
El desafío de Chile: por qué soy optimista
La elección de Gabriel Boric, un presidente de izquierdas, tiene consecuencias más allá de las fronteras del país

- Este artículo apareció originalmente en inglés en The Nation
Hay muchas razones por las que la contundente victoria de Gabriel Boric, un joven diputado de izquierdas, en las elecciones presidenciales de Chile tendrá un eco más allá de las fronteras de esa nación andina.
En una época en la que el autoritarismo ha aumentado de forma alarmante en todo el mundo, es un motivo de celebración que los votantes chilenos hayan rechazado no sólo al oponente de Boric, el ultraconservador y falso populista José Antonio Kast -admirador del antiguo dictador del país, el general Augusto Pinochet-, sino también el mensaje de miedo e intolerancia de Kast, antiinmigrante, tradicionalista, antiabortista y de orden público.
Igual de significativo es que mis compatriotas hayan elegido en Boric a un líder que, a sus 35 años, será el presidente más joven de la historia de Chile, alguien que encarna el surgimiento de una nueva generación en nuestro atribulado planeta. Las causas en las que cree son aquellas por las que los jóvenes de todo el mundo han estado luchando cada vez más: la equidad de género, el empoderamiento de las mujeres y de los pueblos indígenas, el fin de la brutalidad policial y de las políticas económicas neoliberales, la profundización de la democracia y de los derechos civiles y, sobre todo, la acción urgente contra el cambio climático.
Pero al igual que los militantes de otros lugares, Boric también se enfrenta a enormes obstáculos para promulgar los cambios cruciales que, en el caso de Chile, son necesarios para garantizar la justicia y la dignidad de la mayoría desatendida del país.
A pesar de los amplios márgenes de la victoria de Boric, con un 56% de los votos y el mayor total de la historia del país, el camino que queda por recorrer no será fácil. Al fin y al cabo, el 44% del electorado votó a alguien tan retrógrado como Kast, que, al igual que los autócratas de otras naciones (¿Trump, alguien?), ha marginado y devorado a los elementos potencialmente liberales de los partidos de derecha tradicionales. Y las grandes reformas tendrán que negociarse en un Congreso en el que la coalición radical que apoya al presidente entrante -junto con sus aliados del centroizquierda- apenas posee una mayoría viable.
Boric ha evitado la tentación de ser corrompido y domesticado por los gobernantes
Boric también se enfrenta a un país asolado por la pandemia y una crisis económica que se agita, con actores económicos y sociales atrincherados que no están dispuestos a renunciar a sus privilegios y que están más que dispuestos a sabotear los intentos de redistribuir el poder y los ingresos. Presionado por su base radical para ir más rápido, Boric tendrá que lidiar simultáneamente con los llamamientos a ir más despacio por parte de los aliados moderados necesarios para llevar a cabo una agenda de cambios estructurales extremadamente audaz. Los miembros de la élite financiera e industrial de Chile -y muchos expertos moderados- ya han dado señales ominosas de que el futuro presidente debería limitar sus ambiciosos objetivos.
Sin embargo, sigo siendo cautelosamente optimista.
En parte, esto se debe a las excepcionales cualidades del próximo presidente de Chile. Boric se forjó en las protestas estudiantiles de hace 10 años, y ha mantenido la fe en los principios de esa lucha, evitando la tentación de dejarse corromper y domesticar por los gobernantes. También ha aprendido el valor de la flexibilidad. Es alentador verle tan abierto al diálogo, observar su disposición a reconocer los errores y proclamarse como alguien -como dijo en su discurso de victoria- que escucha más que habla. Nunca hay que subestimar la capacidad de imponerse de un líder con auténtica compasión por los que sufren, que cuenta con el don único del valor y la generosidad de sus semejantes.
El ascenso triunfal de Boric llega en un momento propicio para la izquierda latinoamericana
Otro factor a favor de Boric es que una Convención Constitucional (en cuya creación tuvo un papel decisivo) está, en este mismo momento, discutiendo una nueva Carta Magna que sustituya a la fraudulenta Constitución chilena impulsada en 1980 por Pinochet y que ha obstaculizado las reformas desde entonces.
El inédito proceso de reimaginar cómo debe gobernarse la nación, de cómo puede cumplir el sueño de convertirse en una sociedad verdaderamente inclusiva, está siendo llevado a cabo por delegados que representan la inmensa diversidad del pueblo chileno. La convención cuenta con paridad de representantes masculinos y femeninos, está presidida por una mujer indígena, y está en camino de liberar a Chile de las persistentes ataduras legales e ideológicas del legado de Pinochet.
Además, se ha esforzado por hacer que sus deliberaciones sean participativas y comunitarias, una práctica que coincide con los propios instintos y experiencias de Boric y los enriquece.
Igualmente prometedor para el éxito de Boric es que su ascenso triunfal llega en un momento propicio para la izquierda latinoamericana. Argentina, Bolivia y Perú, las tres naciones fronterizas con Chile, están actualmente gobernadas, aunque de forma incierta y precaria, por administraciones de izquierdas. Más lejos, la elección de una mujer socialista como presidenta de Honduras y la probabilidad de que el progresista Lula da Silva derrote a Jair Bolsonaro (amigo, por cierto, de Kast) son otras señales de cambios importantes en el horizonte.
Los gobiernos de derecha en Ecuador y Colombia están en problemas, con la posibilidad de que el ex guerrillero del M-19 Gustavo Petro, uno de los principales candidatos a la presidencia de Colombia en las elecciones del próximo año, pueda lograr una sorprendente victoria. Y la férrea defensa de los derechos humanos por parte de Boric allí donde se violan y su compromiso con las normas e instituciones democráticas -que ya le han llevado a criticar la dictadura del pseudo-sandinista Daniel Ortega en Nicaragua y las parodias del venezolano Nicolás Maduro- podrían ayudar a una necesaria renovación y replanteamiento de la izquierda en América Latina, ayudando a evitar los errores de anteriores gobiernos revolucionarios.
Por último, sin embargo, mi convicción de que quienes votaron abrumadoramente por Boric pueden ser capaces de afrontar, junto a él, tantos y tan diversos desafíos, tiene su origen en mi existencia personal. Cuando llegué a Santiago como un niño de 12 años en 1954, nacido en Buenos Aires y criado en Nueva York, pronto quedé fascinado por la belleza de la tierra y el valor y la sabiduría de su gente. En las décadas siguientes, encontré un hogar en el vasto movimiento por la justicia social que los chilenos habían construido desde la independencia, un movimiento que culminó con el gobierno democráticamente elegido del socialista Salvador Allende. Y tras el sangriento golpe de Estado de 1973 que puso fin al experimento de Allende, me asombró e inspiró cómo el país que había hecho mío logró resistir a la dictadura con enormes sacrificios y luego derrocar a Pinochet por medios pacíficos, iniciando una transición a la democracia que, con todas sus imperfecciones, ha encontrado ahora un líder que puede ayudar al pueblo a completar su camino hacia la libertad y la igualdad.
He visto lo que los hombres y mujeres de Chile pueden hacer cuando son llamados a una causa noble. Sólo puedo rezar para que ahora, una vez más, mi país sea un brillante ejemplo de liberación para un mundo turbulento que pide a gritos un poco de luz en medio de tanta oscuridad.
Lee más
Reciba su correo semanal
Comentarios
Animamos a todo el mundo a que haga comentarios, Por favor, consulte las intrucciones de openDemocracy para comentarios