Los Acuerdos de La Habana, tras años de complejas negociaciones con las FARC, quisieron poner fin a 52 años de guerra civil, y consiguieron desarmar a la guerrilla, bajo la supervisión de la ONU.
Sin embargo, la violencia sigue extendida por muchas áreas rurales del país, donde hay poca institucionalidad y donde la manifiesta falta de voluntad política a favor del gobierno de Duque abre la puerta a múltiples abusos y asesinatos, que quedan siempre en la impunidad.
Bajo la tutela del ahora senador Uribe, Duque ha presentado múltiples batallas jurídicas contra la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP). Duque, que compró el argumento de que la JEP llevaría a la impunidad de la guerrilla, ha puesto en marcha una fracasada política obstruccionista, aunque ha sido rechazada repetidamente por el Senado.
También han fracasado varias veces los intentos de negociación con el ELN. Ante las dificultades que presenta este grupo, mucho más desestructurado que las FARC, Duque ha sido incapaz de dar continuidad al trabajo del gobierno anterior.
Haciendo estallar un mortífero coche bomba en una escuela de cadetes de policía de la capital el pasado mes de enero, el ELN puso en evidencia el muy escaso interés que tiene en una paz verdadera, y proporcionó al gobierno el argumento que necesitaba para cerrar la puerta definitivamente.
Ahora, aunque la capacidad real de Márquez, el Paisa y Santrich de reconstruir un ejército combatiente que ponga en jaque al gobierno es prácticamente nula, el mensaje que envían es un duro golpe para un Proceso de Paz ya muy debilitado.
Duque solo ha asumido una “agenda mínima de paz” que se centra en la reincorporación de guerrilleros a la vida civil y algunos programas de desarrollo, muy poca cosa para una herida tan profunda que puede volver a sangrar.
En cualquier caso, el anuncio de Márquez es una noticia trágica para Colombia. El hecho de haber permitido que la situación se deteriorara hasta el punto de que los exguerrilleros disidentes se hayan visto legitimados para situarse de nuevo al margen de la ley es un fracaso de toda la sociedad política colombiana.
Con los Acuerdo de Paz, que fueron costosísimos pero que llegaron a puerto, Colombia quiso despertar de un sueño atroz. Sin embargo parece que, gracias al error de convocar un referéndum que fue usado para boicotear la esperanza, y por culpa de la incapacidad de unos y la irresponsabilidad de otros, la pesadilla de la violencia está aquí para quedarse.
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