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Chalecos amarillos en París: más preguntas que respuestas

Las manifestaciones recientes en París son mucho más que los chalecos amarillos. Asistimos a una rebeldía casi planetaria extendida. 

Patricio Hales
17 diciembre 2018
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Eugene Delacroix, La libertad guiando al pueblo, 1830. Wikicommons/ Louvre Museum. Some rights reserved.

Los políticos no encontramos respuestas. Salvo que la ultra derecha sabe alentar el descontento ofreciendo poner orden en las demandas más elementales del razonamiento básico.

No son los del 68 en París. Rayaron el monumento patrimonial de la revolución pero no es una revolución. 

Todo esto es una fuerte rebeldía blanda, si se la juzga dentro del paradigma del hombre duro, conquistador, del cinquecento a la fecha.

Son rebeldes sin líderes, sin voceros. No hay un Dany El Rojo, un Rudy Dutchke, ni un Cohn Bendit pasando de las calles hacia el establishment del parlamento europeo. No tienen condución política conocida.

Rebeldes abiertos, más libres, más sueltos, que no quieren identificación con referentes políticos, nada que ver con los partidos y casi sin  ideología. Más sensibles, más plenos, más integrales u holísticos, como se dice ahora con el anglicismo de moda. 

Sin embargo, en cientos de opiniones, estamos haciendo sesudas pedagogías sociopolíticas hurgando con el foco del mismo lente desde donde se construyen lo que en todo el mundo, ya hace un tiempo, han comenzado a repudiarse. 

Si bien en cada lugar esto corre de distinta manera y conforme a sus desarrollos, circunstancias y culturas, el mismo estado de ánimo ha recorrido la primavera árabe, el Brexit, los movimiento en Grecia, los ambientalistas de todo el mundo, las marchas por la educación  en Chile, las cinco estrellas italianas de las clases medias, el Podemos, los movimientos de mujeres, el indigenismo chileno y boliviano, paraguayo, la abstención cada vez mayor en las elecciones libres y  el enojo mundialmente generalizado contra con el curso de acción que llevamos desde la política.

Es mucho más que las chalecos amarillos. Asistimos a una rebeldía casi planetaria extendida.

El Primer Ministro de Francia habló de la necesidad de la “unidad de la nación”.Y algunos quieren seguir creyendo que se trata simplemente del rechazo a unos centavos en el valor de la bencina.

El Primer Ministro de Francia habló de la necesidad de la “unidad de la nación”.Y algunos quieren seguir creyendo que se trata simplemente del rechazo a unos centavos en el valor de la bencina.

Un francés ahora dijo “la firme”: queremos la baguette entera y no migajas, cuando el Presidente anunció suspender el nuevo tributo.

El enojo sistémico mundial es de una profundidad tal, que las cifras de los economistas no logran estabilizar las reflexiones y solo se dan vuelta en el estéril libreto argumental que reafirma verdades factuales que no profundizan en la fenomenología ni en la base filosófica de esta rabia social.

No basta repetir los datos de puntos más de las desigualdades, puntos menos de los beneficios sociales, puntos más de los impuestos, prospectivas de la OCDE y balances numéricos de un descontento que superó las formas de las explicaciones tradicionales.

Y sin embargo, lo complicado es que si la comprensión de todo esto no está en las cifras, también está en las cifras: en la ausencia de reajustes de las pensiones en Francia en casi 10 años y en el fracaso de ellas en Chile; en las cifras alegres del crecimiento junto a las odiosidades de las cifras de las desigualdades; en los pequeños productores agrícolas aplastados por los acuerdos de libre comercio; en las guerras, siempre artificiales; en los presidentes y ministros procesados, encarcelados y hasta fusilados por corrupción en el poder; en los programas incumplidos por el llamado realismo político; en las desilusiones de izquierda y los desprestigios totalitarios de las derechas; en las cifras y números del antipartidismo traducido como un apoliticismo que repite un peligroso discurso contra la política.

Quizás la respuesta la encontraremos en un esfuerzo de comprensión muy profunda de esas crisis inevitables que acompañan el desarrollo de la humanidad y que solo se entienden después.

Sobre todo porque las manifestaciones no establecen un objetivo sistémico en su repudio al sistema. Y a esto los políticos no estamos acostumbrados. Menos los que militábamos conducidos en la disciplina manualística. 

Y como si fuera poco, todo esto, además, en un mundo donde la noticia ya no llega sino que la hacen las personas al instante en que las cosan pasan y donde se sabe todo. 

Si Robespierre quisiera hoy día defender el poder de su revolución política en curso, combatiendo contra los rebeldes, como pasa en  todos los tiempos de crisis, desenchufaría el internet en vez de quemar imprentas y terminaría en la Place de la Concorde degollado por sus propios partidarios.

Nos encontramos ante algo muy profundo, cultural, filosófico en cuanto a que se movilizan pareciendo inspirados en preguntarse qué hacemos en este mundo, para qué toda esta institucionalidad que no responde a los anhelos tan prometidos y luchados que han alejado a los militantes de siempre a un escepticismo casi anárquico.

Nos encontramos ante algo muy profundo, cultural, filosófico en cuanto a que se movilizan pareciendo inspirados en preguntarse qué hacemos en este mundo, para qué toda esta institucionalidad que no responde a los anhelos tan prometidos y luchados que han alejado a los militantes de siempre a un escepticismo casi anárquico.

Incluso puede hablarse de fenómeno psicosocial propio de las grandes crisis de época que las cambia solo el paso del tiempo. Esto no es nuevo en la humanidad. Es parte de ella pero requiere saber entender cada caso. Y este no lo hemos entendido aún.

No es una revolución. Pero se parece a una situación revolucionaria en los términos más leninistas cuando el calvo Vladimir, nos decía por escrito, que ésta consiste en que los de abajo no quieren ser conducidos por los de arriba y los de arriba no pueden controlar a los de abajo. 

Estos rebeldes de hoy no buscan respuesta en la política y sin embargo hacen temblar al poder. Eso es política. Son blandos en el sentido de la organización para conquistar el poder pero son duros para protestar contra él.

El ideólogo de antaño hoy día no se prepara para la revolución sino que cuida al oso panda, no fuma en los bares, no quiere partidos, quema su biblioteca revolucionaria en noches de invierno, recicla la basura, sufre por el plástico en todos los mares y tiene más rabia que nostalgia. 

Pero los políticos no encontramos respuestas. Salvo la ultra derecha que sabe alentar el descontento ofreciendo poner orden en las demandas más elementales del razonamiento básico, prohibiendo las inmigraciones, deteniendo con brutalidad la delincuencia, prometiendo castigar la corrupción de las filas del otro pero castigando duramente al fin, exacerbando la identidad más reducida del nacionalismo, de la región, de la comuna, del barrio, del condominio, del edificio, de la vivienda y de la soledad individual. 

Y nos sorprenden ultras o menos ultras ganando elecciones en Brasil, en Estados Unidos, en Andalucía, en Argentina, en Guatemala, en fin, y que apenas en 7 países de los 28 de la comunidad europea ganó la socialdemocracia.

Alguien dijo en Francia que no le extrañaría que la ausencia de policía en el Arco de Triunfo haya sido un estímulo a la agresión para rayarlo para escándalo presidencia y mundial, mientras el resto de Champs Elysees tenía unos dos mil policía con barreras.

Cierto o no, la ultra derecha francesa de Le Pen se declaró a favor del descontento y contra las soluciones del gobierno. 

Deberíamos construir más preguntas que respuestas. Los teóricos mundiales se han llenado de respuestas que permiten, dentro del actual modelo de pensamiento conductual político social, hacer calzar lo que no calza. 

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