Las protestas masivas que se extienden del Cairo a Estambul, de Madrid a Santiago y de Túnez a São Paulo demuestran que millones de personas en todo el mundo están buscando sociedades más justas, dignas y humanitarias. De hecho, un análisis de protestas recientes en 90 países sugiere que lograr una “democracia real” es un tema central en la mayoría de las protestas callejeras.
Sin embargo, sería ingenuo pensar que todas las exigencias de los protestantes están relacionadas directamente con los derechos humanos y de las minorías. Esta nueva movilización tampoco implica una ruptura definitiva con las instituciones y organizaciones sociales convencionales.
Con todo, las protestas masivas recientes ponen de relieve algunas características cada vez más frecuentes hoy en día: la multiplicidad de actores y luchas, las críticas generalizadas y una crisis de representatividad de las instituciones públicas, y el creciente empoderamiento político de los individuos.
¿Qué significa todo esto para las organizaciones de la sociedad civil “tradicionales” en el siglo XXI, específicamente para las agrupaciones de derechos humanos?
Planteo tres hipótesis: en primer lugar, las organizaciones de derechos humanos tendrán que trabajar con varias luchas e interlocutores nuevos, de todos los niveles. En segundo lugar, tendrán que reconsiderar la manera en la que se relacionan con las instituciones del Estado y sus estrategias de incidencia al respecto. Y en tercer lugar, las agrupaciones de derechos humanos tendrán que hacer un mayor esfuerzo para involucrar a los individuos en sus causas. En los meses venideros, exploraremos estos temas en una serie de artículos de openGlobalRights y otros recursos.
Multiplicidad
Las agrupaciones de derechos humanos deben seguir trabajando con temas “tradicionales”, incluidos la tortura y el encarcelamiento arbitrario. Pero también se encuentran con una serie de temas nuevos. Las agrupaciones de derechos humanos deben seguir trabajando con temas “tradicionales”, incluidos la tortura y el encarcelamiento arbitrario. Pero también se encuentran con una serie de temas nuevos, como el “derecho a la ciudad”, que enfatiza el urbanismo y la movilidad, o la privacidad digital, que requiere conocimientos tecnológicos específicos. Estas y otras áreas nuevas pueden extender el alcance de las agrupaciones de derechos humanos de maneras imprevistas.
Los “interlocutores” de la comunidad de derechos humanos también son cada vez más diversos. En años anteriores, la mayoría de las ONG de derechos humanos centraban su atención en el Estado o en las organizaciones internacionales; hoy en día, todos sabemos que los intereses financieros y comerciales también son fuentes de violaciones. Las agrupaciones de derechos humanos están elaborando los argumentos y las técnicas necesarias para dirigirse a los actores privados, pero hacen falta más conocimientos prácticos.
Por ejemplo, ¿dónde deberían los activistas de derechos humanos emprender la lucha contra las empresas abusivas? Hipotéticamente, si una empresa multinacional china que realiza la mayoría de sus operaciones en Europa utiliza fondos públicos para perpetrar violaciones en un país africano, ¿quién es el responsable? ¿y cómo pueden llamarlo a cuentas las agrupaciones de derechos humanos? ¿A qué jurisdicciones se deben dirigir?
En ese mismo sentido, ¿las agrupaciones nacionales de derechos humanos deberían seguirse concentrando principalmente en temas nacionales o también deberían tratar de influir en los asuntos regionales e internacionales? Tomemos como ejemplo el caso de una ONG que intenta influir en los problemas de derechos humanos que causa la “guerra contra el narcotráfico”. Para tener algún impacto, debe considerar factores internacionales, regionales y nacionales, así como mantenerse informada y conservar alianzas a todos los niveles. Esto, a su vez, requerirá recursos humanos nuevos, conocimientos prácticos nuevos y nuevas formas de operar.
Esta multiplicidad de luchas, interlocutores y espacios fomenta que las organizaciones actualicen su forma de pensar y sus estrategias y se reinventen constantemente. Esto también impone desafíos, incluida la dificultad de seguir siendo fieles a la identidad y la misión originales de la agrupación, cultivar recursos y conocimientos prácticos nuevos, desarrollar nuevas alianzas y combinar medidas a corto y mediano plazo.
Centro de gravedad
El concepto del “Estado-nación” está bajo ataque debido a los diferentes tipos de flujos, las protestas y los movimientos sociales transnacionales. El mayor desafío viene de dentro, sin embargo, conforme las poblaciones nacionales reaccionan ante lo que perciben como la incapacidad de las instituciones públicas de representar sus puntos de vista e implementar políticas efectivamente. Consideremos el sistema legislativo, retenido como rehén de la clase de políticas partidistas que detestan muchos ciudadanos. La brecha entre las promesas de las instituciones del Estado y sus capacidades es amplia, y está creciendo.
Esta desilusión pública representa un reto para las organizaciones de la sociedad civil en al menos dos sentidos. En primer lugar, el público puede sentir la misma desconfianza hacia las ONG. En segundo, los puntos de referencia de las ONG de derechos humanos están bajo ataque, lo que causa desorientación y confusión. Después de todo, la lógica central del activismo de derechos humanos considera al Estado como su centro de gravedad. Más que nada, los activistas de derechos humanos tratan de influir en lo que el Estado debe y no debe hacer. Pero si el público siente una desconfianza fundamental hacia el Estado, ¿cuáles son las implicaciones para las organizaciones de derechos humanos?
Los Estados siguen teniendo la responsabilidad de garantizar los derechos humanos y, por lo tanto, deben continuar siendo el centro de atención para las organizaciones de derechos humanos. No obstante, muchas ONG se sienten cada vez más desorientadas conforme el público cuestiona la capacidad y legitimidad de los organismos estatales para hacer su trabajo. Las ONG tendrán que desarrollar nuevas formas de trabajar y de influir en los Estados; también tendrán que encontrar maneras de reconstruir la confianza ciudadana en las instituciones públicas y en la pertinencia de las demandas de derechos humanos orientadas hacia el Estado.
Activismo no institucional
Tradicionalmente, muchas agrupaciones de derechos humanos han intentado representar, dar voz y actuar a favor de la población vulnerable y los grupos subrepresentados. También han intentado canalizar las demandas públicas difusas y presionar a las instituciones de manera coordinada. Conforme los individuos se van convirtiendo en actores políticos centrales, sin embargo, cada vez es más difícil para las ONG desempeñar este papel. Si cualquier persona puede actuar o participar directamente en los esfuerzos para lograr una transformación social profunda, ¿quién necesita instituciones, campañas unificadas o exigencias organizadas?
Esto conduce al “activismo no institucional” (o “autoactivismo”), en el que una amplia gama de individuos defiende una variedad de causas de manera simultánea y efímera. Cuando ocurren, las alianzas entre estos actores y las organizaciones establecidas suelen ser esporádicas y basarse en un tema específico, en vez de en la totalidad de los valores y la misión de una ONG.
El activismo digital y las redes sociales refuerzan este fenómeno. Por un lado, favorecen el acceso a la información y presentan una tentación constante a tomar posturas políticas. Por el otro, diluyen el tipo de conexiones institucionales duraderas que se requieren para una transformación social de largo plazo.

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Writers, bloggers and journalists employed by The United States Mission and the Institute for Media and Global Governance use social media, mobile communications and digital networks to promote human rights. Digital activism both deepens and dilutes global human rights' pool of popular support.
Un equilibrio difícil
La sociedad civil y las agrupaciones de derechos humanos de nuestros días se encuentran en un mundo nuevo. Actualmente, existe una tensión entre conservar lo que ya se logró y deconstruir, innovar, reinventar y transformar. Pero estas fuerzas no tienen que oponerse necesariamente.
Las agrupaciones de derechos humanos en el siglo XXI deben ser lo suficientemente “sólidas” para persistir y tener un impacto, pero también lo suficientemente “líquidas” para adaptarse, tomar riesgos y aprovechar nuevas oportunidades. Este es un equilibrio difícil, pero probablemente es la mejor manera de garantizar los derechos humanos de los seres humanos reales, de carne y hueso.
Este artículo se basa en un texto publicado anteriormente en Sur: International Journal on Human Rights.

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