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En Bolivia lo hacemos así

Bolivia tiene experiencia en lograr que salgan elegidos los “no elegibles”. Los movimientos sociales en el Reino Unido podrían sacar algunas lecciones sobre ello. Entrevista. English

Philippa de Boissière Huascar Salazar
14 febrero 2018
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CMI Cochabamba. Some rights reserved

El Estado Plurinacional de Bolivia es tan diverso como su nombre indica. Sin salida al mar, su geografía se extiende a lo largo de los Andes cubiertos de nieve, a través de inmensos desiertos de sal ricos en minerales y por selvas tropicales. Cuenta con la capital más alta del mundo, La Paz, situada a 3.650 metros sobre el nivel del mar.

El país tiene también una larga historia de resistencia. Tras más de 500 años de colonización, Bolivia sigue albergando la mayor y más diversa población indígena del continente: 36 pueblos indígenas distintos, según registro oficial. Cuando el cambio de milenio, los movimientos sociales se enfrentaron con éxito a una corporación multinacional y a un Presidente, allanando el camino para la victoria electoral, en 2005, del Movimiento Al Socialismo (MAS) y del primer presidente indígena del país.

Quedé en conversar con el académico y activista boliviano, el Dr. Huascar Salazar, a través de Skype para explorar las posibles lecciones que los pujantes movimientos sociales el Reino Unido podrían sacar de un país que tiene experiencia en lograr que salgan elegidos los “no elegibles”.

Philippa de Boissière: ¿Podría describir, para empezar, el contexto actual de los movimientos sociales bolivianos y cómo llegaron a donde han llegado?

Huascar Salazar: En términos de contexto, podríamos remontarnos muy atrás, pero me remitiré al año 2000, que fue cuando empezó una ola de resistencia ante las privatizaciones, la liberalización del mercado y otras políticas neoliberales que se estaban implementando en ese momento. Una de las luchas más emblemáticas de esa época fue la Guerra del Agua, que tuvo lugar en Cochabamba. El gobierno estaba en vías de privatizar el sistema de agua de la ciudad a través de una corporación multinacional extranjera, pero eso se paró gracias a una serie de grandes movilizaciones.

Lo interesante del caso es que estas movilizaciones no se organizaron en torno a ningún partido político o sindicato, como era tradicional. La gente no miraba hacia el gobierno ni pedía a sus representantes que resolvieran el problema. Estaban poniendo sus propias demandas sobre la mesa desde una posición más allá del Estado. De manera visceral, la gente entendió que en la división Estado-sociedad que impera en las sociedades capitalistas, las personas pierden la capacidad de tomar decisiones sobre asuntos de interés común. Los movimientos sociales no estaban dispuestos a hacer concesiones en esta cuestión. Fue esta posición al margen del Estado lo que realmente definió las luchas antineoliberales de aquella época.

En las elecciones de 2005, el MAS se hizo con la victoria llevando consigo una serie de condiciones que habían fijado los movimientos sociales y que básicamente buscaban poner límites al papel del Estado. Muchas organizaciones proponían, por ejemplo, la creación de un Cuarto Poder "Social" y su incorporación a la Constitución. Este Cuarto Poder debían encarnarlo organizaciones de base no vinculadas a la lógica política liberal, con poder para vetar cualquier decisión que pudieran tomar los otros tres poderes (Ejecutivo, Legislativo y Judicial). Fue esta una propuesta enormemente interesante, que implicaba una transformación radical del Estado y la participación directa de los movimientos sociales en la política nacional - en lugar de ser invitados a participar en política solo cada cuatro o cinco años, a través del voto, en las elecciones presidenciales.

PdB: Y ¿qué pasó?

HS: El MAS inició su mandato estrechando lazos con los movimientos sociales. Tenía un discurso progresista y antiimperialista basado en la transformación social. Pero, con el tiempo, el enfoque pasó de la necesidad de satisfacer las demandas populares a la de ganar elecciones. Esta capitulación de los partidos políticos ante la realpolitik es algo que vemos ocurrir una y otra vez. Cuando impera el pragmatismo, esto suele implicar la renuncia a toda una serie de anhelos populares. Vale la pena tenerlo en cuenta, ahora que existe una posibilidad real de que un candidato progresista de izquierda llegue a ser Primer Ministro en el Reino Unido.

PdB: ¿Cuál sería la enseñanza para los movimientos británicos?

HS: Lo primero que diría es que las posibilidades de transformación residen en lo pueden o no pueden hacer los de abajo – el pueblo, la sociedad civil -, y no en lo que Corbyn haga o deje de hacer cuando esté en el gobierno. No digo que no haya que participar en las elecciones - puede ser importante hacerlo. La pregunta es: ¿hasta qué punto estamos dispuestos a delegar nuestra capacidad de lucha y de toma de decisiones en el gobierno?

En definitiva, de lo que se trata es de organizarse. Si Corbyn decide nacionalizar una serie de empresas y redistribuir los ingresos, fantástico. O si ofrece empleos dignos, estupendo. Pero si se pone a gestionar una agenda de austeridad o si se mete en una alianza para hacer la guerra en alguna parte, nosotros, la gente, debemos tener la capacidad de salir a la calle y ejercer la presión necesaria sobre el gobierno. No podemos dejar asuntos como estos en manos de los líderes políticos.

PdB: O sea, ¿la clave sería el modo de relación entre los movimientos sociales y el gobierno?

HS: Hay varias maneras de entender la lucha social. Una de ellas es la que se sustenta en un marxismo bastante ortodoxo y que propone que sea una vanguardia la responsable de definir los principios y normas de vida de la gente. El foco está en la toma del poder y la transformación desde el Estado. Y todo se centra en torno a una ideología: es preciso que todos pensemos lo mismo, que pertenezcamos a la misma organización y que creemos cultos a personas concretas.

Podría decirse que esta es una tendencia evidente en Bolivia con Evo Morales. Lo mejor que puede esperarse en estas circunstancias es que, cuando los que lideran la vanguardia lleguen al poder, las cosas cambien en un sentido con el que uno pueda estar mayormente de acuerdo. Esto vendría a resumir el desiderátum político capitalista moderno: Estado y sociedad están separados y a esta última se le concede el "derecho democrático" de sufragio en elecciones cada pocos años. O esto, o se produce una revolución que pone a otro grupo de personas a cargo de las cosas. En cualquier caso, no es la gente común la que decide, de forma continua, sobre los asuntos importantes para ella.

PdB: ¿Cuál es la alternativa? ¿Qué es lo que en Bolivia ha hecho posible más participación directa en la toma de decisiones?

HS: Bolivia tiene una gran población indígena. Hemos aprendido mucho de la lucha indígena. Antes de la Guerra del Agua, la gente ya constituía cooperativas locales y administraba colectivamente unos sistemas de distribución que habían construido con sus propias manos. Estas cooperativas garantizaban el funcionamiento de un sistema de suministro de agua permanente - es decir, que aseguraba que nadie en la comunidad pudiera quedarse sin agua. En el caso de producirse una escasez, esto se convertía automáticamente en un problema comunitario. O sea, de lo que estamos hablando aquí es de una relación organizacional a largo plazo que va mucho más allá de la ideología. En esencia, se trata de un modelo basado en garantizar los recursos básicos para la vida.

En Bolivia se da mucho este tipo de organización. Hace diez años mucho más que ahora, pero incluso hoy existen lugares en los que el Estado está ausente y la gente se encarga de garantizar las condiciones básicas para su supervivencia. Las  cosas son muy diferentes, y más complejas, en el Reino Unido. Conozco a personas que, en tres o cuatro semanas (usando pico y pala), pueden cavar un pozo de 40 metros y encontrar agua. Son personas que tienen la capacidad de crear y mantener unos mínimos para hacer posible la vida. Lo mismo puede decirse de las comunidades que viven de los alimentos que ellas mismas producen. Poco importa realmente si el Estado interviene o no, siempre y cuando no se interponga en el camino. Lo esencial aquí es que, si este tipo de organización ve que sus medios de subsistencia corren peligro – por ejemplo, cuando llega Bechtel (una corporación) y dice: "esta cooperativa de agua que está usted gestionando pasará a estar bajo administración privada y vamos a subir los precios un 300% " -, es capaz de reaccionar de inmediato. No estamos hablando de alguien que protesta en Facebook, sino de un colectivo que se echa a la calle, que está organizado y que tiene la capacidad de ganar la lucha. Esto es lo que quiere decir ponerle límites al poder del Estado.

En las sociedades capitalistas modernas, especialmente en el primer mundo, esta forma de organización en torno a los recursos básicos ha desaparecido casi por completo. Los movimientos sociales tienden a organizarse siguiendo líneas ideológicas, y esto conlleva ciertos peligros: el discurso puede ser apropiado por parte de intereses creados y, si se delega la toma de decisiones, esto nos deja sin capacidad real y efectiva de ejercer presión.

PdB: Considerando la complejidad que has mencionado, ¿qué posibilidades hay para que un país como el Reino Unido pueda organizarse siguiendo estos cauces? Tenemos la cuestión de las energías renovables a nivel local, por ejemplo, y se está discutiendo también mucho sobre el potencial revolucionario del software de código abierto. ¿Cómo podrían los conceptos que has descrito aplicarse en el contexto británico?

HS: Las cooperativas de energía limpia a pequeña escala y de propiedad local - comunidades que construyen sus propias turbinas o instalan paneles solares - podrían ser, por supuesto, una buena opción. Es más complicado pensar, por ejemplo, cómo podría gestionarse la producción de alimentos en un contexto urbano. Pero esto no significa que no deba explorarse su viabilidad. Y hay que valorar lo que la tecnología puede ofrecer en términos de cómo relacionarnos y la gran cantidad de información que tenemos a nuestra disposición. Pero yo insisto más en la idea de que debemos organizarnos en torno a las cosas que precisamos para vivir. La vida se reproduce materialmente y esto es lo que deberíamos tener siempre en cuenta. Con la energía estamos ampliando ese concepto, y funciona.

PdB: Es obvio que no podemos llegar a comparar aquí las diferencias socioeconómicas y políticas entre Gran Bretaña y Bolivia. Dicho esto, ¿qué otras sugerencias harías que los movimientos británicos pudieran tener en cuenta en los próximos meses y años?

HS: Creo que es justo decir que estamos hablando de dos contextos que son diametralmente opuestos. Marx se refirió a Inglaterra como "modelo de sociedad capitalista". Además, el Reino Unido es una monarquía constitucional, por lo que estamos hablando de un país con un marco institucional muy fuerte. Esa institucionalidad garantiza ciertos derechos, que son los fundamentales para el funcionamiento de una democracia burguesa. Estas garantías no existen, por ejemplo, en México, donde el gobierno puede salir impune de asesinatos, ni en Bolivia, donde el presidente puede ignorar la Constitución a su antojo. Pero la fuerte institucionalidad hace que la tarea de organizarse sea mucho más complicada en el Reino Unido.

Yo diría que todo intento de impulsar lo que se pueda dentro de ese marco institucional tiene valor, a condición de tener siempre muy claras cuáles son sus limitaciones intrínsecas - es decir, los inconvenientes del tipo de sociedad que existe actualmente allí y dónde están las oportunidades de ruptura de las relaciones sistémicas mediadas por el capital.

PdB: ¿Aguna reflexión final?

HS: Supongo que lo importante aquí no es lo que Corbyn haga o deje de hacer, sino lo que nosotros, los de abajo, permitamos que se haga. Creo que es fundamental verlo desde esa perspectiva. La prioridad es organizarse, no en torno a Corbyn, sino más bien en torno a lo que queremos lograr en este mundo.

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