
Una mujer Quechua pasa por delante de un graffiti en Ayacucho, Perú. Abril 2011. AP Photo/Rodrigo ABD /Todos los derechos reservados
En el Perú no hay una alternativa política de izquierda que pueda representar las demandas de una mayor distribución e inclusión en el Perú. La debilidad de la izquierda en el Perú ha sido el contrapunto “al giro a la izquierda” que atravesó la región desde la década de 2000.
En países como Argentina, Bolivia, Brasil, Ecuador, fuerzas de la izquierda aprovecharon el descontento con las políticas neoliberales de la década de 1990 para llegar al gobierno.
Estas fuerzas además contaron con un boom de commodities para llevar adelante políticas redistributivas que les ayudó a ampliar su base electoral. Al final del ciclo de commodities, los resultados políticos de estas fuerzas son muy diversos.
Van desde el desastre de gobernabilidad del Chavismo en Venezuela hasta la todavía alta popularidad del Evismo en Bolivia. Incluso en los peores casos, la izquierda todavía muestra signos de ser un fuerza electoral alternativa y viable en esos países. Esto no ocurre con la izquierda en el Perú.
Las consecuencias de la ausencia de la izquierda en un país como el Perú son significativas. Steven Levitsky argumenta que los gobiernos de izquierda tienden a implementar políticas redistributivas y de inclusión social que acercan la población al gobierno, lo cual fortalece la democracia. Además, si la izquierda puede ejercer una representación a través de una organización partidaria (más o menos constituida), eso ayuda evitar la emergencia de populismo e inestabilidad política.
Incluso en los peores casos, la izquierda todavía muestra signos de ser un fuerza electoral alternativa y viable en muchos países. Esto no ocurre con la izquierda en el Perú.
La ausencia de este tipo de representación en el Perú ha llevado a que las demandas locales de redistribución de los caudalosos recursos provenientes del boom de commodities se realicen a través de un proceso conflictivo, caótico y fragmentado, sin mayores resultados sociales a nivel local.
En el 2012 cuando el monto del presupuesto transferido a los gobiernos locales por Canon de los recursos naturales obtuvo una de sus mayores cifras, cerca de 5,000 millones de soles, los conflictos ligados a la explotación de recursos minerales alcanzaron uno de sus picos con aproximadamente 130 conflictos en todo el territorio nacional. El crecimiento sin una adecuada distribución ha marcado el llamado “milagro peruano”.
Esto no quiere decir que en el Perú hayan faltado intentos para construir una izquierda nueva. Han surgido varios proyectos, el “Partido Socialista” del legendario Javier Diez Canseco; “Fuerza Social”, que llevó a Susana Villarán por un corto y convulsionado periodo a la alcaldía de Lima; Tierra y Libertad encabezada por un sector ecologista de oposición a la expansión de las industrias extractivas, así como el nuevo Movimiento de Afirmación Social (MAS) de Gregorio Santos de base campesina, que se constituyó por segunda vez como presidente regional de Cajamarca desde la prisión. Finalmente, el Frente Amplio que llegó a ser la tercera fuerza nacional en las pasadas elecciones generales del 2016 con un dirigencia nueva y joven.
Asimismo, el Partido Nacionalista Peruano llegó a la presidencia con Ollanta Humala (2011-2016), pero su identidad de izquierda ha sido cuestionada. Sin embargo, Humala construyó su base electoral como un líder de izquierda y nacionalista. Su gobierno, no obstante, llevó a cabo una administración conservadora .
Ninguna de estas fuerzas de izquierda ha logrado establecerse como una alternativa electoralmente viable en el Perú.
Bajo la sombra del radicalismo
El radicalismo y la violencia de las década de 1980 y 1990 ensombreció, y sigue ensombreciendo, los prospectos electorales de la izquierda en el Perú. Por razones que serían muy largas resumir en este artículo, la izquierda peruana se abrió muy tarde a la política democrática.
Al inicio del conflicto armado, las fuerzas de izquierda en su conjunto todavía no habían renovado su discurso que aún era marxista radical y contradictorio con las nuevas aspiraciones democráticas de su frente político electoral “Izquierda Unida".
Cuando finalmente lo hizo en las elecciones presidenciales de 1980, y dos años después alcanzó sus mayores apoyos electorales, obteniendo el gobierno de Lima, un pequeño grupo radical había ya iniciado la lucha armada. Sendero Luminoso (SL) y el Movimiento Revolucionario Túpac Amaru (MRTA) iniciaron un sanguinario conflicto armado que dejó un aproximado de 70,000 víctimas, millones de damnificados y una crisis política y económica galopante.
Al inicio del conflicto armado, las fuerzas de izquierda en su conjunto todavía no habían renovado su discurso que aún era marxista radical y contradictorio con las nuevas aspiraciones democráticas de su frente político electoral “Izquierda Unida”. Esto hizo a la izquierda presa fácil de una política represiva y de desprestigio que desplegó el Fujimorismo en la década de 1990.
Cualquier idea de izquierda, de redistribución, derechos sociales o un mayor rol del Estado fueron satanizados como expresiones de ideologías radicales, fracasadas y sobretodo violentistas. Así, el caos y la violencia política interactuó con la crisis de la “izquierda unida” y de los movimientos sociales que la acompañaban.
El conservadurismo limeño que emergió en la década de 1990 como resultado de la violencia y crisis económica de la década anterior constituye uno de los impedimentos más firmes que tiene la izquierda para crecer electoralmente en el Perú.
A inicio de la década de 1980, la izquierda peruana empezó a tener éxito entre las numerosas poblaciones populares con múltiples demandas sociales. El éxito popular en las ciudades, que ha ayudado a las fuerzas de izquierda en otros países para mostrar que la izquierda puede gobernar y alcanzar mayor apoyo electoral que lo lleve al gobierno nacional, se truncó para la izquierda peruana en la década de 1980.
La ciudad de Lima de casi nueve millones de habitantes se convirtió en una fuerza bastante conservadora y sensitiva al pasado radical de las fuerzas de izquierdas. En este contexto, la izquierda peruana enfrenta contantemente el ataque efectivo de una derecha que cuando ve crecer a la izquierda la acusa de radical, violenta y anti-sistema.
Ollanta Humala reunió votos en las elecciones del 2016 con un discurso de izquierda hasta que llegó a Lima. Al punto de perder las elecciones en segunda vuelta frente a Alan García quien a pesar de ser el responsable de la catástrofe económica del Perú de fines de la década de 1980, ofreció un discurso de centro.
Para ampliar su electorado y ganar elecciones nacionales, las fuerzas de izquierda tienen que hacer concesiones hacia la centro-derecha para no ser arrasados por el conservadurismo limeño.
Las últimas elecciones generales de 2016 han comprobado que sigue existiendo en el Perú, particularmente en el Sur, un electorado que vota preferentemente por la izquierda. Por ejemplo, las regiones del sur del Perú fueron decisivas en las elecciones de segunda vuelta del 2011, que otorgaron la mayoría de sus votos al Partido Nacionalista de Ollanta Humala, y en el 2016 llevaron a la candidata del Frente Amplio, Verónica Mendoza del 1 % de apoyo inicial al 20% al final de la primera vuelta.
Sin embargo, esto no ha sido suficiente para el éxito de la izquierda. Para ampliar su electorado y ganar elecciones nacionales, las fuerzas de izquierda tienen que hacer concesiones hacia la centro-derecha para no ser arrasados por el conservadurismo limeño.
Esas concesiones implican, como en el caso de los gobiernos de Ollanta Humala y Susana Villarán, la renuncia a cambios en el modelo económico basado en la exportación primaria de recursos naturales, a costa de propuestas más audaces de redistribución social y la reactivación del rol del Estado en la economía.
Ollanta Humala con 30% de los votos ganó la primera vuelta de las elecciones del 2006. Para ello usó un discurso que aterrorizó Lima, el de la “gran transformación”. La mayor parte de su votación se concentró en las provincias más pobres del sur andino y la Amazonía, en las 7 regiones con el Índice de Desarrollo Humano más bajo.
También reunió votos en aquellas regiones donde se han expandido empresas multinacionales de minería e hidrocarburos, que han generado altas expectativas redistributivas pero también sentimientos nacionalistas. En la segunda vuelta perdió ante Alan García en una campaña demonizadora en la que la derecha usó el vínculo de Humala con Hugo Chávez para desprestigiar su candidatura. Para el 2011, Humala aprendió la lección.
Para ganar la segunda vuelta necesitaba correrse hacia la centro-derecha. Esto ocurrió incluso antes de la segunda vuelta, de la “gran transformación” a la nueva “hoja de ruta”, donde se sumaron a su apoyo personajes que se oponían al retorno del fujimorismo, pero que esperaban que Humala no cambiara las bases del modelo de crecimiento de base neoliberal.
La formación de una viable fuerza partidaria de izquierda parece imposible en el país.
El giro definitivo a la centro-derecha se dio durante el primer año del gobierno de Humala. La oposición de la población a un proyecto de minería de oro en Cajamarca produjo la renuncia del gabinete progresista de Humala y su recomposición por uno que ofrecía continuidad económica y mano dura a la protesta social.
Lo más audaz que realizó Humala en su gobierno fue reformar los programas sociales de lucha contra la pobreza para acompañar mejor los efectos del crecimiento económico con esfuerzos de corte redistributivo. En su gobierno se creó el Ministerio de Desarrollo e Inclusión Social (MIDIS), de corte técnico y relativamente autónomo de las tentaciones clientelares, a diferencia de los gobiernos anteriores.
En un contexto de crecimiento económico, los programas de asistencia económica (transferencias monetarias condicionadas) tuvieron más impacto que aquellos con objetivos nutricionales, de organización social y/o de articulación con la producción local.
En el caso de Susana Villarán quien llegó al sillón municipal tras los comicios de 2010 con un partido pequeño y sin experiencia como Fuerza Social. La inexperiencia de Villarán y su equipo la llevó a leer erróneamente su victoria, con un margen muy pequeño y un apoyo accidental y débil, luego de que uno de los candidatos favoritos quedó fuera de las elecciones por razones administrativas. Martín Tanaka y Paolo Sosa consideran que con el triunfo, Villarán creyó que tenía la fuerza política para cambiar súbitamente el estilo de gobierno de su antecesor, y que en general había predominado en Lima, basado en grandes y visibles obras de infraestructura.
La oposición de sectores conservadores de los medios de comunicación, de la iglesia, del Partido Aprista Peruano y de su antecesor Luis Castañeda se convirtió un obstáculo constante del gobierno municipal de Villarán, el cuál a duras penas culminó su gestión, con más de la mitad de su consejo municipal revocado.
La formación de una viable fuerza partidaria de izquierda parece imposible en el país. Para Noam Lupu, la “inconsistencia” entre el discurso y las políticas públicas y las posiciones (programáticas) que “convergen” mucho con las de otros partidos en el sistema impiden la creación de una marca propia de los partidos políticos.
Cuando las fuerzas políticas enfrentan uno u otro de estos problemas, la izquierda peruana, enfrenta los dos a la vez. La necesidad de un giro a la derecha hace que constantemente altere su discurso generando que sus bases de apoyo tengan incertidumbre sobre la posición final de la organización, desconfianza de las promesas y conflictos y rupturas con los grupos más radicales que no se ven representados ante estos cambios.
Por otro lado, al converger con la posición de otras fuerzas no logra diferenciarse efectivamente y ofrecer una alternativa clara. En suma, en el Perú, la sombra del radicalismo lleva a la izquierda a enfrentar constantemente una situación muy compleja y delicada de ubicación ideológica. El conservadurismo del electorado limeño no parece moverse y la izquierda no parece aprender a moverse en la línea muy delgada que le queda.
El fracaso de la construcción partidaria
El Perú es probablemente el caso más emblemático de una democracia con partidos políticos débiles. La izquierda, al igual que las otras fuerzas políticas, no ha buscado construir una organización partidaria con estructura territorial, cuadros, vida interna que le daría una mayor estabilidad cuando ha estado en el gobierno.
Gobiernos como los de Humala, en su giro hacia la centro-derecha, han adoptado la actitud pragmática de gobernar con estas tecnocracias en lugar de construir sus propios cuadros y organizaciones.
Por lo tanto, las razones no son exclusivamente de la izquierda. Alberto Vergara y Daniel Encinas notan que en el Perú, ante la debilidad de la clase política, se ha consolidado la legitimidad de tecnócratas y burócratas que han surgido y se han asentado en el Estado en las últimas dos décadas.
Su poder emerge de ser quienes garantizan “el milagro económico peruano”. Gobiernos como los de Humala, en su giro hacia la centro-derecha, han adoptado la actitud pragmática de gobernar con estas tecnocracias en lugar de construir sus propios cuadros y organizaciones. La continuidad de los ministros de Economía y Finanzas, y de sus orientaciones de política económica muestra la robustez de esta tecnocracia y del modelo neoliberal ante la debilidad de la clase política sin partidos.
Finalmente, la izquierda de la década de 1990 en el Perú no cuenta con una sociedad civil organizada sobre la cual pueda emprender construcciones organizativas políticas. En el Perú, en los últimos años, se ha generado una dinámica de conflictividad social asociada al modelo económico primario exportador en todo el territorio nacional.
Sin embargo, esta conflictividad es un archipiélago de demandas fragmentadas, que no logran consolidarse en movimientos sociales más amplios y duradero, que en otros países como Bolivia o Brasil, han servido para la articulación de organizaciones políticas de izquierda.
En conclusión, la izquierda no parece tener muchas opciones de articular una alternativa de gobierno efectiva para representar demandas de redistribución e equidad en el Perú. El esfuerzo requiere aprender e inventar una forma de moverse en una línea muy delgada entre la necesidad de las grandes reformas y la persistencia del conservadurismo.
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