
La diáspora masiva de venezolanos hacia los países de toda la región y hacia España parece no tener fin. El futuro incierto de las profundas crisis en este país (crisis política, económica, social, sanitaria, de violencia...) inquieta a sus vecinos, pero la crisis migratoria es una de sus más dramáticas expresiones y les impacta directamente.
Aunque no lo parezca, su dimensión es parecida a la crisis de refugiados Sirios que afectó a la Unión Europea en 2016-2017, y podría sobrepasarla. Y es que, en muchísimos casos, estamos ante verdaderos refugiados y no ante simples migrantes económicos. Así lo ha reconocido el Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), y como tal habría que tratarlos.
El éxodo pasó, según las cifras oficiales de la Organización Mundial de las Migraciones (OMI), de 89.000 a 900.000 personas en dos años (2015-2017), aunque la realidad podría ser mucho más dramática: entre 1,6 y 4 millones a principios de 2018, según el Migration Policy Centre.
Esto es lo que debes saber sobre esta crisis migratoria:
Colombia es el principal destino
Chile, Argentina, España, Costa Rica, Brasil, y sobre todo Ecuador, Perú y Colombia son los principales destinos de la gente que huye de Venezuela. Pero es Colombia el vecino más afectado. Se estima que hoy viven más de 1 millón de venezolanos en Colombia, de los cuales cerca de medio millón están en situación irregular, según Migración Colombia. Este país receptor, a través de un permiso especial de permanencia, ha logrado regularizar a 181 mil personas para que puedan trabajar de forma legal.
Esta alta irregularidad expone a los migrantes a situaciones de explotación, rechazo y una xenofobia que no hace más que aumentar con el paso del tiempo, generando tensiones sociales que se podrían desbordar.
Aún es incierta la política migratoria del recién electo presidente Duque frente a las fronteras con Venezuela, pero su tajante rechazo al régimen de Maduro y un posible cerco diplomático a este país, son indicios de que las relaciones diplomáticas podrían acabar por completo. Ello dejaría aún más en el limbo a cientos de miles de migrantes y refugiados que huyen de la falta de alimentos y medicinas, pero también de la extorsión y de la violencia (con 89 homicidios por 100.000 habitantes, Venezuela es el país más violento de la región).
Esta alta irregularidad expone a los migrantes a situaciones de xenofobia que no hace más que aumentar con el paso del tiempo, generando tensiones sociales que se podrían desbordar.
Niños y mujeres, los que más sufren
Más allá de las cifras, se trata de una situación insoportable a nivel humano, y cada historia de un migrante o refugiado esconde un drama personal, donde siempre los más vulnerables son los que más sufren.
La estigmatización hacia la mujer venezolana, acusada en muchos países de destino de migrar para prostituirse, es el corolario de una desigualdad que deja a la mujer migrante en condiciones más difíciles para enfrentar el drama de dejar a sus país.
Junto a los niños migrantes que, según Save The Children, para el 2017 ya habrían alcanzado los 600.000, es fundamental reconocer que los dramas de la crisis migratoria venezolana tienen efectos devastadores sobre los derechos de la niñez y de las mujeres.
Cada historia de un migrante o refugiado esconde un drama personal, donde siempre los más vulnerables son los que más sufren.
¿Acabará la migración?
Algunos analistas piensan que el punto más álgido de esta masiva migración venezolana ya ocurrió. Pero, previsiblemente, la salida de miles y miles de venezolanos continuará ante la certeza de que el gobierno de Maduro seguirá perdurando en el poder y que su capacidad para sacar a Venezuela de las profundas crisis en que está sumida es muy escasa.
Controles migratorios en los vecinos Colombia y Brasil podrían endurecerse, y los gobiernos regionales podrían empezar a imponer sanciones más duras, y controles migratorios más fuertes, para aumentar la presión sobre Maduro y forzarlo a abandonar la presidencia.
Sin embargo, podría ser que esta migración masiva tenga también una base intencional, forzada, y que represente una válvula de escape para el gobierno de Nicolás Maduro, que aligera así la carga de la presión de los inconformes y a la vez impulsa en algo la economía con las remesas en dólares. Un dólar es hoy una fortuna en la depauperada economía venezolana y hace que la vida de los que se quedan atrás sea más llevadera.
Un dólar es hoy una fortuna en la depauperada economía venezolana y hace que la vida de los que se quedan atrás sea más llevadera.
Un cambio en el tratamiento regional de la crisis
Aún así, algunos analistas señalan que una estrategia de dolarización de la economía y de unidad nacional, que incorpore líderes de la oposición a su régimen, podría ser una salida para que Maduro siga en el poder, creando un símil de normalidad que siga expulsando a quienes sufren de la crisis socio económica, la persecución política, o ambas cosas a la vez, hacia otros lugares del mundo.
En cualquier caso, esta huida desesperada de cientos de miles de personas tendrá consecuencias desastrosas para la región en el medio y largo plazo. En el corto plazo, se está convirtiendo en una situación de emergencia humanitaria. Empezar a considerar que estamos ante una verdadera crisis regional de refugiados, y tratarlos como tales según las leyes internacionales, sería una primera medida de alivio ante esta situación catastrófica.
Los informes que prepara la OIM y otros organismos regionales e internacionales para la próxima cumbre del G-20 en Argentina alertan de esta situación y podrían obligar a los gobiernos a reconocer que no estamos ante un éxodo económico sino ante una crisis regional de refugiados como nunca se ha visto en la historia de América Latina.
Argentina y la OMT se resisten a abordar Venezuela en la cumbre, pero los cientos de miles de venezolanos que huyen, y que hoy por hoy carecen de cualquier estatus y constituyen una población fantasma y expuesta a cualquier abuso, la esperanza de poder pasar a ser considerados refugiados y de adquirir el derecho a ser reconocidos como tales y protegidos por los países de acogida, aplicándoseles la Declaración de Cartagena de 1985.
Esto es algo por lo que vale la pena luchar.
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