
El Presidente de Nicaragua, Daniel Ortega, en el centro, abraza al dirigente venezolano Diosdado Cabello ante la mirada de la primera dama, Rosario Murillo, durante una celebración de la Revolución Sandinista en Managua, Julio 2013 (PA/Esteban Felix) En Nicaragua, el comienzo de 2016 ha sido muy duro para la democracia.
El 27 de enero, un informe de la ONG de libertades civiles Freedom House señaló enfáticamente a la “supremacía política e institucional del partido sandinista gobernante” como la “principal amenaza del país para la democracia”. Daniel Ortega, líder de del partido socialista desde la década de 1980 y presidente de Nicaragua desde el 2006 no debe haber apreciado las acusaciones relativas a una “íntima relación entre las élites políticas y las iniciativas económicas” y a una “intolerancia a las discrepancias”. Tan sólo una semana después, el director regional de Freedom House fue detenido por la noche en el aeropuerto de Managua, y expulsado a la mañana siguiente. La explicación oficial fue “razones administrativas”.
El 12 de febrero, el gobierno amonestó al Programa de Desarrollo de las Naciones Unidas (UNDP) por su “interferencia política… una agenda oculta… [y] una campaña continua para desacreditar el trabajo del gobierno”, en una mordaz carta en la que se explicaba la decisión de terminar con los generosos programas de ayuda a Nicaragua. El PNUD rechazó las llamadas “afirmaciones no sustanciales”; grupos de la sociedad civil y líderes de la oposición condenaron rotundamente la carta como otro intento de Ortega para controlar y centralizar.
Se suponía que, el 18 de febrero, la Asamblea Nacional de Nicaragua iba a elegir nuevos magistrados para cubrir dos plazas que quedaron recientemente vacantes en el Consejo Supremo Electoral (CSE). Candidatos y activistas opositores habían perdido hacía tiempo la esperanza en el CSE. Este cuerpo, formado por 10 personas, había supervisado las opacas y fraudulentas elecciones de 2011, y su notorio presidente, Roberto Rivas, ha acumulado una considerable riqueza durante sus 20 años como magistrado (su mansión en la costa incluso ha aparecido en el programa estadounidense “House Hunters”. Pero el descontento creciente se desbordó invadiendo las calles en forma de protestas semanales, conocidas como los “Miércoles de Protesta”, y los manifestantes tenían la esperanza de que Ortega pudiera verlas como una oportunidad cómoda para tranquilizar a sus críticos. Sin embargo, el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) propuso y eligió como magistrados del CSE a dos de sus activistas, ambos antiguos miembros del gobierno. Una de las elegidas es la hija de un Sandinista de alto nivel en el ayuntamiento de Managua.
Este atrevimiento es típico del caudillo (término con el que en América Latina se designa a hombres fuertes demagogos), Daniel Ortega. El estilo de gestión que el antiguo comandante y su mujer, Rosario Murillo, han empleado, es más parecido al de un negocio familiar que el conveniente para dirigir una nación. Observadores y opositores se han acostumbrado a los absurdos cambios de rumbo y a la gobernanza impenetrable. Algunas decisiones, como la del despliegue semanal de más de cien policías armados hasta los dientes en Managua para acordonar el edificio del CSE y protegerlo de un pequeño grupo de manifestantes, están imbuidas de la paranoia de la década de los 80, y casi pueden justificar una cierta compasión. Otras, como la proclamación del cardenal Obando y Bravo (anteriormente etiquetado como “archienemigo” del gobierno revolucionario de Ortega) como héroe nacional, son literalmente ridículas. Pero, aunque sólo aparece esporádicamente, también hay una manera mucho más siniestra de ejercer el poder por parte de esta pareja de gobernantes.
Una democracia que se deteriora
En la mañana del 26 de febrero, Carlos Bonilla y su mujer, Gaby García, salieron con suficiente tiempo para alcanzar alguno de los omnipresentes taxis de Managua y poder atravesar la ciudad hacia la sede del CSE. Estaba previsto que La rueda de prensa que iban a dar en nombre de la pequeña organización de base que lideran, el Movimiento Democrático Nicaragüense, empezase fuera del edificio, a las 10 de la mañana. Allí presentarían los resultados de una consulta pública, en la que más de 9000 ciudadanos habían respondido preguntas sobre el proceso electoral en Nicaragua, con esperanzas de que Roberto Rivas y sus colegas hicieran caso a la enorme cantidad de preocupaciones expresadas en ella. La pareja no pudo llegar a la cita con la prensa. Tan pronto salieron de su casa, aparecieron cinco enmascarados, y uno de ellos llevaba un gran cuchillo. Golpearon a Gaby hasta derribarla. Apuñalaron a Carlos dos veces, en el pecho. La pareja fue llevaba al hospital y, mientras los médicos operaban a Carlos de urgencia (salvándole la vida), su mujer angustiada, ensangrentada pero absolutamente decidida, habló con la prensa que se arremolinaba a las puertas del hospital. “Esto no nos va a detener”, dijo a La Prensa, el principal periódico del país, que publicó la historia en portada. Su competidor, El Nuevo Diario, leal al gobierno, dedicó su portada al beisbol y a unas catas de café.
El 1 de marzo, las celebraciones para el Día Nacional del Periodista fueron una vez más silenciadas. El declive de El Nuevo Diario, que fue dquirido en su totalidad en 2014 después de problemas financieros y que ha mantenido una postura editorial poco crítica desde entonces, es sólo otro capítulo de la triste decadencia de los medios independientes en Nicaragua. El veterano periodista Xavier Reyes Alba detalla en un informe reciente para la revista Envío innumerables cambios, a veces turbios y a veces descarados, en el campo de la prensa, la radio y la televisión a partir de la introducción de una nueva estrategia de comunicación del gobierno en el 2007. “Desde el principio”, escribe Alba, “el liderazgo sandinista estableció el objetivo de dominar el campo de la discusión de ideas y los acontecimientos diarios, tratando de asegurar que la sociedad girase alrededor de su agenda política”.
La arquitecta de la estrategia no es otra la primera dama, la Compañera, que es también la imagen pública del gobierno. Rosario Murillo es quien aparece en la televisión estatal diariamente para declamar un monólogo paternalista de 15 minutos comentando las noticias del día. Al mismo tiempo, el resto de canales forman un verdadero duopolio, dividido entre la familia Ortega-Murillo y su socio mexicano, Ángel González, bajo la supervisión del cual ha florecido un nuevo estilo de radiodifusión mucho más basado en el entretenimiento y la confusión. Si enciendes la televisión en cualquiera de los espacios en horario de máxima audiencia, probablemente serás bombardeado con telediarios llenos de sangre y obsesionados con la violencia, programas de llamadas para ganar premios, telenovelas o una avalancha de los tres. Queda poco espacio para los canales que buscan tocar temas diferentes. Los pocos que tratan de luchar por esos espacios se quejan de amenazas a reporteros y de falta de acceso a la información.
Las emisoras de radio, muy influyentes en el país, han sufrido todavía más. “El gobierno está blindado en la radio”, afirma el periodista Reyes Alba. Las que fueran estaciones populares e independientes AM (que tradicionalmente emitían noticias y opinión) han sido asfixiadas por regulaciones y altos costes de mantenimiento, acentuando el giro de la audiencia hacia estaciones FM, más concentradas en entretenimiento. La estrecha relación entre el gobierno y la COSEP, la patronal que representa a las grandes empresas en Nicaragua, significa que los ingresos vitales que aún provienen de anunciantes privados pueden implicar condicionamientos editoriales.
El día 30 de marzo, un campesino del remoto norte rural de Nicaragua salió en la portada de La Prensa. Era Andrés Cerrato, un ex miembro de las contras, perteneciente al opositor Partido Liberal Independiente (PLI), y apareció con otros campesinos y activistas para denunciar continuos abusos por parte de la policía y el ejército. Según la versión de Cerrato, que fue interrogado por un oficial sobre pequeños grupos rebeldes activos en la región, a su hijo lo retuvieron en el suelo con un subfusil AK-47 en la boca. Tres semanas después, el día 18 de abril, al atardecer, se llevaron a Andrés Cerrato de su casa y lo asesinaron. “No conozco a esa persona de la que me están hablando”, declaró a la prensa un portavoz militar.
“Vamos a por... más cervezas”
Nada de esta fatal noticia ha trascendido en las páginas de La Prensa, ni en la animada discusión popular nicaragüense. Los “Miércoles de Protesta” atraen habitualmente a 80-100 manifestantes - un cifra relativamente magra teniendo en cuenta los ocho grupos distintos representados y nada que ver con las decenas de miles que se juntaron en Venezuela el año pasado por esta época. Más de la mitad de la población aquí tiene menos de 25 años y se dice a menudo que la juventud de Nicaragua está más que satisfechas por contar con otro parque con Wi-Fi (una sospechosa iniciativa que La Compañera ha publicitado con toda su alma), mientras que no alcanzan a ver nada relevante para ellos en la política.
A lo mejor es precisamente esta estrategia de control de los medios de comunicación la que ha conseguido tapar la oposición (las noticias sobre el sumamente controvertido “Gran Canal Interoceánico”, por ejemplo, han sido significativamente escasas en los últimos meses). A lo mejor también ha sido porque la gestión económica de Ortega, a diferencia de la gestión de Maduro en Venezuela, se ha visto reivindicada (con la lista de quejas y reclamaciones limitada al estancamiento de los salarios y a modestas subidas de precio, en contraste con la hiperinflación y la emergencia alimentaria venezolana). O quizás, para la asediada Nicaragua, el deterioro de la democracia es, simplemente, más de lo mismo.
En una academia de inglés en la colonial Granada, los alumnos hacen bromas sobre uno de los gritos de mitin de campaña de Ortega: “¡Vamos por más victorias!”. Resulta que Victoria, cuentan, es también el nombre de la segunda marca de cerveza más importante en Nicaragua. “¡Vamos por más Toñas!”, ríe un estudiante al fondo de la clase, refiriéndose a la número uno. Está claro que a este pequeño grupo no le importa la propaganda de Ortega. Lo que está menos claro es, sin embargo, si se proponen hacer algo al respeto.
La segunda entrega de esta serie de tres partes, examinará las raíces de la apatía reinante en Nicaragua y se adentrará en el complejo mundo de aquellos que afirman estar haciendo algo para acabar con ella.
_____________________________
Traducción de Victoria Gómez y Carmen Municio, miembros del Programa de Voluntariado de DemocraciaAbierta
Lee más
Reciba su correo semanal
Comentarios
Animamos a todo el mundo a que haga comentarios, Por favor, consulte las intrucciones de openDemocracy para comentarios