El caso se comunicó a la oficina de investigaciones sobre crímenes raciales, donde se inició una investigación policial. A pesar de las pruebas irrefutables, el Ministerio Público del Estado de São Paulo pidió que se cerrara la investigación, alegando que el caso no constituía un delito de racismo. Este argumento fue aceptado por el Poder Judicial y aún hoy en día el caso permanece impune en la justicia brasileña.
Brasil, como Estado parte en la Convención Americana sobre Derechos Humanos, se compromete a respetar los derechos y libertades reconocidos en ella y a garantizar su libre y pleno ejercicio a toda persona que esté sujeta a su jurisdicción. Así, después de nueve años de procedimientos legales, en octubre de 2006, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) de la Organización de los Estados Americanos (OEA) publicó el Informe Final sobre el caso Simone André Diniz. En este informe, la CIDH reconoce la responsabilidad internacional del Estado brasileño por no haber castigado el crimen de racismo sufrido por Simone André Diniz, y considera que se han violado los artículos 8, 24 y 25 de la Convención Americana sobre Derechos Humanos. Brasil es el primer país del continente americano en recibir una condena en esta categoría.
El caso de Simone André Diniz representa un patrón recurrente de invisibilidad del racismo en las relaciones cotidianas, y de omisión del Estado brasileño. La Comisión ya ha juzgado que a toda víctima de una violación de los derechos humanos se le debe garantizar una investigación diligente e imparcial y, si hay indicios de autoría del delito, se debe iniciar la acción pertinente para que el juez competente, en el marco de un proceso justo, determine o no, la ocurrencia del delito. Dicho procedimiento se debe llevar a cabo con cada delito que se ponga en conocimiento de la autoridad pública. ¿Por qué fue diferente en el caso de Simone?
El caso es emblemático por señalar las diferentes formas en que el racismo estructural e institucional se perpetúa y mantiene a través de la invisibilidad social y la negación de los derechos de las empleadas domésticas, aspectos que se han expresado con mayor fuerza en estos tiempos de la pandemia. En muchos estados, el empleo doméstico ha considerado, por ley, un servicio esencial que obligaba a las empleadas domésticas, en su mayoría mujeres negras, a trabajar para no perder sus empleos, a riesgo de contaminarse, morir o contaminar a sus familiares. El caso de Simone es un ejemplo de la lógica racista, sexista y clasista que rige las relaciones laborales internas en Brasil y de la impunidad que prevalece en la mayoría de esos casos cuando se producen violaciones flagrantes de los derechos humanos.
Comentarios
Animamos a todo el mundo a que haga comentarios, Por favor, consulte las intrucciones de openDemocracy para comentarios