
AMLO durante una campaña política en Tejupilco, México. Wikimedia Commons. Todos los derechos reservados.
El término “populismo” se ha vuelto parte del sentido común de nuestro tiempo. Hoy uno puede asomarse a la prensa internacional y enterarse de la ola global de “populismos” que atraviesan el mundo.
La popularidad del concepto no significa, sin embargo, que éste sea un término útil para quienes desean entender nuestra cambiante realidad política. Por el contrario, como uno de nosotros ha argumentado en otros foros, el término nos ayuda poco a entender esta realidad.
Peor aún, el término se ha vuelto una auténtica herramienta política para descalificar cualquier intento de modificar el actual status quo neoliberal.
Sin entrar en las varias definiciones del término que existen[1], y en su ambigüedad, los problemas con la capacidad analítica del concepto “populismo” se hacen evidentes si vemos cómo se le usa cotidianamente.
Los críticos del populismo ponen en la misma canasta tanto a personajes, eventos y movimientos de izquierda, como de derecha.
Los críticos del populismo ponen en la misma canasta tanto a personajes, eventos y movimientos de izquierda (Podemos en España, Syriza en Grecia, Bernie Sanders en los EEUU, y Hugo Chávez, Lula, y Evo Morales en América Latina), como de derecha (Putin, Brexit, Donald Trump y, y los movimientos nacionalistas-xenofóbicos de Europa occidental y del este).
Al hacer esto, se dejan de lado las inmensas diferencias ideológicas que existen entre estos movimientos, lo cual termina por ocultar más aspectos de la realidad de lo que ilumina.
En otras palabras, el término “populismo” dirige nuestra atención hacia un aspecto “superficial” de la realidad (la oposición al status quo), y nos distrae de lo verdaderamente importante: el cómo se ejerce esta oposición (de forma democrática o autoritaria, tratando de infundir odio o buscando avanzar la justicia social).
A pesar de su pobreza analítica, el término “populismo” se ha vuelto una herramienta política que ha resultado muy útil para descalificar a cualquier crítica del status quo y para soslayar los problemas de fondo.
Por ejemplo, el término pasa por alto el hecho de que es justamente el status quo neoliberal el que ha dado lugar a los genuinos descontentos de los que nacen los muchos “populismos” de la actualidad.
Más aún, el impulso anti-populista, supuestamente prodemocrático, termina en muchas ocasiones por sospechar de movimientos que aspiran a democratizar la toma de decisiones públicas y a desnivelar las múltiples desigualdades socio-económicas que genera el actual status quo.
En estos casos, al condenar a quienes intentan democratizar el sistema, el anti-populista termina con frecuencia no sólo alineándose al status quo neoliberal, sino también tomando una postura profundamente antidemocrática.
Lo anterior es desde luego muy relevante para el caso de México. Desde años atrás, el término “populista” ha sido uno de los descalificativos favoritos contra Andrés Manuel López Obrador (AMLO), el principal opositor al lo que él llama el sistema oligárquico neoliberal que ha regido al país desde 1988.
Como en otros casos, el término ha sido políticamente útil, pese a su debilidad analítica, para quienes no quieren un cambio en el status quo.
Así pues, se ha comparado a AMLO con dos personajes con los que no tiene políticamente nada en común: Hugo Chávez, ex presidente de Venezuela y el actual presidente de los EEUU, Donald J. Trump.
Si bien los intentos por denostar a López Obrador no funcionaron en las elecciones de 2018, la bruma del concepto “populismo” sigue distorsionando la cobertura internacional sobre la victoria de AMLO.
Es curioso que incluso las propuestas de AMLO para mejorar la representación y rendición de cuentas (plebiscito para rescindir el mandato presidencial) se vean como medidas “populistas” para perpetuarse en el poder.
Sin embargo, los temas a los que los críticos del populismo raramente entran son precisamente aquellos que fueron centrales para la campaña — y la eventual victoria electoral — de AMLO: la corrupción, la violencia, y la desigualdad que han marcado al México neoliberal.
Si bien los intentos por denostar a López Obrador no funcionaron en las elecciones de 2018, la bruma del concepto “populismo” sigue distorsionando la cobertura internacional sobre la victoria de AMLO.
Como señala un artículo del Boston Review, en la prensa norteamericana proliferan artículos que asumen como una premisa que no requiere mayor discusión que AMLO es un populista. Y lo mismo podría decirse de los medios en otros países.
También abundan los artículos y comentarios que lo comparan con Trump (el “Trump mexicano”) — como si la esencia política de estos dos personajes fuera comparable.
Mas tal es la fuerza del apelativo “populista” que puede convertir a dos figuras políticamente tan diferentes en algo similar — lo cual sería risible si no fuera por el miedo y la desconfianza a los que pueden dar lugar estas comparaciones.
En suma, en tanto herramienta de análisis, el “populismo” es muy pobre. Como herramienta política, sin embargo, el término ha resultado bastante útil para quienes desean descalificar a quienes critican al status quo neoliberal.
Al descalificar, se soslaya cualquier debate sobre las terribles desigualdades generadas por este status quo.
Lejos de pretender desdeñar a quienes se preocupan por el “populismo" de manera genuina, pensamos que quienes se interesen en entender la realidad política actual harían bien en dejar atrás este término, y en pensar en mejores formas de caracterizar dicha realidad.
[1] Sin embargo, consulta la referencia previa, y un artículo más corto aquí.
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