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Se necesitan líderes, pero no unos líderes cualquiera

El mayor peligro para nuestra seguridad no son los refugiados que buscan una vida mejor, sino los políticos que aprovechan el foco de atención para manipular miedos y ansiedades. English.

Manuel Nunes Ramires Serrano
2 mayo 2019, 12.01am
La Primera Ministra de Nueva Zelanda, Jacinda Ardern, se reúne con miembros de la comunidad musulmana tras el ataque a Christchurch, Nueva Zelanda, el 16 de marzo de 2019. Foto: BORIS JANCIC/AAP/PA Images. Todos los derechos reservados.

"Todos querían seguridad, pero primero querían sentirse más amenazados".

– Gonçalo M. Tavares, Aprender a rezar en la era de la técnica.

Hoy, en nuestras democracias, todavía se espera que los periodistas cubran las noticias de la manera más imparcial posible y promuevan un debate abierto (y civilizado). Pero su capacidad para actuar como contrapoder está siendo socavada por los gobiernos autoritarios, la censura en Internet y los demagogos que presentan a los periodistas como enemigos del pueblo. Y hace su regreso la propaganda, amenazando a la democracia y a la libertad de expresión.

Dar con lo que es noticia no es tarea fácil. Los motivos que nos motivan a escribir son a veces tan inescrutables como los que nos impulsan a no hacerlo. Los periodistas competentes tratan de discernir lo que hace la gente común en circunstancias extraordinarias y lo que significa ser humano cuando se dan esas circunstancias.

Cualquier cosa puede ser noticia, pero no todo tiene interés periodístico. No debemos jugar con los titulares y lo que contamos debe tener un propósito. Como mínimo, no deberíamos proporcionar plataformas para los mensajes que difunden los populistas ni tampoco privilegiar el impacto de una aparición pública por encima de su valor real para el público en términos de contribución a que la gente pueda formarse una idea.

Como argumentaba George Monbiot recientemente en The Guardian, "el producto más demandado hoy es el ruido" y los políticos de todo el mundo han aprendido a satisfacer la demanda. Debemos reconocer que nuestro fracaso en priorizar la información por encima del sensacionalismo y el periodismo de ciberanzuelo se traduce en ciudadanos desinformados, instituciones débiles y democracias vulnerables.

Jugar con los titulares

El populismo crece y se fortalece en la brecha que separa las promesas que hacen los políticos y la imposibilidad de cumplirlas. Tras varios lustros de ansiedad social, de aumento de la desigualdad y de disminución de las oportunidades, los populistas han logrado convencer a muchos ciudadanos de que las instituciones de la democracia liberal se han corrompido más allá de cualquier posible reparación y que el diálogo ha dejado de tener sentido; en su lugar, hay que intensificar el conflicto y priorizar las emociones.

Los políticos tienen que recuperar su capacidad de comunicarse con la gente y llegar a consensos; hay que recuperar el uso del término adversario en lugar de enemigo.

Luchar contra este fenómeno debe hacerse con cierto conocimiento de las razones por las que la gente decide apuntarse a él. Los políticos tienen que recuperar su capacidad de comunicarse con la gente y llegar a consensos; hay que recuperar el uso del término adversario en lugar de enemigo. Entablar este debate debería ser una prioridad en todas partes y no solo donde el populismo es ya una opción y sus adalides están logrando establecer la agenda.

Portugal sería un excelente lugar donde empezar. Allí no hay apetencia de demagogos y la extrema derecha no ha llegado al Parlamento. La cruzada contra los inmigrantes no tiene mucha tracción y hasta la fecha sus tiros ideológicos les han salido por la culata. Portugal es una democracia moderna y pluralista y la población es consciente de que su historia y su cultura son producto de distintas tradiciones. Existe el racismo, pero la raza y la religión no suelen usarse como munición en las lides políticas.

Sería sin embargo ingenuo pensar que las cosas no pueden cambiar. Los populistas han triplicado el número de votos en Europa en los últimos veinte años y más de una cuarta parte de los ciudadanos europeos apoyaron algún tipo de populismo en las últimas elecciones.

En Portugal, la mayoría de los partidos establecidos se han mantenido alejados de las narrativas que demonizan a los inmigrantes y acusan a las élites europeas de estar diluyendo “nuestra civilización”. Sin embargo, ante la proximidad de elecciones, algunos parecen estar dispuestos a probar el libro de recetas populista. No son abiertamente racistas, pero no tienen inconveniente en echar mano de un discurso que atiza el miedo por un puñado de votos.

Entre estos últimos se cuenta un eurodiputado que protagonizó titulares hace un par de semanas diciendo que Portugal "necesita personas, pero no personas cualquiera". En una entrevista, Nuno Melo (miembro del Partido Popular) argumentó que si bien la inmigración no es un problema en Portugal, no hay que rendirse a lo políticamente correcto y recibir con los brazos abiertos a quienes constriñen nuestra forma de vida – deben respetar nuestras leyes, tradiciones y cultura y tenemos que hacer cumplir a rajatabla las normas laborales para evitar el efecto llamada.

La mayoría de los expertos discreparían de su análisis. Las migraciones, según los Objetivos de Desarrollo Sostenible y el Pacto Mundial sobre Migración, son un problema global y responsabilidad de todos los países. Abordar este problema con intervenciones militares en los países de origen es una idea terrible que solo empeoraría una situación ya mala de por sí. Presentar la guerra como un antídoto contra la migración es irresponsable y engañoso.

Afortunadamente, Melo está de acuerdo en que hay que rescatar a todos los que llegan a nuestras costas. Pero advierte que debemos asegurarnos de que han llegado aquí por motivos justificados y que no van a poner en peligro a los ciudadanos portugueses. Es difícil estar en desacuerdo sobre eso, pero debemos recordar a los ciudadanos que los únicos que romantizan la inmigración son los que utilizan a los inmigrantes como elemento de propaganda.

Los diversos ataques que han tenido lugar en los últimos años en Europa no han sido perpetrados por refugiados, sino por ciudadanos de segunda y tercera generación a los que les cuesta encontrar su lugar en la sociedad debido en parte al desempleo y al racismo. La batalla que hay que librar es contra los extremistas, no contra personas con los sueños y aspiraciones de la gente común.

La batalla que hay que librar es contra los extremistas, no contra personas con los sueños y aspiraciones de la gente común.

La mayoría de los inmigrantes que llegan a nuestras costas lo perdieron todo. No desean estar aquí, preferirían estar en su casa con sus familiares y amigos. Si buscan refugio en nuestros países es porque no se les permite vivir allí de donde provienen. Darles la bienvenida no es tomar ninguna decisión económica - es nuestra responsabilidad como europeos.

Líderes, pero no líderes cualquiera

Tras la masacre de Christchurch que se cobró la vida de cincuenta personas, mujeres de toda Nueva Zelanda se pusieron pañuelos en la cabeza y hiyabs para mostrar su solidaridad con los musulmanes. Es fácil entender por qué. Los musulmanes son parte de la comunidad y fue a la comunidad a la que se atacó. Querían mostrar apoyo y empatía hacia sus conciudadanos. Y Jacinda Ardern dio un ejemplo que otros líderes en todo el mundo deberían seguir.

Los populistas se ceban en la inseguridad y la desinformación. Alimentan sentimientos confusos en la gente y fabrican narrativas y enemigos imaginarios. Acusan a las élites de no hacer nada para contener un complot para destruir nuestra forma de vida: de abrir de par en par las puertas a los forasteros mientras hacen todo lo posible por destruir nuestra civilización - no la de ellos.

Es difícil hacer frente a la agenda populista porque la crisis que estamos atravesando es una crisis de confianza y no de hechos. Restaurar la confianza en las instituciones de la democracia liberal y contrarrestar las narrativas basadas en prejuicios requiere verdadero liderazgo por parte de los políticos y sentido común por parte de los periodistas.

Los titulares tienden a enmarcar los temas y a fijar el tono del debate. Los periodistas deberían ser conscientes del impacto de las palabras e imágenes que utilizan y abstenerse de facilitar plataformas para que los populistas alimenten la confusión. Hoy en día, privilegiar la indignación pública por encima de la información veraz es práctica común y determina cómo percibimos a los refugiados y cómo hablamos sobre la inmigración.

Una primera página con un político diciendo que Portugal "necesita personas, pero no personas cualquiera" no es nada útil si a lo que aspiramos es a tener un debate racional sobre migración. Para cambiar la narrativa, hay que centrarse en los hechos: en por qué Portugal acogió solo a 1.674 refugiados entre diciembre de 2015 y el primer trimestre de 2018, a pesar de estar dispuesto a acoger al menos al doble.

Esto podría ser el inicio de conversaciones y entrevistas con expertos y políticos responsables que informaran a los lectores acerca de las familias que llegaron a Portugal durante ese período y también de que se espera que en 2019 lleguen más de mil familias más provenientes de Turquía y Egipto. Estoy convencido de que a los lectores les gustaría saber que los refugiados que se quedaron en Portugal encontraron un nuevo hogar y personas dispuestas a ayudarles, y que las entidades gubernamentales y varias organizaciones como el Consejo Portugués para los Refugiados y la Plataforma de Apoyo a los Refugiados les ayudaron a integrarse en nuestra sociedad y a reconstruir sus vidas.

Portugal - y la Unión Europea - necesita líderes, pero no líderes cualquiera. Necesitamos políticos capaces de unir a la gente, no de dividirla

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Yanis Varoufakis, ex Ministro de Hacienda de Grecia y candidato de DiEM25 (Democracia en Europa 2025), durante una manifestación en Atenas, Grecia, 1 de mayo de 2019. Foto: Angelos Tzortzinis/DPA/PA Images. Todos los derechos reservados.

La integración es un proceso que supone un reto y el mayor reto sigue siendo cómo integrar a los refugiados en el mercado laboral y proporcionarles recursos para que logren ser financieramente independientes. La burocracia no hace las cosas fáciles, pero se puede lograr.

Pregúntese a una familia de diez refugiados sirios que abrió un restaurante en Lisboa para compartir su cocina con los portugueses. Obténgase más información sobre la Plataforma Global para Estudiantes Sirios que está apoyando a casi doscientos estudiantes que quieren cursar estudios en Portugal. Sépase que cinco años después de su llegada, Hazem Hadla se convirtió, gracias al apoyo de la Plataforma, en el primer refugiado sirio en obtener un doctorado en Portugal.

La realidad es mucho más compleja de lo que los populistas dicen y quieren que creamos. Las imágenes son armas, como afirma Adam Gopnik, pero para armarlas se necesitan actores malos. No debemos permitir que personas que saben muy poco del tema de la inmigración sean las que enmarquen cómo se habla de ella.

Los refugiados no ponen en peligro nuestro modo de vida. Es cierto que tienen sus tradiciones. Y que esperan, algún día, poder celebrarlas en casa. No quieren hurtarnos nuestros puestos de trabajo y no han venido a evangelizar Europa. Están aquí porque la guerra ha destruido sus hogares y porque no pueden criar a sus hijos entre los escombros.

Portugal - y la Unión Europea - necesita líderes, pero no líderes cualquiera. Necesitamos políticos capaces de unir a la gente, no de dividirla. El mayor peligro para nuestra seguridad no proviene de niños que enseñan sus calificaciones escolares para demostrar que han venido aquí con buenas intenciones, sino de los políticos que aprovechan el foco de atención para manipular miedos y ansiedades con el objetivo de ganar elecciones.

Y de los periodistas que les permiten salirse con la suya.

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