
Manifestantes con pancartas en la Marcha de las Mujeres en Amsterdam, enero de 2017. Crédito: Guido van Nispen / Flickr [CC BY 2.0]. Algunos derechos reservados.
En el Reino Unido, la revolución comenzó cuando alguien puso su mano en una rodilla. Las acusaciones por acoso sexual hicieron temblar al Parlamento británico. Ministro tras ministro fue obligado a dimitir. Se disculparon por un comportamiento que no estuvo a la altura de las obligaciones de los altos cargos que ocupaban. Pero los electores, enojados, exigieron explicaciones sobre cómo era posible que su comportamiento no les inhabilitase para continuar en sus puestos de diputados.
En las elecciones parciales que siguieron, todos los partidos políticos insistieron en implementar la proporcionalidad de la representación femenina a través de listas exclusivamente femeninas. Si se trataba de terminar con el acoso sexual en la política, argumentaron, entonces la cultura del propio parlamento tenía que cambiar, empezando por la misma composición de la Cámara.
Al otro lado del Atlántico, las mujeres en el Congreso de los Estados Unidos desafiaron la afirmación del presidente Donald Trump diciendo que las mujeres que lo habían acusado de agresión sexual estaban mintiendo. Exigieron poner en marcha su impeachment. Se produjo un efecto dominó, y las mujeres comenzaron a obtener justicia en la política y los negocios
Tanto los republicanos como los demócratas propusieron candidatas para la próxima campaña presidencial. La imagen de una mujer en el poder comenzó a ser la norma.
La imagen de una mujer en el poder comenzó a ser la norma.
Gracias a que el productor de Hollywood Harvey Weinstein y otros supuestos abusadores de estrellas de cine cayeron en desgracia, la industria cinematográfica se comprometió a garantizar que las mujeres dirigiesen y escribiesen por lo menos el 50% de las películas que ya contaban con la luz verde de los productores.
Después de décadas de estar pintando a las mujeres como brujas, fieras y fulanas, la cultura pop decidió que retratarnos como seres humanos completos, con vidas internas complejas era, en el fondo, rentable.
Mientras tanto, en Egipto, el diputado que afirmó que era un deber nacional violar a las mujeres que usaban jeans rasgados fue forzado a disculparse por un colectivo feminista militante, que se hacía llamar Jean Ripper (en referencia a los jeans rasgados, ripped jeans, en inglés). Una segunda revolución acabó entonces con el régimen militarista, cada vez más duro, que había condenado a los homosexuales a la cárcel y animado a mantener comportamientos sexistas.
Inspiradas por sus hermanas egipcias, surgieron colectivos Jean Ripper en Irán, Turquía, Arabia Saudita, Irak y Bahrein. Régimen tras régimen, las mujeres exigieron su poder. Las mujeres de la aldea ecológica Jinwar, en el norte de Siria, participaron activamente en las conversaciones de paz en el país, consiguiendo que su filosofía influyera en la futura toma de decisiones políticas.
En la India, la revolución fue liderada por las mundialmente famosas activistas femeninas del Gulabi Gang. Con saris rosas, salieron a las calles para enfrentarse a la violencia masculina. En China, Bangladesh, Indonesia y Filipinas, las trabajadoras se unieron y obtuvieron el control de las fábricas textiles. Por toda Australia, las mujeres que se hacen llamar "Putas pelirrojas" consiguieron que se convocasen una elecciones anticipadas. Los diputados sexistas dimitieron en bloque.
En los países de África, hubo fiscales especiales que exigieron justicia para las víctimas de crímenes de guerra. En las áreas rurales, las mujeres formaron colectivos agrícolas para desafiar a las grandes corporaciones agropecuarias respaldadas por multinacionales extranjeras, tomando el control de los medios de producción y distribuyendo los alimentos de manera justa en todas sus comunidades.
Una mano en una rodilla. Un Presidente depredador sexual. Un dioutado que culpa a las víctimas, corporaciones rapaces, lugares de trabajo explotadores donde la violencia sexual no fue denunciada. La convocatoria a la revolución caló en todos los países del mundo, desde Afganistán hasta Myanmar y Zimbabue.

Un manifestante con una pancarta en la Marcha de las Mujeres en Georgetown en enero de 2017. Crédito: James McNellis / Flickr [CC BY 2.0]. Algunos derechos reservados.
Antes de que se acabase el patriarcado, se decía que los gobiernos necesitaban un 30% de representantes femeninas para que nuestras demandas se tomaran en serio. Ahora que el estándar se sitúa ya en el 50% o más, las preocupaciones de las mujeres ya no se consideran una cuestión secundaria o un interés particular. Los derechos de las mujeres ya son asumidos como derechos humanos.
Es por eso que el aborto seguro ahora está disponible en todos los países del mundo. Hay clínicas seguras y legales disponibles en todas las ciudades, para que ninguna mujer tenga que viajar demasiado lejos para acceder a la atención reproductiva que necesita. La anticoncepción es gratuita y se proporciona cuando sea necesaria.
La investigación científica, financiada por el gobierno, condujo al desarrollo de un nuevo medicamento anticonceptivo. Este avance significa que las mujeres ya no tienen que sufrir la indignidad de los efectos secundarios dolorosos o embarazosos para controlar su fertilidad.
Los tampones, compresas, copas de luna y otros productos menstruales respetuosos con el medio ambiente se pusieron a disposición de las mujeres más pobres del mundo. Hay planes para esto sea accesible universalmente en el futuro. Por ahora, aquellas que pueden pagarlo, lo hacen para que las menos favorecidas puedan acceder también a ellos.
Todos los gobiernos del mundo se comprometieron a financiar centros de atención a crisis por violación y refugios para el maltrato doméstico. Pero su necesidad se redujo drásticamente. La educación sexual centrada en el consentimiento y el respeto condujo a una fuerte caída en la demanda de pornografía violenta y de prostitución.
Los hombres que violaron y abusaron de mujeres comenzaron a ser considerados responsables de sus crímenes. Ya no podían atacar a las mujeres con impunidad. El costo del antiguo derecho masculino a la violencia se hizo demasiado alto.
Los hombres que violaron y abusaron de mujeres comenzaron a ser considerados responsables de sus crímenes. Ya no podían atacar a las mujeres con impunidad. El coste de la violencia masculina se hizo demasiado alto como para ser asumible.
También se produjo un cambio cultural. Vimos el final de la humillante deshumanización de las mujeres en películas, televisión, música y videojuegos. ¿Por qué violaría un hombre a una mujer si la viera como persona humana, merecedora de respeto?
La introducción de la educación sexual universal y los cambios en la representación de las mujeres condujeron a la liberación de la sexualidad femenina. Las mujeres ya no se ven como ángeles o prostitutas; ya no son avergonzadas por querer sexo, ni son avergonzadas por negarlo.
Los ingresos básicos universales ayudaron a reducir el resentimiento creado por la automatización y la posterior pérdida de empleos. Los ingresos personales, combinados con una inversión pública adecuada en el cuidado de los hijos y la atención social para los adultos, han significado que nadie tenga que elegir entre la vida familiar y la estabilidad financiera.
En todo el Sur Global, la inversión en las escuelas ha significado que cada niño pueda acceder a una educación y que a ninguna niña se le niegue la oportunidad de aprender a leer y escribir. Tener mujeres más educadas ha ayudado a transformar las economías de los países con dificultades, y ha llevado a una mayor inversión estatal en educación y salud.
Pero esto no es una utopía Todavía tenemos nuestros problemas. Las desigualdades de poder todavía existen. La democracia parlamentaria es solo una, y no necesariamente la mejor forma de hacer democracia. La transición a una sociedad poscapitalista se ha estancado debido a que las facciones de derecha e izquierda luchan entre las ideologías del socialismo, el libertarismo, el capitalismo de libre mercado y el conservadurismo.
El impacto devastador del cambio climático no se ha resuelto. Los países todavía siguen luchando contra el impacto que el calentamiento global ha tenido en la agricultura. El mayor papel de las mujeres en la vida pública no ha terminado con el conflicto o la guerra. Esto se ha agudizado particularmente cuando se trata de batallas por los recursos naturales.
El cambio lleva tiempo. Y no sabemos qué nos depara el futuro. Pero esperamos que, con la libertad reproductiva, el fin de la violación y del maltrato doméstico, y el incremento de la educación para todos los niños sin importar su género, la lucha por construir un mundo mejor y más justo haya comenzado.
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