
Plegarias, hambre y violación: la guerra ultraconservadora en México para ‘curar’ a la gente LGBTIQ
Sobrevivientes describen una variedad de tácticas de ‘terapia de conversión’ y de grupos que atacan a las personas LGBTIQ en México y relatan cómo se defienden de ellos. In English.

Cuando Erika Venadero tenía 15 años, asistió a un retiro que pensó la acercaría a Dios. Pero en realidad terminó cautiva, privada de alimentos y luego violada por hombres que le dijeron que debía sentirse agradecida pues ahora era “una mujer de verdad”.
Conocí el mes pasado a Venadero, ahora de 26 años, en Ciudad de México. Me contó que cuando comenzó a sentir atracción por las mujeres, a los 15, estaba confundida y se hacía muchas preguntas.
La homofobia era generalizada en su comunidad, y ella acudió a un amigo religioso de la familia en busca de guía. Él la inscribió entonces en lo que ella creyó sería un retiro espiritual.
Recuerda haber partido un viernes de noche del centro de Guadalajara, su ciudad natal en el oeste de México. Una camioneta van la trasladó junto a otros 14 adolescentes durante cuatro horas. Venadero era la única chica, y una de las únicas dos personas LGBTIQ en el grupo en el que predominaban varones jóvenes que habían pasado por abuso de drogas y alcohol y, en algunos casos, intentos de suicidio.
“Yo estaba ahí porque tenía muchas dudas, quería saber qué me pasaba”, contó Venadero. Ninguno de los pasajeros sabía a dónde se dirigían cuando la van llegó a destino. Ella recuerda una zona boscosa y montañosa que parecía muy alejada de cualquier área urbana. Seguía convencida que había llegado a un retiro espiritual.
Muy pronto descubrió que no era así. Apenas arribaron, los adolescentes fueron separados en tres grupos, despojados de sus pertenencias y enviados a dormir. Antes de que le quitaran su teléfono móvil, Venadero notó que no tenía señal.
Luego las cosas se pusieron peor: no les permitían ducharse, cambiarse de ropa ni estar solos. Tampoco les darían ningún alimento en los tres días que duró el retiro“La idea que tenían estas personas es que por ser lesbiana yo no era una mujer de verdad”, dijo. Ella y el otro adolescente LGBTIQ fueron aislados del grupo, y unos ‘consejeros’ les hicieron relatar sus actos y sentimientos ‘pecaminosos’.
Solamente se reunían con los demás jóvenes para ciertas actividades, como arrodillarse y exclamar que las personas homosexuales son desagradables, pecadoras y merecen arder en el infierno. Los consejeros les gritaban, culpando a sus padres por su sexualidad.
Venadero, joven, frágil y hambrienta, sintió el profundo impacto que le hicieron esas palabras. Ella misma comenzó a culparse a sí y a su madre y a su padre por ser gay.
Concluido el ‘retiro’, vino el ataque. “Cuando íbamos de regreso a Guadalajara me dejaron de última en la camioneta y se estacionaron cerca de mi casa; estas dos personas que iban adelante se pasaron para atrás y comenzaron a tocarme sin pedir permiso y a tomar turnos para abusar sexualmente de mí”, relató.
Los violadores “se justificaron” diciéndole: “Dale gracias a Dios que ahora sí eres una mujer”. Fue “como si estuvieran hablando de un ritual de iniciación”, recordó.
“Me dijeron ‘dale gracias a Dios que ahora sí eres una mujer’... fue como si estuvieran hablando de un ritual de iniciación”.
‘ECOSIG’ son las siglas que emplean los activistas por los derechos LGBTIQ de México al referirse a los esfuerzos para ‘corregir’ la orientación sexual e identidad de género y que incluyen desde retiros religiosos como el que le tocó a Venadero hasta terapias de conversión promovidas por especialistas en salud mental, padres que llevan a sus hijos presuntamente queer a tener encuentros con trabajadoras sexuales, o maestros que presionan a sus estudiantes con identidades disidentes para que se atengan a los roles de género convencionales.
El término, por tanto, alude a cualquier actividad para ‘corregir’ la orientación sexual o la identidad de género no convencional y no necesariamente implica religión o terapia.
Se trata de acciones diversas y con una larga historia en América Latina, pero los defensores de la causa LGBTIQ aseguran que están en pleno resurgimiento en un contexto marcado por el cada vez más visible lobby de grupos ultraconservadores y religiosos y por el estrecho lazo del actual gobierno mexicano con la iglesia evangélica.
Algunos sobrevivientes de los ECOSIG reclaman que se ponga fin a esas prácticas, incluso mediante legislación, aunque enfrentan una oposición firme y articulada.
Ninguna ley mexicana prohíbe las terapias de conversión, y lo mismo ocurre en la mayoría de los países, según un informe publicado esta semana por la organización defensora de los derechos LGBTIQ OutRight International.
Este reporte expone que las terapias de conversión son un fenómeno mundial. En América Latina, el contexto es un “movimiento populista contra la ‘ideología de género’” que está “ganando terreno” y amenaza las políticas públicas en favor de los derechos LGBTIQ y de las mujeres, señala el informe.
Apenas cuatro países prohíben en el plano nacional las terapias de conversión, dos de ellos latinoamericanos (Brasil y Ecuador), mientras Argentina y Uruguay tienen prohibiciones parciales.
Pero hacer cumplir tales prohibiciones donde existen también constituye un desafío. “Las leyes son importantes y ciertamente pueden ayudar”, dijo la autora del informe de OutRight, Amie Bishop, en una entrevista con openDemocracy. Pero esas prácticas pueden adoptar una gran variedad de formas y en definitiva son alentadas por “la transfobia y la homofobia social e internalizada” y por la idea de que “ser LGBTIQ es patológico, enfermizo e inaceptable”, dijo.
El estudio traza la historia y expansión de las prácticas de terapia de conversión, e incluye el rol jugado por movimientos ultraconservadores y de la derecha religiosa que están organizados y conectados internacionalmente.
La subdirectora de OutRight, Marija Sjödin, advirtió que estas prácticas podrían expandirse aún más en todo el mundo, como parte de la reacción global contra los derechos de la diversidad sexual, y consideró urgente ampliar la sensibilización sobre ellas y sobre el “daño irreparable” que pueden causar, “antes de que sea demasiado tarde”.
El contexto es un creciente y conservador “movimiento populista contra la ‘ideología de género’”.
En México, entre los promotores más prominentes de los programas de conversión se encuentra Nadia Carolina Mora Román, una psicóloga y activista del grupo cabildero Frente Nacional por la Familia, quien encabeza asimismo el Consejo Mexicano por las Familias, que publica contenido anti-LGBTIQ en línea, como un reciente video en el que se compara a las mujeres lesbianas con las que tienen desórdenes alimentarios.
Otro integrante del Frente Nacional es Everardo Martínez Macías, también psicólogo, que creó un negocio de las terapias de conversión, dirigiendo personalmente las sesiones y mediante la publicación de un libro en el que incluyó testimonios de 11 personas que aseguran haber sido ‘curadas’ de su homosexualidad por él.
El Frente Nacional se fundó en 2016, en respuesta a iniciativas del gobierno de legalizar el matrimonio igualitario e incluir formación sobre LGBTIQ en la currícula nacional de educación sexual. También se ha hecho oír en su oposición a iniciativas sobre el uso de uniformes neutros.
Esta organización tiene además nexos más allá de México. Es parte del movimiento latinoamericano ‘Con mis Hijos no te Metas’, que comenzó en 2016 en Perú para resistir la inclusión de la temática LGBTIQ en los contenidos de educación sexual en las escuelas. Este movimiento se ha extendido desde entonces mediante campañas similares sobre educación y uniformes escolares, aborto y matrimonio igualitario en México y en muchos otros países.
El presidente del Frente Nacional, Rodrigo Iván Cortés, encabeza también la rama internacional de la Red Familia y es el vicepresidente de Political Network for Values, que vincula a políticos y lobistas ultraconservadores de distintos países.
Delegados de estos grupos son invitados habituales a las cumbres anuales del Congreso Mundial de Familias (que México organizó en 2004), calificado en Estados Unidos como un ‘grupo de odio y anti-LGBTIQ’ y también conectado con la plataforma española CitizenGo.

En Veracruz, conocí en su salón de belleza a Jazziel Bustamante, una mujer trans que es también una sobreviviente de las prácticas ECOSIG.
En su adolescencia fue una activa integrante de la iglesia local y enseñaba a rezar a los niños pequeños, según me contó. A los 15 años empezó a probarse ropa femenina, aunque seguía presentándose en la iglesia como un muchacho. Fue entonces cuando uno de los voluntarios de la congregación la vio luciendo falda y maquillaje en una parada de autobús. Al día siguiente en la iglesia le exigieron que dejara de inmediato de dar catequesis .
Bustamante comenzó a experimentar resentimiento contra la iglesia católica, pero siguió buscando una guía espiritual. Por invitación de una amiga, se sumó a un grupo evangélico de estudio de la Biblia y se sintió feliz por un tiempo. Pero en el grupo no la aceptaban como mujer y le decían que debía vivir como hombre, tal “como Dios quiere”.
Durante un servicio religioso dominical, el pastor la llamó al frente e invitó al resto de la congregación a rezar por su alma.
Bustamante me relató que asistió a sesiones de plegarias como terapia de conversión una vez por semana durante varios meses. Ahora recuerda que “me gustó ser el centro de atención y que me tomaran en cuenta”, aunque también sintió miedo. “Obviamente, llega un momento en que te lo crees... Me llevó a sentirme muy culpable por ser trans”.
Padeció ataques de ansiedad y se cortó el pelo frente al espejo, “creyendo que así yo iba a sentirme bien como chico”. Al final dejó de asistir a las sesiones y “se me fue quitando un poco ese peso de la culpa”, aunque sus sentimientos de “pecado y culpabilidad” quedaron muy arraigados.
Sus sentimientos de “pecado y culpabilidad” quedaron muy arraigados.
El informe de OutRight International revela que dos tercios de quienes respondieron a su encuesta sobre terapias de conversión en todo el mundo dijeron haberse sentido ‘coaccionados’ a probarlas. Un tercio dijeron haber buscado tales terapias por sí mismos. Bishop, la autora del informe, cree que esto refleja una transfobia y homofobia profundamente internalizadas, que se manifiesta “cuando tu familia, tu fe y tu comunidad te están condenando”.
Por esta razón Bustamante unió fuerzas con otros activistas LGBTIQ para combatir las terapias de conversión por la vía de denunciarlas públicamente.
Lo que buscan es arrojar luz sobre los efectos psicológicos negativos que tienen sobre personas jóvenes y vulnerables, me dijo.
Iván Tagle, director del grupo Yaaj (palabra maya que significa amor) que hace campaña contra las prácticas ECOSIG, es otro sobreviviente. “Por supuesto que a los 15 años yo no quería ser homosexual. ¿Quién escoge una vida en la que se le va a discriminar?”, me dijo.
Tagle describió cómo creció adoctrinado por su religión, creyendo que “si eres homosexual te vas al infierno, pero si te suicidas pues estás ahí en el limbo”. Siendo adolescente lo carcomía la ansiedad sobre esas dos opciones, y en un momento dado decidió que su única alternativa era “hacer todo lo posible” para cuestionar la homofobia profundamente asentada su comunidad.
En 2017, Yaaj publicó un informe sobre ECOSIG en México seguido de un manual para profesionales de salud mental con recomendaciones sobre tratamiento ético a jóvenes LGBTIQ, que enfatiza en la necesidad de aceptación y de entendimiento de que las identidades LGBTIQ no pueden ser ‘curadas’.
Ahora la organización está haciendo campaña en favor de una ley que declare ilegales las prácticas ECOSIG. Hay cierto apoyo político para la idea de legislar. Tagle me contó que los activistas de Yaaj están trabajando con las senadoras Citlalli Hernández, Patricia Mercado y Alejandra Lagunes para redactar el proyecto.
Se espera que la iniciativa prohíba las prácticas ECOSIG sobre la base de que el género y la sexualidad no son desórdenes mentales, y por lo tanto no pueden ‘curarse’, y de que todos los servicios de salud mental deben estar regulados.
Tagle explicó que los impulsores tienen muy claro que no deben siquiera mencionar la palabra religión en el proyecto -pese a que los grupos religiosos están entre los principales impulsores de estas prácticas- por temor a provocar una reacción que termine poniendo en riesgo la aprobación de la ley.
Venadero asegura,11 años después de su traumática experiencia, que convirtió su dolor en motivación para trabajar por un futuro mejor para la juventud queer de México. Cuando su hermana menor le dijo hace un tiempo que era bisexual, “me senté junto con ella y le dije todo” sobre ser LGBTIQ, su pasaje por la terapia de conversión y el daño que le causó.
Esto, según Venadero, la ayudó a ver cómo su historia podía influir en las vidas de otras personas. “Esto tiene que llegar a todas las personas, sobre todo para que no vuelvan a pasar lo que yo pasé”, subrayó.
*Translation by Diana Cariboni
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