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Trump y el populismo machista

El trato que Donald Trump dispensa a las mujeres no es un tema de estilo: proviene de ideas populistas y fascistas que exaltan el poder masculino y promueven la misoginia. English

Pablo Piccato Federico Finchelstein
3 octubre 2016
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Evan Vucci/AP/Press Association Images. Todos los derechos reservados.

En el debate inaugural entre los candidatos a la presidencia de los Estados Unidos, Donald Trump no pudo evitar usar tácticas de bullying y verbalizar su obsesión con el aspecto físico de las mujeres. Una vez más puso en duda la “catadura” y el aguante físico de Hillary Clinton para ser presidenta, reproduciendo ataques anteriores sobre su salud. Trump no se hizo atrás cuando Clinton, la primera mujer en presentarse al más alto cargo político de Estados Unidos, le acusó de ser racista y misógino.

Para la mayoría de los expertos, este fue tan solo otro ejemplo más de Trump siendo Trump, un aspecto habitual de su personalidad exuberante. De hecho, los comentarios de Trump sobre las mujeres no son sólo una cuestión de estilo, sino un tema claramente político. Son comentarios que traslucen creencias que trascienden sus irreparables rasgos de carácter. Forman parte de una ideología enraizada en la historia del populismo y el fascismo. Dado que sus actitudes hacia las mujeres explícitamente ideológicas, deben ser tomadas en consideración en  cualquier intento por comprender lo que sus seguidores (en su mayoría hombres) piensan sobre la política y las relaciones de género, y lo que supondría una administración de Trump (véase “Donald Trump puede estar mostrándonos el futuro de la política de derechas”, Washington Post, 27 de febrero de 2016).

Trump se presenta como la “voz” de la nación, pero también como la personificación del espíritu del capitalismo. En esto, Trump se parece mucho al ex primer ministro populista italiano Silvio Berlusconi. Su capacidad de atraer a los votantes se explica en parte por la combinación de su proyección como figura demótica y el mundo exclusivo de los multimillonarios. Esta poderosa noción de “hombre rico del pueblo” está relacionada con nociones muy represivas de la masculinidad.

Así, para Trump, tener visión para los negocios (“ser listo”, como dijo en el debate) justifica no pagar impuestos federales. Y le permite humillar de forma racista y misógina a una modelo hispana empleada suya porque supuestamente había engordado. Como dijo Hillary Clinton: “Trump llamó a esta mujer Señora Cerdita. Después le llamó Señora de la Limpieza porque era latina. Donald, ¡ella tiene un nombre!”

Lo que Trump propone es un modelo machista de liderazgo en el que se combina sexismo, misoginia y poder del dinero. En esto vuelve a parecerse una vez más a Berlusconi, pero también a Carlos Menem en Argentina y a Abdalá Bucaram en Ecuador, ambos presidentes populistas neoliberales de los años 90. Perspectivas autoritarias similares en relación al género y a la sexualidad han aparecido más tarde en los populismos de izquierda en América Latina, como en Ecuador con Rafael Correa, a pesar de que otros populismos de izquierda y de derecha rechazaron estas formas de discriminación. En la Argentina post Menem y en la Bolivia de Evo Morales, los populistas han logrado importantes avances legales en relación a la igualdad de género y sexual.

La obsesión del macho

Algunos expertos en populismo explican estas diferencias a través de un contraste de estereotipos: el tipo emancipado y progresista “del norte” frente a los tipos patriarcales de América Latina. Pero esto plantea problemas. La mayoría de los populismos de derechas emplean formas de represión sexual y de género, como en el caso de los intentos de prohibición o de las leyes contra el uso del velo en varios países europeos.

El elemento machista de los líderes populistas, en el que se mezclan un capitalismo agresivo y el emprendedurismo con posturas de género represivas, trasciende las regiones y los continentes. Un líder que es dueño de la verdad, y que sabe mejor que la gente misma lo que ella quiere, incluyendo una visión represiva en materia de género: esta es la combinación que conecta a Trump con Berlusconi, Bucaram y demás. En sus mentes, “la corrección política” es profundamente antidemocrática porque cercena la expresión de las “verdaderas” creencias de la gente acerca de las jerarquías de género. Lo que quiere realmente la gente, dicen, es que las mujeres estén relegadas y valoradas de acuerdo con la escala de valores, en cuanto a  belleza y obediencia, de estos líderes.

En este contexto, la  denuncia que hacen estos líderes de la “política de siempre” incluye constantes referencias vulgares a la anatomía masculina y la objetivación en serie de la mujer. La “garantía” de la masculinidad de Trump y sus comentarios jactándose del tamaño de su pene durante un debate en primarias es ejemplo de ello; otro ejemplo más reciente es el comentario que hizo en un programa de televisión sobre sus altos niveles de testosterona. Berlusconi también hizo comentarios vulgares sobre la apariencia física de la canciller alemana Ángela Merkel y se jactaba de su potencia sexual, llegando a informar a los italianos que había pasado la noche con ocho mujeres. “Es mejor sentir pasión por las mujeres que ser gay”, dijo. Menem se definió a sí mismo como “medio libertino”, al haber tenido solo algunas relaciones extramatrimoniales, “lo normal” en un hombre.

El actual presidente de Filipinas, Rodrigo Duterte, ha relacionado su conexión con el pueblo con su potencia sexual: “Si puedo amar a 101 millones de filipinos, entonces también puedo amar a cuatro mujeres al mismo tiempo”. Este autoproclamado hombre del pueblo declaró que “así es como hablan los hombres”. También insultó al embajador americano con calumnias homofóbicas diciendo que le hubiera gustado violar a un misionero australiano que fue violado y asesinado en una revuelta carcelaria en 1989.

Duterte describió a Barack Obama como un “hijo de perra” y estableció un paralelo entre el presidente americano poniendo en entredicho su actuación como presidente de Filipinas con la erosión colonialista de la soberanía nacional: “¿Quién es este hombre? Yo no tengo ningún patrón, salvo el pueblo filipino. Ninguno pero ninguno”. Se trata de un caso extremo, incluso para los estándares de Hugo Chávez o Bucaram, con los que Duterte comparte discurso machista agresivo en relación a la sexualidad y posiciones muy conservadoras en relación a los derechos reproductivos y la familia.

Bucaram comparó sus “grandes huevos” con los genitales más pequeños de los políticos de la oposición. También declaró invitada honoraria del presidente a Lorena Bobbit (que se hizo famosa por castrar a su marido abusador). Esta vulgaridad y obsesión machista dice mucho de una tendencia concreta del populismo reciente. Hugo Chávez también hizo una referencia fálica al declarar en una reunión de la Comunidad Sudamericana de las Naciones en 2006, que “necesitamos viagra política contra la impotencia política”. En 2000, hablando en su programa de televisión, le dijo a su mujer que se prepara para el sexo cuando regresara a casa: ¡Marisabel estate lista, esta noche te daré lo tuyo!”.

Las mujeres como enemigo

Este tipo de machismo populista, que aboga por la subordinación de las mujeres, no es prevalente en otras variedades de populismo. Pero ha aparecido en varias ocasiones en Argentina, Italia, Ecuador, Filipinas – y ahora Trump es su exponente en Estados Unidos. Trump mezcla sus ideas y estilo con comentarios racistas y propuestas de cosecha propia en relación a los musulmanes y los hispanos, con indiferencia por el imperio de la ley y falta de respeto por la separación de poderes, y un profundo antagonismo con los otros candidatos y periodistas. Esto último es lo que reflejan sus comentarios ofensivos hacia la presentadora de Fox News Megyn Kelly, después del primer debate republicano en las primarias.

La actitud de Trump hacia Kelly, y después hacia Hillary Clinton, desvela un aspecto profundo y muchas veces oculto del machismo: si todas las mujeres son inferiores, aquellas que levantan la voz, que no se quedan calladas y responden, son una ofensa contra la naturaleza y una amenaza para los hombres. Esta perspectiva es perfectamente coherente con las ideologías políticas fascista y populista que identificando a los opositores políticos como enemigos de la nación, convierte a las mujeres en su blanco principal y más visible. Ya que el enemigo del líder es un enemigo del pueblo, las mujeres pueden y deben ser atacadas sin preocupación alguna por sus derechos. Silenciar a las mujeres es el primer peldaño del proyecto autoritario de silenciar la discrepancia. Es un proyecto que ha acabado siempre por fallar, pero no sin antes infligir daños profundos.

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