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Las elecciones y el cierre del ciclo kirchnerista

En la segunda vuelta de las presidenciales prevista para el 22 de noviembre, los argentinos tendrán que elegir a su próximo presidente, pero ya han decidido acerca del cierre del ciclo kirchnerista. English.

Abel Gilbert
27 octubre 2015
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Mauricio Macri. Creative Commons. Some rights reserved.

Los ciclos históricos suelen cerrarse por cansancio social o efecto de una lógica pendular de la política. Los signos de clausura tienen también, a veces, la fuerza de lo impredecible.  Algo de eso parece haber ocurrido en Argentina.

Las elecciones presidenciales arrojaron resultados que sorprendieron a encuestadores, analistas y a los propios contendientes. Habrá segunda vuelta, el 22 de noviembre, entre Daniel Scioli y Mauricio Macri. Antes de que se conocieran los cómputos oficiales, la posibilidad de ese escenario estaba en la mente de todos. Lo que nadie imaginaba era una victoria de Scioli por apenas dos puntos y medio frente al alcalde de la ciudad de Buenos Aires e hijo del dueño de una de las fortunas más grandes de este país. Es decir: Scioli fue un ganador derrotado. Macri, el perdedor, es el que ahora avizora con mayor certeza su victoria. Por eso se habló de terremoto, de huracanes restauradores.

Scioli no fue el único herido: la presidente Cristina Fernández de Kirchner pagó el costo lateral. Cuando ella lo designó su heredero no lo hizo pensando en una suma irrefutable de virtudes. Horacio Verbitsky, un columnista de inocultable simpatías por la presidenta, reparó en ese déficit de origen de la candidatura. Scioli fue seleccionado “por descarte y no por entusiasmo, lo cual certifica la inhabilidad del kirchnerismo para construir una sucesión confiable que no se base en los vínculos familiares, acaso su mayor déficit político”.  Ahora, la sucesión es más que incierta. El edificio levantado por el kirchnerismo en 12 años cimbró como nunca antes. Macri percibe por estas horas una oportunidad única.

En la noche del domingo, Scioli estaba vencido aunque todavía falte un trecho escarpado por recorrer. Los signos del abatimiento se dibujaron en su rostro. Había obtenido menos votos que en las primarias abiertas de agosto pasado. No es lo mismo pensar una campaña electoral con ocho o nueve puntos de ventaja que tener al rival pisando los talones.  “El sistema planetario de la política experimentó ayer un reordenamiento sorprendente”, señaló Carlos Pagni, el sagaz columnista de La Nación. Pagni lo comparó con el triunfo de Raúl Alfonsín en 1983 frente a un peronismo que se creía invencible (había sido derrocado en dos oportunidades, pero las urnas siempre se abrieron a su favor). Hay, sin embargo, una diferencia fundamental. Alfonsín derrotó a Ítalo Luder con una agenda política socialdemócrata, que rechazaba la ley de autoanmistía a los represores de la dictadura militar saliente, y exaltaba las libertades civiles que habían sido conculcadas por el régimen que tuvo que acceder a las elecciones después de la guerra de Malvinas. Macri tiene como modelo a José María Aznar.

En su carrera a la presidencia ha disimulado esos rasgos. “Cambiemos” se llama la coalición de centro derecha que lo sostiene. La sigla contiene en si misma una apelación que fue muy atractiva para muchos argentinos. “Se abrirán fronteras e izarán banderás”, promete la publicidad electoral. Sin embargo, Macri guarda en un cofre de siete llaves el significado que le atribuye al verbo “cambiar”. Por ahora ha dicho lo que el interlocutor quiere escuchar: que mantendrá “lo bueno” realizado por este Gobierno y modificará lo que está mal hecho. Con ese discurso cree que le bastará para ganar.   No deja de ser una paradoja el hecho de que Scioli, que comparte ese espíritu conservador, y que en su gestión como gobernador bonaerense llevara adelante una dura política punitiva, en medio de fuertes denuncias de asesinatos perpetrados por la policía y torturas en las cárceles, mordiera el polvo de la derrota con un incómodo disfraz de progresista.

Si ayer se hablaba de tembladerales es porque Scioli y Cristina, o Cristina y Scioli (el orden de los factores, a estas alturas, no altera el producto), tuvieron un doble traspié. Cambiemos les arrebató el control de la provincia de Buenos Aires, donde se concentra el 38% del padrón electoral. María Eugenia Vidal, una licenciada en Ciencias Políticas formada en la Universidad Católica, venció al jefe de ministros de la presidente, Aníbal Fernández. Joven, locuaz y carismática, irrumpió como una oferta electoral de fuerte tono emocional (“Los he escuchado con el corazón”) frente a un funcionario que cargó sobre sus espaldas denuncias mediáticas no probadas de estar en connivencia con el narcotráfico.

Sergio Massa se quedó con el 21% de los votos en las presidenciales. Hasta 2011, parte de ese caudal era del kirchnerismo. Massa lo abandonó hace dos años y se llevó parte del capital político. En esa fractura está otra de la razón de los resultados del 25 de octubre. La política siempre deja ver un costado de ironía o sarcasmo. En aquel 2013, Massa, Macri e incluso Scioli se confabularon para formar un frente único antikirchnerista. Scioli decidió a último momento ser leal, a la espera de un premio mayor que puede no llegar. Y Macri, a instancias de su gurú, el ecuatoriano Jaime Durán Barba,  entendió que tenía que hacer su recorrido solo. Y cuando sumó fuerzas, como la Unión Cívica Radical (UCR), el partido de Alfonsín, lo hizo en condiciones de absoluta superioridad.

Scioli, que semanas atrás rehuyó el debate porque se sentía ganador, le pidió ayer a su rival discutir cara a cara. Macri no le negó esa posibilidad y salió a buscar de inmediato los votos de Massa. El comportamiento de los peronistas disidentes determinará la suerte de uno u otro candidato. Cristina se llamó a silencio e hizo números: su fuerza, si no se desgaja, mantendrá la mayoría en el Senado. En Diputados, seguirá siendo la primera minoría con 117 diputados, aunque no podrá tener quórum propio. Si Macri es presidente, tendrá que negociar con ella.

El lunes mostró otro país. La corrida del dólar se detuvo. Las acciones en Wall Street subieron un 20%. Los mercados saludaron la buena nueva. La expectativa regional no es menor: un desplazamiento de Argentina hacia la centro derecha tendrá inmediatas implicaciones en Brasil, su principal socio comercial. Pero, también, debilitará la fuerza de los países “amigos” de una errática Venezuela. Y, además, permitirá reactivar la idea de una gran zona de libre comercio entre América Latina y Estados Unidos. George Bush Jr la bautizó en 2005 ALCA. Néstor Kirchner, Hugo Chávez y Luiz Inacio Lula da Silva, la hicieron naufragar. Pero ese programa nunca estuvo del todo hundido: solo esperaba una mejor oportunidad para salir a superficie. ¿La tendrá con Mauricio?

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