«Yo soy de los que creen que ustedes las mujeres son superiores a los hombres, soy feminista y creo que todo revolucionario debe serlo y creo que en la tarea de la liberación de los pueblos es fundamental la liberación de la mujer”, dijo Chávez en una conferencia de prensa en el 2006.
Fue la primera vez que utilizó la palabra “feminista” para describirse a sí mismo, introduciéndolo como una consecuencia más del socialismo: ser feminista era, afirmaba, ser inevitablemente anti-capitalista, y ser anti-capitalista es ser chavista.
Quince años después, el chavismo se ha apropiado de diversas narrativas que no son más que una fachada discursiva para obtener seguidores, inventar excusas o lucir bien, convirtiendo importantes y necesarias luchas sociales en propaganda.
El feminismo ha sido de las necesidades más abusadas de la política venezolana en mayor o menor medida según los objetivos de los partidos, pero el chavismo ha logrado que el imaginario venezolano sostenga la conexión feminismo-revolución-chavismo de forma sináptica, escondiendo el rechazo visceral hacia los cambios del estatus quo como “traumas” generados por el impacto del chavismo en nuestras vidas.
Como la imaginación de Nicolás Maduro no deja de sorprender, el 15 de junio de 2021 profesó que “fue Hugo Rafael Chávez Frías, que fundó el nuevo feminismo del mundo”, durante el acto del balance general de la Gran Misión Hogares de la Patria, una misión que ha perpetuado el cuidado del hogar como el lugar único y natural de las mujeres y solo de ellas al promover que se queden en casa a cambio de dinero estatal.
Esta no es la primera ni la última vez en la historia de nuestro país (o de ningún país) en el que la figura de la mujer ha sido instrumentalizada para beneficio político, ni difiere mucho de la situación en la que ya vivían las mujeres en 1936, cuando, después del fin de la dictadura gomecista, las mujeres comenzaron a organizarse para exigir derechos civiles que las reconocieran como ciudadanas, no sin oposición.
“A Acción Democrática le interesaba democratizar el poder político, y el voto femenino era una de sus estrategias”, afirma la historiadora Alejandra Martínez Cánchica sobre las luchas feministas locales y mundiales que llevaron a su aprobación en Venezuela en el año 1947, por reforma constitucional. Mientras los políticos afirmaban que las mujeres iban a votar por el partido que les concediera el voto, en los debates para la aprobación del voto universal, secreto y directo, asegura Martínez Cánchica, se afirmaba que la mujer sería influenciada por su esposo o por el cura de su iglesia sobre quién votar, considerándola un ciudadano de segunda incapaz de tomar decisiones propias e instrumentalizando sus derechos políticos.
Aunque la representación política siempre ha sido minoría, las mujeres forman parte de esa esfera desde mucho antes de la aparición del chavismo, incluyendo candidatas presidenciales como Ismenia Villalba e Irene Sáez, recordada por su corona de Miss Universo y no por su larga preparación política antes de ser alcaldesa y gobernadora. Y, aunque Chávez hablaba largo y tendido sobre los derechos de las comunidades marginadas durante su campaña, las mujeres eran solo una pieza más en su estrategia.
Una vez en el poder, las mujeres instrumentalizadas para hacer ver que el chavismo era inclusivo solo podían participar si seguían los lineamientos: Chávez, quien afirmó que hasta Jesucristo era chavista, venía como un salvador masculino, armado y violento, a salvar a las mujeres y obsequiarles sus derechos (no sin antes pedir algo a cambio). Sin él no lo hubiesen logrado, ni las representantes, ni los grupos feministas, ni las profesionales, ni las pobres ni nadie: el feminismo en Venezuela lo otorgó, como un milagro, un tirano asesino que golpeaba a su esposa.
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