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¿Qué puede hacer la izquierda en la era del populismo de derechas?

El nuevo giro a la derecha en Europa plantea una serie de retos difíciles para la izquierda, pero también crea oportunidades. English

Léonie de Jonge
19 junio 2018
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El primer ministro portugués Antonio Costa habla durante una sesión de debate en el parlamento, en Lisboa en marzo de 2018. NurPhoto / Press Association. Todos los derechos reservados.

A lo largo y ancho del continente europeo el apoyo a la extrema derecha populista se ha visto incrementado durante las tres últimas décadas. Incluso en los países que durante décadas habían parecido inmunes a estas tendencias, como son Finlandia, Suecia y, sobre todo, Alemania, los partidos populistas de derechas se han hecho camino en la arena política. Al otro lado del espectro político, el apoyo a los partidos de centro izquierda parece estar en caída libre.

Tras las sustanciales pérdidas sufridas por los partidos socialdemócratas en Holanda, Francia y Alemania, el partido italiano de centro izquierda Partido Democrático (PD) se ha visto recientemente rebasado por los populistas perdiendo casi 7 puntos porcentuales (bajando a un total del 19 por ciento) en las elecciones generales de 2018. A la luz de estos acontecimientos, el futuro de la izquierda convencional parece desalentador.

 Los partidos socialdemócratas han sufrido severos golpes en numerosos países, pero no están en declive en todas partes.

El declive de los socialdemócratas europeos por un lado, y el aumento de la extrema derecha por el otro, tienden a ser presentados como dos tendencias correlacionadas. Sin embargo, la política electoral no es una ciencia exacta en donde las ganancias de un partido se pueden explicar simplemente por las pérdidas de otro. Si bien es cierto que los partidos socialdemócratas han sufrido severos golpes en numerosos países, no están en declive en todas partes.

Bajo el liderazgo de Jeremy Corbyn, el Partido Laborista del Reino Unido se ha autoproclamado como “el gobierno en la recámara” tras haber logrado asegurarse 30 escaños al alcanzar el 40 por ciento de los votos en las elecciones generales de 2017 – sus mejores resultados desde 2001—. En el continente, el Parti Socialiste valón sigue siendo el mayor partido de la Bélgica francófona, a pesar de haber perdido apoyo a principios de este año debido a una serie de escándalos de corrupción.

Mientras tanto, la izquierda convencional está prosperando en Portugal. Sin duda es demasiado pronto para decir adiós a la socialdemocracia.

Los sistemas de partidos en toda Europa han llegado a nuestros días más fragmentados, y con ello las políticas electorales son más volátiles y por tanto menos predecibles. Además, el declive de la izquierda convencional no puede ser atribuido sencillamente al aumento de la extrema derecha. Los partidos socialdemócratas han perdido votos en favor de partidos transversales en el espectro político. En suma, la fragmentación política afecta a todos los partidos y el trasvase de votos de los socialdemócratas a la extrema derecha populista no debería exagerarse.

¿Qué es – y qué queda— de la izquierda?

Las pérdidas electorales sufridas en las últimas décadas por los partidos socialdemócratas se deben a motivos diversos, que incluyen la desvinculación de sus partidarios y un descenso del total de su electorado de base. Esto motivó a los partidos socialdemócratas a ampliar su base de votantes mediante una aproximación al centro político con el fin de atraer a la clase media creciente. A su vez, esta situación allanó el camino a un periodo de políticas centristas que se vino a denominar extensamente como la “tercera vía”.

Hacia el final del siglo veinte la convergencia ideológica entre el centro izquierda y el centro derecha propició la aparición de diversos gobiernos de coalición centrista. Si bien esas “grandes coaliciones” (y las políticas que promulgaron) funcionaron bien en un principio, en última instancia allanaron el camino a los contendientes populistas. La convergencia política generalmente obliga a los partidos a ceder en sus ideales acordando el mínimo denominador común. Esto probablemente provoque frustración en sus votantes, quienes sienten que se les ha privado de una opción real.

¿Qué depara el futuro a los partidos socialdemócratas de Europa? ¿Está la izquierda condenada al fracaso?

Ante esta coyuntura ¿qué depara el futuro a los partidos socialdemócratas de Europa? ¿Está la izquierda condenada al fracaso? No hay respuestas fáciles a estas preguntas; dadas las escisiones en el electorado de izquierdas, no existe en modo alguno un remedio milagroso para recuperar a los votantes. De todas maneras, a la vista de la desigualdad creciente, el vacilante apoyo a los partidos socialdemócratas no puede ser atribuido a la falta de demanda.

El problema parece ser más bien la falta de oferta – en particular la ausencia de una alternativa de izquierdas creíble –. Las fuerzas centrífugas del pasado han creado un espacio para tal alternativa. Según la filósofa y teórica norteamericana Nancy Fraser, estamos ante un “interregno, una situación abierta e inestable en la que las mentes y los corazones están a disposición de todos. Esta situación no conlleva solamente peligro, sino también oportunidad: la posibilidad de construir una nueva nueva izquierda”.

¿Cómo sería esta izquierda renovada? En muchos países europeos los partidos convencionales (también los de centro izquierda) han buscado contrarrestar el aumento de los partidos populistas de derechas mediante una aproximación cordial, ya sea formando coaliciones con estos o copiando algunas de sus medidas políticas.

Por ejemplo, durante la carrera electoral de las elecciones generales de 2018 en Suecia, el Partido Social Demócrata en el gobierno anunció recientemente que quería imponer regulaciones más estrictas sobre la inmigración. Siguiendo la lógica del “si no puedes vencerlos, únete a ellos”, los partidos convencionales podrían tratar de reducir el espacio político que les separa de la extrema derecha populista, con la esperanza de que esto les ayude a ganar (a recuperar) votantes que en caso contrario elegirían la extrema derecha.

Aunque estas estrategias acomodaticias pueden beneficiar a los partidos de centro derecha, son especialmente arriesgadas para la izquierda. En primer lugar, los votantes posiblemente prefieran el original a la copia. En segundo lugar, en su cordialidad con la extrema derecha populista los partidos de izquierdas probablemente provoquen la desafección de algunos de sus votantes más leales. Además, hacer amigos con los partidos de la derecha populista puede llevar incluso a legitimarlos.

Otra opción para la izquierda podría ser una forma rejuvenecida de centrismo, como la propuesta por Emmanuel Macron y su movimiento En Marche. De manera no muy diferente de los líderes de la tercera vía, el presidente francés ha logrado atraer a votantes de ambos lados del espectro político insistiendo en que él es tanto de izquierdas como de derechas (“et droite, et gauche”) y tratando de conciliar una visión socialmente progresista con una agenda económica neoliberal.

Puede que su visión quede esclarecida en los meses y años venideros, pues Macron tratará de elevar sus ideas al nivel europeo en la carrera hacia las elecciones europeas de 2019. Sin embargo, hasta ahora el recorrido de Macron no difiere de manera significativa de lo que el centro izquierda lleva intentando en las últimas décadas. Su estrategia del “punto medio”, el tratar de llegar a todas partes y a todas las personas posiblemente fracasará a largo plazo, pues la convergencia política corre el riesgo de dejar a todos insatisfechos y puede acabar por distanciar a los votantes de ambos lados del espectro político.

Por decirlo claramente: el centro izquierda es parte del problema; después de todo, las políticas de la tercera vía  fracasaron en dar voz a los votantes de la izquierda

Una tercera solución para la izquierda, y tal vez la más esperanzadora, es la de alejarse del centro y regresar a los principios tradicionales de las políticas de izquierdas. Existen diversas posibilidades para este regreso a la izquierda. Por ejemplo, la politóloga belga Chantal Mouffe ha argumentado que el populismo de izquierdas es la única solución viable para revitalizar la izquierda y contrarrestar la marea populista de derechas. Según Mouffe, los partidos de centro izquierda no pueden ofrecer una solución para rescatar al progresismo, puesto que este es cómplice en la creación del orden neoliberal.

Por decirlo claramente: el centro izquierda es parte del problema; después de todo, las políticas de la tercera vía resultantes de décadas políticas de consenso fracasaron en dar voz a los votantes de la izquierda. Las políticas democráticas son, para Mouffe, una lucha entre adversarios políticos – es decir, el pueblo y las élites – para lograr el completo control del territorio político. El populismo, argumenta, es la única manera de devolver la voz “al pueblo”. 

Sin embargo, que una solución populista rescate el futuro del progresismo político es algo, como mínimo, arriesgado, pues implica una polarización derivada de la fisura entre el “nosotros” y el “ellos”. Al fin y al cabo el populismo gira sobre la creencia en la división social, pues opone al pueblo puro y virtuoso contra una élite malvada y moralmente corrupta.

Es cierto que, en pequeñas dosis, el populismo puede actuar como correctivo político. En efecto, puede señalar el descontento público y aquellos asuntos que de otra forma quedarían desatendidos. De todas maneras, el populismo tiende a dejar muy poco margen para el matiz y el pluralismo.

El futuro de las políticas progresistas

Toda solución viable y de largo plazo a los retos que enfrentan los partidos de izquierdas requerirá superar las divisiones sociales, combinando la experiencia con un profundo y genuino interés por aquello que realmente quieren los votantes. Supondrá encontrar modos de recuperación de la confianza en los políticos estrechando el margen que se ha abierto entre los representantes políticos y los votantes. Para lograrlo, la izquierda debe empezar por reconsiderar sus premisas.

Esto probablemente requiera la difícil combinación de ser capaz de detectar los problemas locales al mismo tiempo que ofrecer soluciones transnacionales. Y ello, a su vez, implicará atender cuestiones espinosas como la de decidir si operar a nivel nacional o paneuropeo.

Ante todo, la izquierda debe hallar maneras imaginativas de promover el interés de la gente en la toma de decisiones de la democracia. Implicará superar el partidismo y restaurar coaliciones entre su dividido electorado y hacerlo, por ejemplo, promoviendo alianzas entre los votantes de las clases trabajadoras, los sindicatos y los intelectuales de la clase media urbana. Los ejemplos de Portugal y Valonia indican que esto de algún modo es prometedor.

A estas dos formas de gobierno aún les queda por ver la llegada de un partido populista de derechas que resulte un exitoso contrincante. El fracaso de la extrema derecha en estas regiones se puede explicar, en parte, por el hecho de que los partidos socialdemócratas no se han acercado demasiado al centro y, de este modo, han mantenido fuertes lazos con la base de sus votantes.

Esto sugiere que los partidos socialdemócratas podrían actuar como “amortiguadores” o “escudos protectores” contra la extrema derecha – aunque solo si consiguen ofrecer a los votantes una alternativa clara–.

 

Traducción del original inglés: Gala Sicart-Olavide, miembro del Programa de Voluntariado de democraciaAbierta

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