democraciaAbierta: Opinion

El mito feminista chavista

Parte del mito de Chávez, acelerado y alimentado después de su muerte como forma de preservar el poder en Venezuela, ha sido su supuesto feminismo

Andrea Paola Hernández
1 julio 2022, 10.57am

Una mujer cruza delante de un mural que representa a Simón Bolivar en la Isla Margarita, en el Caribe venezolano

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«Yo soy de los que creen que ustedes las mujeres son superiores a los hombres, soy feminista y creo que todo revolucionario debe serlo y creo que en la tarea de la liberación de los pueblos es fundamental la liberación de la mujer”, dijo Chávez en una conferencia de prensa en el 2006.

Fue la primera vez que utilizó la palabra “feminista” para describirse a sí mismo, introduciéndolo como una consecuencia más del socialismo: ser feminista era, afirmaba, ser inevitablemente anti-capitalista, y ser anti-capitalista es ser chavista.

Quince años después, el chavismo se ha apropiado de diversas narrativas que no son más que una fachada discursiva para obtener seguidores, inventar excusas o lucir bien, convirtiendo importantes y necesarias luchas sociales en propaganda.

El feminismo ha sido de las necesidades más abusadas de la política venezolana en mayor o menor medida según los objetivos de los partidos, pero el chavismo ha logrado que el imaginario venezolano sostenga la conexión feminismo-revolución-chavismo de forma sináptica, escondiendo el rechazo visceral hacia los cambios del estatus quo como “traumas” generados por el impacto del chavismo en nuestras vidas.

Como la imaginación de Nicolás Maduro no deja de sorprender, el 15 de junio de 2021 profesó que “fue Hugo Rafael Chávez Frías, que fundó el nuevo feminismo del mundo”, durante el acto del balance general de la Gran Misión Hogares de la Patria, una misión que ha perpetuado el cuidado del hogar como el lugar único y natural de las mujeres y solo de ellas al promover que se queden en casa a cambio de dinero estatal.

Esta no es la primera ni la última vez en la historia de nuestro país (o de ningún país) en el que la figura de la mujer ha sido instrumentalizada para beneficio político, ni difiere mucho de la situación en la que ya vivían las mujeres en 1936, cuando, después del fin de la dictadura gomecista, las mujeres comenzaron a organizarse para exigir derechos civiles que las reconocieran como ciudadanas, no sin oposición.

“A Acción Democrática le interesaba democratizar el poder político, y el voto femenino era una de sus estrategias”, afirma la historiadora Alejandra Martínez Cánchica sobre las luchas feministas locales y mundiales que llevaron a su aprobación en Venezuela en el año 1947, por reforma constitucional. Mientras los políticos afirmaban que las mujeres iban a votar por el partido que les concediera el voto, en los debates para la aprobación del voto universal, secreto y directo, asegura Martínez Cánchica, se afirmaba que la mujer sería influenciada por su esposo o por el cura de su iglesia sobre quién votar, considerándola un ciudadano de segunda incapaz de tomar decisiones propias e instrumentalizando sus derechos políticos.

Aunque la representación política siempre ha sido minoría, las mujeres forman parte de esa esfera desde mucho antes de la aparición del chavismo, incluyendo candidatas presidenciales como Ismenia Villalba e Irene Sáez, recordada por su corona de Miss Universo y no por su larga preparación política antes de ser alcaldesa y gobernadora. Y, aunque Chávez hablaba largo y tendido sobre los derechos de las comunidades marginadas durante su campaña, las mujeres eran solo una pieza más en su estrategia.

Una vez en el poder, las mujeres instrumentalizadas para hacer ver que el chavismo era inclusivo solo podían participar si seguían los lineamientos: Chávez, quien afirmó que hasta Jesucristo era chavista, venía como un salvador masculino, armado y violento, a salvar a las mujeres y obsequiarles sus derechos (no sin antes pedir algo a cambio). Sin él no lo hubiesen logrado, ni las representantes, ni los grupos feministas, ni las profesionales, ni las pobres ni nadie: el feminismo en Venezuela lo otorgó, como un milagro, un tirano asesino que golpeaba a su esposa.

Mientras la gente debate sobre si el feminismo es de izquierda, derecha, de comunistas o de liberales, los derechos de las mujeres se vulneran a diario en el país

Después de su victoria, su primer logro fue modificar la Constitución, alabada en toda la región como la más abierta, inclusiva y progresista de la historia moderna de América Latina. Casi una década después, daba pie a una deficiente pero novedosa Ley Orgánica sobre el derecho de la mujer a una vida libre de la violencia (LODMVLV).

Estas leyes podrían significar algo, por supuesto, si se cumplieran. Aunque una variedad de artículos fue incluida y el desdoblamiento de género --el “todos y todas”, que no es lo mismo que el lenguaje inclusivo-- se hizo presente en todas las comunicaciones gubernamentales, los avances no dieron para mucho más, y la Carta Magna de la nación que encabeza las listas de corrupción mundial quedó para venderse en kioskos en Capitolio, sin nadie que la lea o respete.

Ambas leyes, así como políticas públicas que vinieron más adelante reflejaban a la mujer dentro del marco ya existente de la familia: siempre madre, hija, esposa, nunca algo más allá de su vínculo filial. Esto marcará la pauta de cómo se seguirán viendo las mujeres en Venezuela hasta la actualidad, sin ningún cambio de parte del chavismo, cuyo líder regente ordena a las mujeres que “paran seis hijos para la patria”.

En el año 1995, Venezuela firma la Convención Belém do Pará creada por la Organización de Estados Americanos (OEA), el primer tratado internacional sobre derechos humanos que aborda específicamente a las mujeres, donde los estados se comprometen a reconocer las formas diferenciadas de violencia basada en género. En el 2007, siete meses después de que la LODMVLV entrara en vigencia, Linda Loaiza introduce su demanda al Estado venezolano ante la Corte Interamericana de Derechos Humanos, otro órgano de la OEA, por sus viciados procesos judiciales en el caso de violencia, secuestro, tortura, violación y homicidio frustrado que vivió Loaiza.

La Corte encontró al Estado culpable de negligencia once años después.

Mientras el feminismo es instrumentalizado como componente político, las mujeres se están muriendo. No, las están matando.

Mientras el feminismo es instrumentalizado como componente político, las mujeres se están muriendo. No, las están matando. Y mientras en redes la gente debate sobre si el feminismo es de izquierda, derecha, de comunistas o de liberales, los derechos de las mujeres se vulneran a diario en el país.

Diecinueve mujeres, incluyendo tres niñas, fueron asesinadas por motivos de género solo en julio de 2021, según la base de datos que levanta Uquira. El Ministerio del Poder Popular para la Mujer y la Igualdad de Género que Chávez fundó en el 2009 no le creyó a la sobreviviente de uno de los crímenes de violencia basada en género más terroríficos que se haya conocido en este país: después de que su novio la encerrara por 31 años en un apartamento sin luces, sin comida y siendo constantemente violada y golpeada, Morella logró escapar y caminar por toda la ciudad buscando el ministerio que sabía que existía porque lo escuchó en la radio, solo para encontrarse con dos funcionarias que no creyeron lo que contaba.

Por más de una década, no se han registrado cifras oficiales sobre muertes maternas, crímenes de odio, femicidios, crímenes sexuales o ningún otro dato que revele la innegable desigualdad del régimen chavista, que es un régimen patriarcal. El Código Penal, básicamente imperturbado desde el año 1926, señala en su artículo 436 que la interrupción involuntaria del embarazo es ilegal, con una mínima modificación en el 2006 en el caso de que un médico considere que el bebé o la mamá están en peligro, y aún afirmando que “las penas establecidas en los artículos precedentes se disminuirán (...) en el caso de que el autor [hombre] del aborto lo hubiere cometido por salvar su propio honor o la honra de su esposa, de su madre, de su descendiente, de su hermana o de su hija adoptiva.”

Parte del mito de Chávez, acelerado y alimentado después de su muerte como forma de preservar el poder, ha sido su supuesto feminismo, incluso publicando libros al respecto. Un tirano que no garantizó programas de educación integral de sexualidad ni el cumplimiento de las leyes contra la violencia de género, que llevó la falta de acceso a métodos anticonceptivos al 91%, que feminizó la pobreza mientras usó a las mujeres pobres como instrumentos de política social, es aún categorizado como el protector de las mujeres, discurso repetido por muchas activistas y académicas.

Con todo esto, no es de desconocimiento público que el chavismo no es feminista, pero afirmar que ser feminista es ser chavista (y viceversa) es una buena excusa para rechazarlo.

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