
Periodistas hablan en la redacción del diario Tiempo Argentino después de que la misma haya sido objeto de vandalismo el lunes, 4 de julio de 2016. AP Photo/Victor R. Caivano
La escena, con sus marcas de violencia, remite a los años setenta, una década sobre la que los argentinos no llegan a un acuerdo valorativo. La noche del lunes 4 transcurría sin mayores sobresaltos en el barrio de Palermo de la ciudad de Buenos Aires cuando unos 20 hombres vestidos de negro, algunos de ellos encapuchados, asaltaron las oficinas del edificio del diario cooperativo Tiempo Argentino y Radio América. Y entonces, el pasado regresó como una ráfaga.
La patota (o grupo de vándalos) no estaba sola. La lideraba un empresario, Mariano Martínez Rojas, y con él un cerrajero, encargado de abrir la puerta. Lo que ocurrió después esa noche lluviosa no tuvo que ver con la amabilidad. Los encapuchados sacaron a golpes y patadas a tres trabajadores y comenzaron a destrozar la redacción. Los ruidos de los destrozos –ordenadores, muebles, cuadros, discos con información- se escuchaban como una premonición: nadie acudiría a frenar los desmanes.
La Policía Federal nunca llegó. El ataque concluyó por una relación de fuerzas, cuando los integrantes de la cooperativa, apoyados por representantes de otras empresas recuperadas en problemas “recuperaron” la redacción en una lucha cuerpo a cuerpo. La fiscal Verónica Andrade imputó a Martínez Rojas por usurpación. El empresario dijo haber actuado con la autorización policial, alegó ser el dueño de Tiempo Argentino y calificó de clandestina a la cooperativa. En rigor es un reincidente, hace un mes tomó por la fuerza la planta transmisora de Radio América y la sacó del aire.
Detrás de los incidentes aflora una trama política que salpica con sus responsabilidades al kirchnerismo, y a una manera de concebir la relación de los medios de información con el poder. Tiempo Argentino “pertenecía” al grupo Szpolski-Garfunkel, un conjunto de empresas de fuerte carácter oficialista que recibieron ingente dinero estatal en concepto de publicidad y que, además, tenían vínculos con los servicios de inteligencia.
El final del Gobierno de Cristina Fernández de Kirchner supuso el fin de un modo poco claro de financiación que derivó de inmediato en el vaciamiento y cierre de las empresas. Szpolski-Garfunkel abandonaron el barco sin pagar ni salarios ni a la imprenta. No todo es responsabilidad de la gestión anterior. Entre los presuntos dueños de ese fallido multimedios se encontraba Darío Richarte, quien sigue vinculado con los servicios de inteligencia y Boca Juniors, el principal equipo de fútbol del país cuyo presidente, Daniel Angelici, es considerado el intermediario secreto entre Mauricio Macri y el Poder Judicial.
Garfunkel se fue del país. Szpolski se perdió en una nebulosa con evidente protección política. Martínez Rojas, cuyos antecedentes tienen que ver con la organización de conciertos, se presentó como comprador del diario en medio de su crisis terminal. Nunca cumplió con los planes que ofreció ante el Ministerio de Trabajo para pagar las deudas laborales. Tampoco les pagó a los antiguos proveedores. Tiempo Argentino cerró y 130 trabajadores lo relanzaron con un formato semanal.
La empresa demostró ser sustentable. “Esto ha sido muy grave: se trata de un ataque sin precedentes a la libertad de expresión”, dijo el director del diario, Gustavo Cirelli. Las características del ataque, añadió, sugieren un claro objetivo de impedir que el diario, de fuerte contenido opositor, siga publicándose.
“Fue un intento de neutralizar un diario que es la voz del trabajador”, dijo María del Carmen Verdú, abogada de la Coordinadora Contra la Represión Policial e Institucional (Correpi). Para la letrada, la actitud de las fuerzas de seguridad fue, por lo menos, sospechosa.
Los sucesos de Tiempo Argentino tienen lugar en momentos de profunda asimetría comunicacional: la mayoría de los medios se ha alineado con el presidente Macri y su programa de restauración neoliberal. Las empresas “amigas” del kirchnerismo demostraron ser de un oportunismo rapaz.
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