Antecedentes más recientes datan, paradójicamente, en diferentes puntos del globo como Finlandia, Kenia, Brasil y Canadá a finales de noviembre de 2019, cuando nadie imaginaba la llegada abrupta del Coronavirus que terminaría derivando en una pandemia mundial y el cierre de las principales economías del mundo. Esos programas piloto se dieron bajo una lógica elemental: dinamizar la economía con un gasto, dando un ingreso fijo a todos los ciudadanos, lo que sería un gasto comparativamente menor al que implican los programas de subsidio que no cubren a toda la población.
Una de las primeras conclusiones es que, en gran parte, el éxito de una RBU depende de dos factores: el umbral de pobreza y la cantidad de beneficiados. Así, en cálculos, se estima que es más viable en países en desarrollo que en países desarrollados. Por ejemplo, mientras que en India resultaría beneficioso para el Estado entregar anualmente 149 dólares a sus 1387 millones de habitantes, aliviando masivamente niveles de pobreza con cerca del 10% de su PIB, en Estado Unidos se gastarían casi todos los ingresos fiscales si se diera 10 mil dólares anuales a cada adulto, cifra que no alcanza a cubrir el umbral oficial de pobreza. La clave sería, entonces, su distribución.
De implementarse en Colombia lo planteado por los promotores de la RBU, el Estado incurriría en un gasto de 23,7 billones de pesos, que representan 2,3 % del PIB, cubierto por medio de un préstamo del Banco de la República y créditos internacionales a los que ya se están acudiendo. Aunque la cifra suena arriesgada, su beneficio es indiscutible si se tiene en cuenta, por ejemplo, que por cuenta de la corrupción entre 2018 y 2019 el país perdió más de 18 billones de pesos.
Respaldados o no por esas cifras, lo cierto es que algunos países ya se han dado la oportunidad de intentarlo, antes y durante la pandemia. Mientras en España y Estados Unidos acaba de aprobarse con optimismo, los primeros resultados previos de lugares tan disímiles con Kenia y Finlandia coinciden, con diferencias, en que “las personas que reciben los fondos adquieren de repente más voz en su entorno. Pueden decidir qué hacer con su vida”, analizó Olli Kangas, investigador finlandés en la materia.
Si la cuestión es que cada ciudadano, por el hecho de serlo, tenga la posibilidad garantizada de tener la libertad de resolver su vida sin obstáculos, es más que pertinente en una contingencia como la que viven actualmente los países más pobres, donde las dificultades económicas no dan opción: no todos pueden quedarse en casa cumpliendo más o menos cómodamente con la cuarentena.
Se esperaría que con un ingreso asegurado, muchos tengan la posibilidad de hacerlo. Para el caso colombiano, esa posibilidad sólo podrá contemplarse nuevamente después del 20 de julio, cuando inicie un nuevo año legislativo y pueda volver a contemplarse la propuesta.
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