e interdependiente, nuestras preguntas deben estar informadas tanto por la biología como por la administración. Debemos gastar menos tiempo en vigilar las puertas y más en crear simbiosis.
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