
Manifestantes con un cartel de la presidenta de Brasil, Dilma Rousseff, donde puede leerse en portugués "En defensa de la democracia, Dilma se queda" durante una protesta en São Paulo, Brasil. 2015. Foto AP/Andre Penner.
Por fin, parece que el debate político en Brasil – luego de varios meses de disputas sobre la narrativa del “golpe”, en el contexto de la aguda crisis institucional, económica y de representación que arrastra de manera tragadora, desde febrero, todo el diseño del sistema institucional y del famoso (o mal famado) equilibrio de poderes de la república – va alcanzando otro nivel.
Las crisis que asolan Brasil hoy tienen diversos orígenes, pero en términos directamente relacionados a la institucionalidad brasileña es fácil comprender que tiene centralidad las distorsiones de las alianzas para las elecciones llamadas “proporcionales”. Es decir, elecciones para el poder legislativo en sus diversos niveles (municipales, estaduales, federales) que, en un sistema de presidencialismo de coalición, aliado a las reglas nacionales (raras y distorsionadas) que permiten financiación privada a los comicios (dando brecha para varias donaciones ilegales por parte de empresas) ha generado un Congreso con un perfil incompatible con el programa elegido en 2014, de la presidenta suspendida, Dilma Roussef, del Partido de los Trabajadores (PT).
El actual congreso de diputados federales de Brasil, en el 17 de abril de este año, ha avergonzado mundialmente la nación cuando aprobó el seguimiento del proceso de impeachment de Dilma, pese la inexistencia de base legal para la decisión, en una votación con cara de espectáculo de circo de horrores, falta de argumentación política y caracterizada por un fundamentalismo extremadamente conservador. En el 12 de mayo el Senado confirmó la decisión, que sigue generando profundas divisiones en el país, y aún más confusiones y decepciones, pero también, en un margen de esperanza, cuestionamientos profundos sobre todo el sistema político del país, expreso en el debate sobre la posibilidad de un plebiscito para establecer elecciones anticipadas generales.
Pensar más allá del regreso: un comienzo
La mayoría de la crítica a la izquierda al gobierno brasileño lamenta las malicias y perversidades del proceso político tal como está siendo conducido en el país hoy, y denuncia los riesgos y certezas del abominable gobierno interino de Michel Temer (PMDB), el vice de Dilma que la sustituye.
La mayoría de los miembros del gobierno Temer está profundamente asociada a denuncia de financiaciones ilegales para comicios electorales, y a la corrupción, conforme lo investigado por la operación “Lava jato”. Aun así, el presidente interno se comporta como se hubiera asumido el Ejecutivo Federal para promover una completa alteración de la agenda de gobierno que fue aprobada en 2014. Su continuidad en la presidencia de la republica va a macular profundamente la historia de la democracia brasileña.
Sin embargo, el tiempo que durará este gobierno provisional de Temer, no en vano tildado de conspirador, sin lastro ni apoyo social, ya no es la llave del debate político en Brasil de ahora en adelante. El “Fora Temer”, ya no es suficiente. El presidente provisional es un personaje secundario en el escenario político caótico que ha conducido el golpe. El regreso de Dilma al gobierno tampoco es garantía de capacidad de gobernar, dado que hay una naturaleza congresual del impeachment, y un fuerte conflicto entre los tres poderes republicanos brasileños.
¿Cuáles son los institutos legales capaces de romper con los impases entre el Ejecutivo y el Legislativo?
¿Un contra-golpe?
Una de las soluciones institucionales posibles en este momento es la convocatoria de un plebiscito para promover elecciones generales anticipadas.
Sin embargo esta alternativa apenas puede ser justificada, si la misma se entiende como una oportunidad, histórica en muchos sentidos, no apenas para evitar un Estado policial y retrogrado, sino también para rediscutirse los sentidos de democracia y el conjunto del espacio institucional brasileño, pensando en una reforma política radical.
Gran parte de la población (62%, según encuestas del Instituto Brasileiro de Pesquisa de Opinião) cree que las organizaciones de la sociedad civil y los diputados pueden llegar a un acuerdo alrededor de unas nuevas elecciones generales, lo que supondría una nueva versión de las “Diretas Já” – en analogía a la mayor campaña política de masa nacional, en el comienzo de los años 1980, que pedía elecciones generales como marco del fin de la dictadura militar que se arrastraba desde 1964.
El PT, dividido, posee sectores que entienden que esta es la mejor alternativa para atraer los votos en el Senado (que deberá votar el proceso de impeachment de Dilma en el mes de agosto) de los congresistas molestos con la voracidad del gobierno interino de Temer, pero que a la vez no estarían dispuestos a reconducir a Dilma a su cargo sin una contrapartida. Esto podría ser acordado si la presidenta impedida estableciera el compromiso por elecciones generales.
Sin embargo, otros sectores petistas piensan que es mejor la narrativa del golpe vencer, esto es, dejar Dilma incinerarse de vez para que se pueda trabajar con el nombre de Lula en la esperanza de traérselo al poder lo más breve posible.
El más grande espacio sindical y movimiento social de Brasil, la CUT y el MST, respectivamente, no están convencidos. Las dos organizaciones, sin embargo, podrían asumir el plebiscito si a consulta tuviera el compromiso de una convocatoria de una Asamblea Constituyente Exclusiva para, entre otros puntos, promover la reforma política, debatida en Brasil hace años.
Delante de estos escenarios, parece haber sido dada la necesidad y la oportunidad de organizarse un contragolpe, es decir, debatir y movilizar por elecciones generales anticipadas en octubre.
Disputas discursivas
El debate de la polémica propuesta pasa por tener presente que existe aún una tremenda disputa discursiva – no apenas entre rivales de los grupos de derecha, sino entre grupos de actores políticos de la izquierda en Brasil – sobre los sentidos del vocablo “golpe”, y la imperiosidad de establecerse el discurso del “contragolpe”.
Petistas han basado toda su estrategia de lucha contra el impeachment de Dilma en el uso de ese término, fuerte lo suficiente para movilizar grandes parcelas de una izquierda fragmentada hace más de 30 años, en una coyuntura completamente desfavorable, buscando, sin embargo, también respaldar un gobierno de un partido que – no de ahora, pero con particular limitación en el segundo mandato de Dilma – se volvió políticamente indefensable.
“Golpe”, sin embargo, cuando remetido a 1964, principalmente por petistas y simpatizantes, busca un fetiche simbólico al intentar extraer una parte de su fuerza discursiva de la historia. No obstante resulta evidente que mismo los petistas más fervorosos bien saben que lo que está ocurriendo hoy en Brasil no se trata de golpe en aquellos términos strictu sensu.
Los que están en el campo de izquierda y rechazan la narrativa del golpe en la forma como los petistas la conforman, entre tanto, no están únicamente a servicio de una adecuación conceptual o histórica, pero también buscan marcar posición y distancia de los gobiernos lulo-petistas y de los modelos neodesarrollistas, y en algunos casos hasta incluye disputa político-electoral propiamente, considerando las posiciones de una importante y seria parte de esta izquierda, de partidos o no, que coinciden que es tiempo de superar el PT.
Hay tanta coherencia como intransigencia entre aquellos que niegan la narrativa “no al golpe” porque quieren denunciar que el lulo-petismo no merece “gozar” del momento como si fuera, simple y puramente, una fuerza progresista siendo atacada por fuerzas malévolas de la derecha, tal cual el gobierno de João Goulart, en los años 60 del siglo pasado.
Pero si fuéramos obligados a lidiar con taxonomías (y parece que ya lo somos), sería sensato por parte de aquellos que intepretan como un golpe lo ocurrido el 12 de mayo en Brasil reconocer el debate como una banalización del mundo. Porque, concordando con el filósofo político Rodrigo Nunes, frente la urgencia de la situación hoy, “quizás todavía no tengamos banalizado la palabra lo suficiente”.
Y, entonces, ¿qué democracia?
La democracia – este significante vacío, en términos laclaunianos – es otro término superutilizado y poco definido. Hay mucha bulla y acción alrededor del “golpe”, y poca formación sobre lo que es y lo que se puede querer de la democracia, pese ser constantemente convocada durante este terremoto político-institucional en Brasil. Falta comprender y visualizar más la oportunidad, en esta turbulenta coyuntura, de construcción de otras formas de quehacer política alrededor del debate sobre un nuevo proyecto de nación.
La realización de elecciones generales anticipadas ofrecen esta oportunidad: para pensar la democracia, para las fuerzas políticas a la izquierda para ejercitar su imaginación y su capaciad para la acción. Las elecciones ofrecen una oportunidad real para la mobilización de la izquierda, o sea, una oportunidad para el "contra-golpe". Apoyándose en el apoyo popular, habría la oportunidad de aprobar los ritos institucionales del Congreso y generar un espacio para el debate político - debate que es fundamental para la reorganización del tejido sociopolítico nacional.
Petistas y simpatizantes de Dilma, en lugar de insistir en el grito, ya debilitándose, sobre las operaciones del impeachment como un atentado al Estado democrático de derecho – que de hecho es un horizonte de funcionamiento institucional que nunca se practicó más que esporádicamente en Brasil – tal vez tuvieran más resonancia y algo de políticamente liberador a esta altura si asumieran en definitiva las elecciones anticipadas como un contragolpe para tensionar los límites de esa institucionalidad que, al fin y al cabo, tanto critican y en la cual sucumbieron.
Lo que más importa es comprender que está en curso un proceso que permite el cuestionamiento de todo el diseño institucional brasileño, tal cual lo conocemos hoy. Si los brasileños no se hacen capaces de contestar esta crisis en nivel de radicalidad que ella requiere, estaremos sujetos a retrocesos de derechos mucho más amenazantes que un gobierno vacilante, como ha sido lo de Dilma.
En el actual colapso de la política institucional ya no sirven únicamente las consignas “Fora Temer” o “Volta Dilma”. Habrá que enfrentarse en definitiva el reto de una reforma política radical.
Si el estado de la excepción se convirtió en la norma, no tiene sentido seguir gritando “¡ahí viene el lobo!”. Dicho animal salvaje ya ha devorado gran parte de la aldea hace rato, y nos toca salvar lo que queda. El sistema no puede seguir igual. Tenemos que aceptar que el pasado no lo puede cambiar nadie. Pero que el futuro, sí.
Este artículo fue publicado previamente en Asuntos del Sur.
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