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La dictadura brasileña me secuestró de bebé, y sigo sin respuestas

Para muchos brasileños hoy, la dictadura es vista como algo que debe ser conmemorado. La historia de Rosângela nos obliga a nunca olvidar. English

Beverly Goldberg
8 abril 2019, 12.01am
Rosângela con sus padres adoptivos

Rosângela Paraná sintió un escalofrío recorrer todo su cuerpo al ver que las pancartas de los manifestantes decían: ‘Felicidades, militares. Gracias a ustedes Brasil no es Cuba”, o “No fue golpe, fue levantamiento popular”.

Para Rosângela, y para muchos otros brasileños víctimas de la dictadura militar, especialmente las más de 20.000 víctimas de tortura y los familiares de los 434 asesinados y desaparecidos, las manifestaciones a favor de la dictadura son un recordatorio aterrador de que los fantasmas del pasado nunca se apaciguaron.

Rosângela revive su historia, temiendo por lo que se ha convertido Brasil: “Hoy soy una persona incompleta. Todo lo que me pasó fue fruto de la maldad humana, y esto es algo espantoso”. Ella fue secuestrada siendo bebé, y adoptada ilegalmente por una familia de militares, en 1963. Su padre adoptivo falsificó su certificado de nacimiento y nunca le reveló nada acerca de sus padres biológicos.

Ella es uno de los 19 casos que han salido a la luz recientemente, gracias al trabajo investigativo del periodista brasileño, Eduardo Reina. Su libro Cautiverio sin fin relata el secuestro de bebés y menores, hijos de activistas de izquierda, que luego fueron adoptados ilegalmente por familias militares. Solo ahora, en el 2019, 34 años después del fin de la dictadura, salen a la luz estas historias.

“Si no fuera por la confesión, tengo certeza absoluta que no me habrían contado nada”

Rosângela acumula muchos recuerdos de una infancia infeliz, donde sufrió abusos de todo tipo a manos de su familia adoptiva. “Cuando era joven iba de escuela en escuela. Me daban pastillas todos los días para que me quedara dormida. En la casa en la que vivía siempre había gente apostando, fumando y bebiendo, y siempre, en estas fiestas, había un hombre adulto que intentaba abusar de mí”.

Relata que su madre aceptaba los abusos como si fueran normales: “Nunca tuve elección, mi vida entera era obedecer”. Cuando la familia pasaba por dificultades financieras, la usaban como “moneda de cambio”, es decir, la vendían para conseguir lo que deseaban, dejándola con cicatrices emocionales y físicas que nunca se han curado.

A pesar de los abusos brutales que sufrió durante su infancia, ella vivió casi toda su vida sin saber cuál era su verdadero origen familiar, quienes eran sus verdaderos padres.

Las revelaciones de Rosângela abren la preocupante posibilidad de la existencia de muchos más casos de bebés secuestrados durante la dictadura, más allá de los 19 recientemente revelados.

“Fue una prima, que nunca conocí personalmente, quien me mandó un mensaje por Facebook en 2013 diciéndome que debería estar agradecida a la familia Paraná, que me rescató de mi madre. Luego hablé con una tía que, agresivamente, me confirmó la verdad, y me contó que la fecha de mi nacimiento había sido falsificada, junto con el certificado correspondiente”.

Esta información fue confirmada más tarde por Eduardo Reina, con quien logró localizar el certificado de nacimiento original, donde se declaraba que era “hija ilegítima” de los Paraná.

“Si no fuera por la confesión de mi prima, tengo certeza absoluta de que no me habrían contado nada” dice de su pasado. “Me criaron para no ver, para no escuchar, y para no hablar”. Las revelaciones de Rosângela abren la preocupante posibilidad de la existencia de muchos más casos de bebés secuestrados durante la dictadura, más allá de los 19 recientemente revelados.

Muchos no conocen sus orígenes verdaderos debido a las estructuras de poder que, con mucho éxito, han podido ocultarlos.

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Certificado de nacimiento falsificado de Rosângela

¿Cómo hemos podido llegar hasta aquí?

El regreso de manifestaciones a favor de la dictadura como las que vivimos recientemente revelaría que en 55 años hemos aprendido muy poco. El apoyo público a esta forma de represión es evidente en las calles de Brasil, encarnado en una mujer que atacó a un manifestante anti-dictadura con un spray pimienta hace poco. Más preocupante aún es el hecho revelado en el 2017 por el Instituto Paraná de Encuestas: el 43,1% de los brasileños apoyaría una intervención militar provisional, mientras sólo el 51,6% estaría en contra y el 5,3% son indecisos.

Estas cifras no sorprenden mucho si tenemos en cuenta que el hombre más poderoso del país es un revisionista y nostálgico de la dictadura militar. Jair Bolsonaro, ex-militar y conocido por sus comportamientos fascistas, dejó clarísima su postura respeto a la dictadura en un reciente discurso de su portavoz.

“No hubo golpe en Brasil, hubo una movilización popular, de civiles y militares que se juntaron para recuperar el rumbo de un país que se perdía”, sostuvo Bolsonaro. Para él, el 31 de marzo es un día de conmemoración, y ordenó al Ministro de Defensa que organizase una ceremonia en honor al golpe militar.

Pero, ¿cómo hemos podido llegar hasta aquí, a un punto en el cual la memoria histórica del periodo del reino militar está tan dañada que haya tantos brasileños celebrando abiertamente la dictadura en las calles? Para entender el presente uno siempre debe mirar hacia el pasado. En Brasil, nunca existió justicia transicional después del fin de la dictadura como sí existió, aunque de forma imperfecta, en Argentina.

Debido a las restricciones de la Ley de Amnistía, sólo se ha revelado información limitada sobre los hechos.

En Argentina, el presidente Raúl Alfonsín logró capitalizar un sentimiento anti-dictadura en la sociedad, y destacó la necesidad de investigar y juzgar los crímenes de la dictadura y a sus responsables al ser elegido en 1983 durante la transición. Él abolió la Ley de Amnistía previamente aprobada, se comprometió a juzgar las juntas militares, y creó la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (CONADEP) para investigar los casos de los desaparecidos, que publicó sus resultados un año después en un libro llamado ‘Nunca más’.

En cambio, la transición brasileña tomó un camino muy distinto. La Ley de Amnistía de 1979, perdonó todos los crímenes con supuestos motivos políticos durante el periodo militar, y hasta el día de hoy, la Justicia de Transición del Ministerio Público sólo ha podido investigar ciertos casos famosos, como el del periodista Vladmir Herzog, dejando en la oscuridad la verdad sobre lo que realmente sucedió entre 1964 y 1985. Debido a las restricciones de la Ley de Amnistía, sólo se ha revelado información limitada sobre los hechos y sólo se ha podido proporcionar reparación financiera a un grupo reducido de familias víctimas de la dictadura.

No cabe duda de que el apologismo de la dictadura que existe hoy en Brasil tiene todo que ver con el olvido al que el país fue sometido durante la transición por las élites militares, que conservaban mucho poder en las mesas de negociación en el 85.

Historias como la de Rosângela que dan cuenta de secuestros de bebés y su posterior adopción ilegal por parte de familias militares, sólo están saliendo a la superficie ahora, debido a que las instituciones democráticas en Brasil no han sido capaces de derrotar una ley que ahora defendería el hombre más poderoso del país.

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Padre adoptivo de Rosângela con colegas militares.

Solo el trabajo incansable de los defensores de derechos humanos y periodistas como Reina han permitido que estos hechos salgan a la luz.

Sin embargo, parece que en estos momentos es más peligroso que nunca en Brasil hablar en contra de los intereses de los poderosos que gobiernan el país. La familia del presidente Bolsonaro, según investigaciones recientes, tiene fuertes conexiones con el asesinato de Marielle Franco.

Eso demostraría que está dispuesta, junto con sus aliados poderosos, a silenciar a los que hablen en contra de los valores que pretenden defender: el militarismo, la supremacía blanca, el evangelismo de corte ultraconservador, y el capitalismo neoliberal en su forma más implacable.

No podemos dejar que Rosângela caiga en el olvido, como tantas otras víctimas de la dictadura brasileña. Opiniones como que la dictadura brasileña fue una ‘dictablanda’ en comparación con las otras del Cono Sur han sido y siguen siendo ampliamente difundidas en medios de comunicación brasileños, y este discurso peligroso silencia las historias de quienes realmente experimentaron la violencia brutal de la dictadura militar.

Hasta el día de hoy, Rosângela sigue sin saber la verdad sobre quienes eran sus padres biológicos. Sólo logró que su hermano adoptivo, quien también intentó abusarla varias veces, le contara que su “madre biológica era muy bonita”, y que su “padre estaba preso” en el momento de la adopción.

Rosângela, y tantos otros como ella, no vivirán en paz hasta que los crímenes horrorosos de ese régimen político brutal que fue la dictadura brasileña se investiguen de forma adecuada y comprehensiva, abriendo la puerta a encarcelar a los responsables de la violación de derechos humanos que siguen sin castigo hoy.

Sólo la verdad cura. Si no se revela lo que realmente ocurrió y se logra justicia, los tejidos sociales de la sociedad brasileña tendrán siempre presente las heridas causadas por un trauma espantoso, que nunca cicatrizará del todo.

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