
Mauricio Macri en 2015. Maxi Failla / AP/Press Association Images. All rights reserved.
Hace algunos años, a comienzos de los 90, el la Argentina un gobierno peronista empezó a aplicar un modelo que llamamos neoliberal, abiertamente contrario a los intereses de los trabajadores y trabajadoras.
Con desazón, comprobamos que el entonces presidente Carlos Saúl Menem se decidió a desmantelar el Estado, a privatizar y desnacionalizar las empresas públicas, capital social de todos los argentinos, a liberalizar y desregular la economía, a abrir las exportaciones hasta casi liquidar a la industria argentina y a pulverizar cientos de miles de puestos de trabajo. Ese volumen de desempleados permitió la degradación sistemática y progresiva del salario; como sabemos, el desempleo es el gran disciplinador laboral, ya que los trabajadores se ven forzados a aceptar condiciones precarias con tal de no perder su empleo. Se redujo drásticamente el poder de compra de los trabajadores activos y jubilados, empequeñeciendo irremediablemente el mercado interno.
Así nació una nueva y dolorosa era para quienes jamás habíamos visto a nuestros compatriotas durmiendo a la intemperie en las calles y en las plazas, comiendo de los montones de basura, viendo ante nuestros ojos cómo todo se desmoronaba. Así surgió otra clase en la Argentina, los “nuevos pobres”, personas de clase media que aun conservaban un techo pero ya no tenían con qué darles de comer a sus hijos.
Comenzaron entonces a proliferar ciudadanos y ciudadanas que no tenían trabajo, futuro ni visibilidad, carecían de representación política, social y gremial: los “excluidos”, que el gobierno trataba como una estadística. Mientras tanto, Argentina se endeudaba en el exterior, convirtiéndose en la alumna estrella del FMI. Los medios de prensa corporativos de Argentina y el mundo y las agencias internacionales de calificación de riesgo, definían los cambios -tal como sucede hoy- como una acertada y exitosa apertura y modernización de la economía. “Argentina vuelve al mundo”, proclamaban.
Los dirigentes sindicales no complacientes con estas transformaciones -entre ellos los grandes sindicatos del transporte- dimos batalla dentro de la Confederación General del Trabajo (CGT), tratamos de modificar la conducta de quienes nos recomendaban inacción y “prudencia’’. Nos separamos y formamos el Movimiento de los Trabajadores Argentinos, el MTA, que comenzó a dar la batalla de las ideas y a organizar la lucha en los sindicatos, a movilizar fuerzas en las calles, en el congreso, junto a otras organizaciones políticas y sindicales como la Central de Trabajadores Argentinos (CTA) y la Corriente Clasista y Combativa (CCC), y buscando la solidaridad internacional.
Cuando analizamos y estudiamos cómo fue posible que el presidente Menem lograse privatizar Aerolíneas Argentinas, los ferrocarriles, la flota fluvial, el sistema previsional y degradar los derechos laborales, la respuesta es clara: lo pudo hacer gracias a la complicidad de grandes sindicatos.
¿Cómo lo hizo? La respuesta también está clara: poniendo a su disposición el manejo de grandes sumas de dinero del sistema de Obras Sociales, que iban a parar directamente a los bolsillos de los dirigentes, sin ningún control. De quienes entonces se llamaron “los gordos”, más por el tamaño de sus ávidos bolsillos que por el de su abdomen.
El gobierno de Mauricio Macri, como hemos comprobado, está reconfigurando al Estado por decreto, sin respetar leyes, poderes ni ciudadanos.
En un brutal retroceso de las libertades individuales, se hacen “listas negras” como en la época de la dictadura, se persigue a los militantes políticos y se criminaliza la protesta social, llegando hasta a encarcelar a una emblemática dirigente social y a victimizar a niños. Se han hecho decenas de miles de despidos y un ajuste salvaje a los trabajadores por vía de la preanunciada devaluación y la inflación.
Mientras se libera del pago de impuestos a los grandes exportadores, se aplica un tarifazo a los impuestos sobre la electricidad del 500 % que no tiene antecedentes en el mundo entero; se desmantelan los controles y se liberan los precios de alimentos y medicamentos. Se ha elegido ajustar los salarios a los trabajadores para privilegiar el pago a los fondos buitre, un pequeño grupo de usureros que no se avino a la negociación soberana de la deuda pública, apostando por la especulación financiera.
Ahora, además, se pretende poner techo a las comisiones paritarias para negociar salarios a la baja y seguir asegurando la brutal trasferencia directa de ingresos del bolsillo de los trabajadores a los sectores del capital concentrado. En un país que estaba desendeudado -y por lo tanto libre de las presiones y condicionamientos del FMI- se está contrayendo deuda externa a toda velocidad, comprometiendo a varias generaciones de argentinos, ya que el pago de la deuda más sus intereses exigirá sacrificios crecientes a los que menos tienen.
No necesitamos ver lo que ha ocurrido en Grecia o en España para saber cómo terminan estas políticas, basta con recordar la explosión de la crisis que sufrimos los argentinos en el 2001 y que con tanto esfuerzo logramos remontar. Como consecuencia del endeudamiento externo llegamos a la miseria de las cuasimonedas, al trueque, al corralito.
En el desprecio por la cultura y la memoria histórica, donde había próceres en nuestro papel moneda ahora habrá animales, así como un perro se burla mirándonos sentado desde el sillón de Rivadavia. En el balcón desde donde el general Perón movilizó el protagonismo de los trabajadores organizados, donde Evita se despidió dejando su legado revolucionario, bailotea un presidente que hace llamar “grasa sobrante” a los trabajadores. Verdaderamente representa un “cambio”.
En definitiva, la hora presenta una encrucijada similar a la de los ‘90.
Macri ha ofrecido a los sindicatos, el mismo trueque de favores económicos que Menem: complicidad y silencio a cambio del manejo sin control de los fondos de las Obras Sociales. Que los dirigentes consientan los despidos masivos, cedan derechos y acepten salarios a la baja y endeudamiento a cambio de “ la caja”.
La dirigencia sindical leal a los intereses de los trabajadores cuestionará estas políticas y enfrentará al gobierno en los sindicatos, en las bases, en las calles, en el Congreso de la Nación, como lo hicimos antes.
Y habrá quienes repitan la historia de los ‘90 -esta vez como farsa-, entregando a los trabajadores por dádivas personales, y serán, también, juzgados por la historia, ya no como “gordos”, sino como traidores.
Esperemos que haya una dirigencia sindical que sepa comprender la gravedad y los peligros del momento actual, esté a la altura de sus responsabilidades y sepa honrar las mejores tradiciones de lucha y dignidad del movimiento obrero argentino.
Una version más larga de este artículo apareció en forma de “Carta abierta” en el diario Página 12
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