
Evitar el colapso de la democracia es nuestra responsabilidad
La democracia necesita seguir avanzando. Si eludimos nuestra responsabilidad de revivir los valores que la sustentan, nuestras sociedades liberales colapsarán con el tiempo.

La política y la fotografía tienen mucho en común. Según Susan Sontag, ambas desean controlar y enmarcar la realidad. Tomar fotografías se ha convertido en un método para validar experiencias, mientras que las noticias se han convertido en una forma de interpretar el mundo de acuerdo a nuestros intereses. La idea de que es posible hacer esto con impunidad, explica por qué luchamos hoy en día para distinguir entre lo que es conveniente y lo que es correcto. El consenso pragmático se ha convertido en la excepción, y la norma es una sociedad dividida en campos doctrinarios. El discurso público se ha vuelto grosero, y la obsesión por líderes mesiánicos y narrativas teatrales han impedido que nos enfoquemos en los problemas reales que aquejan a nuestras sociedades.
El espectáculo de la política
La política de hoy se ha convertido en otra forma de entretenimiento. Las campañas no buscan defender una noción particular de la felicidad, sino que buscan transformar a los políticos en celebridades. Los debates no son sobre conocimiento político, sino la simpatía. Los legisladores al otro lado del pasillo no son más que nuestros adversarios, y la construcción de puentes raramente es una opción. Intentar entender diferentes puntos de vista requiere mirar a través de lentes invertidos - algo que no es fácil ni cómodo - y a la mayoría de los políticos no les interesa la política de bajo perfil en la era del espectáculo y las redes sociales.
Donald Trump es un subproducto de los tiempos que estamos viviendo. Un presidente incompetente para un sistema incapaz de adaptarse a las disrupciones económicas y a la desigualdad. La mayor parte de su liderazgo la ha hecho en Twitter, y todo lo que el Sr. Trump tiene para ofrecer fuera del mundo digital son decisiones de política exterior impensadas y una inquietante simpatía por los regímenes autoritarios. Pocos presidentes han sido capaces de infligir tanto daño en tal período de tiempo. Cada vez menos partidos políticos han comprometido su futuro voluntariamente a un presidente que no respeta las instituciones democráticas ni tampoco el estado de derecho.
La política de hoy se ha convertido en otra forma de entretenimiento.
El Sr. Trump no se levantará a hacer frente a los retos del futuro. La pregunta es si los políticos y periodistas descenderán a su nivel. Muchos legisladores se preocupan demasiado por el juicio político y demasiado poco por las consecuencias de la polarización y el partidismo. En cuanto a los periodistas, parecemos incapaces de quitar nuestros ojos del Presidente y hemos pasado por alto todo lo que se debió haber aprendido durante la última campaña presidencial. El resultado es un ecosistema venenoso de información que fomenta un enfoque superficial y afectivo en la política, que además socava las instituciones y la confianza pública en nuestros sistemas democráticos.
Los falsos profetas
Tres años después de la elección Donald Trump, el mundo no es un mejor lugar. Siria está en ruinas. América Latina está en crisis. Hong Kong está luchando por la libertad. Y en Europa, los partidos populistas de extrema derecha están ganando impulso. En España, Vox se ha convertido en una fuerza importante en sólo tres años. En Francia, Marine Le Pen amenaza con sacar a Emmanuel Macron, mientras que en Italia, Matteo Salvini está tramando su regreso al poder. En el Este, Hungría está completando su transformación en una democracia no liberal bajo Viktor Orban, mientras que el gobierno polaco intenta socavar la independencia judicial e intimidar los periodistas a la sumisión.
Los populistas de extrema derecha no son un peligro sólo por las ideas que imparten, sino porque además fomentan la polarización y socavan la legitimidad democrática. Antes de su llegada, la fórmula para ganar las elecciones solía ser sencilla: encuentra soluciones que sean aceptables para la mayoría de los ciudadanos y hazlas sin arruinar la administración. Sin embargo, desde los años noventa, la matemática no encaja.
Los populistas de extrema derecha no son un peligro sólo por las ideas que imparten, sino porque además fomentan la polarización y socavan la legitimidad democrática.
Cuando la ansiedad económica y los problemas socio-culturales se mezclan, como la inmigración y la pérdida de soberanía, los líderes populistas sobrepasan a los políticos tradicionales. Ellos son capaces de traducir las experiencias y los problemas de los votantes en un lenguaje comprensible de ellos contra nosotros. Abrumados y desesperados por permanecer en el poder, la mayoría de los gobiernos y de los candidatos terminan normalizando a sus adversarios extremistas.
Estas son aguas peligrosas. Los intereses son maleables y el mensaje correcto, la presentación y las promesas, pueden transformar lo que las personas consideran fundamental. Los noticiarios se pueden convertir rápidamente en programas de televisión, con sus héroes, villanos y narrativas interminables. El orden público y la seguridad pueden, con el pasar del tiempo, llegar a ser más importantes que los derechos humanos y la libertad de prensa. La democracia puede descender lentamente al autoritarismo. Y hay poco que podamos hacer al respecto si seguimos jugando un juego que no sabemos cómo ganar.
Remodelación de la democracia
Las reglas del juego no dictan silencio o apatía. Recuperar la confianza de los ciudadanos exige tomar la iniciativa. Los partidos principales deben dejar de reaccionar a las soluciones presentadas por los partidos de extrema derecha y deben desafiar sus premisas. La desconfianza se construye sobre la desigualdad económica, y debe abordarse mediante el desarrollo de una agenda realista e innovadora para reducir el desempleo, proteger el medio ambiente y acabar con los esquemas de evasión de impuestos. En cuanto a los periodistas, deben informar sobre los populistas con responsabilidad, exactitud e imparcialidad, ayudando a los ciudadanos a entender las sociedades en que viven con el fin de tomar las decisiones correctas. Haciendo eco de Camus, el público no quiere saber lo que Donald Trump come para el desayuno y el número de veces que tuitea, pero se le ha enseñado a quererlo durante tres años. Y eso no es lo mismo.
Derrotar a los políticos de extrema derecha es una lucha global. Y la próxima oportunidad para dar una respuesta diferente se está materializando en un país pequeño al otro lado del Atlántico. Portugal era, hasta octubre, uno de los pocos países en Europa donde los partidos de extrema derecha no eran una amenaza previsible. A pesar de ello, este país ejemplar eligió su primer representante de extrema derecha hace dos meses. Y André Ventura, su líder, ya es omnipresente en el discurso público. Como ocurrió en España y los Estados Unidos, la cobertura mediática magnificada ha creado un personaje más grande que la realidad, que no tiene los votos para cambiar la política, pero tiene la influencia de monopolizar los titulares y construir una base de apoyo. Los políticos no han hecho un mejor trabajo. En lugar de exponer sus contradicciones y el oportunismo, han optado por aislarlo y han fortalecido la percepción de que la clase política le está persiguiendo. El resultado no es sorprendente, el apoyo a la extrema derecha ya se ha duplicado de acuerdo con encuestas.
Los políticos y los periodistas deben pensar dos veces sobre su enfoque. Tenemos una oportunidad para ajustar nuestro diagnóstico y llegar a una solución diferente. Una oportunidad para revivir el debate ciudadano, adelantar la justicia social y atender las quejas del público. La democracia no es un evento de una sola vez - debe continuar moviéndose adelante y seguir mejorando con el tiempo. Si eludimos nuestra responsabilidad de revivir los valores que la sustentan, nuestras sociedades liberales colapsarán con el tiempo.
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