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Innovación abierta en el sector público

La demanda de modelos participativos más abiertos conlleva la creación de espacios más digitalizados, transparentes, horizontales y abiertos en el sector público, pero también el empoderamiento de todos los agentes sociales. English Português

Sabrina Díaz Rato
23 febrero 2017
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Libby Levi/Flickr. Algunos derechos reservados.

De unos años a esta parte, asistimos a la emergencia del poder relacional, de la transversalidad, de la participación. Este es el enclave que da sentido y protagonismo a la tecnopolítica, base sobre la cual se conceptualiza y se acoge una nueva visión de la democracia: más abierta, más directa, más interactiva. Un marco que supera la arquitectura cerrada sobre la que se han cimentado las praxis de gobernanza (cerradas, jerárquicas, unidireccionales…) en casi todos los ámbitos. Esta serie sobre  El ecosistema de la democracia abierta busca analizar los distintos aspectos de esta transformación en marcha.

Nuestras instituciones relucen con un brillo semejante al de las constelaciones que, según nos enseñan los astrónomos, ya están muertas desde hace un largo tiempo.

- Michel Serres, Pulgarcita

Michel Serres ha sacudido con tanta picardía el polvillo del vocablo «inteligente» que resulta difícil no invocar su retórica para una reflexión seria sobre innovación abierta y democracia. Frente a la era digital, dice el filósofo francés en su libro Pulgarcita, ¿no seremos nosotros mismos quienes estamos condenados a volvernos inteligentes?

Abrumadora, pero muy original, la pregunta nos interpela en muchos sentidos. Pero esencialmente, nos sitúa de manera directa frente a nuestra capacidad de inventar, de crear otras realidades desde una nueva «subjetividad cognitiva», de cambiar el mundo en que vivimos. Como explica Serres, tal subjetividad surge del extraordinario desarrollo científico y tecnológico de las últimas décadas, liberándonos, en forma definitiva, de una innumerable cantidad de procedimientos intelectuales que las tecnologías digitales y los computadores pueden hacer por nosotros.

En esta perspectiva, y pudiendo saltear la «smartización» de conceptos y artefactos, enfocaremos el paradigma de innovación abierta en el sector público como fuente de valor y capital político.  Hoy sabemos que la demanda de modelos participativos más democráticos y abiertos, proviene, ya no de la insuficiencia ejecutiva y administrativa de los viejos sistemas representativos, sino de la propia cultura y conciencia colectiva que reclama, cada vez con mayor énfasis, mecanismos de respuesta contundentes a los desafíos urgentes. Muchos de ellos - los padecemos a diario -, relacionados con la supervivencia del ser humano en este planeta.

La lista de desafíos en una comunidad o una ciudad - chica, pequeña o grande - constituye una lista de retos sociopolíticos interconectados, y están bien definidos. Un artículo reciente de Antoni Gutiérrez-Rubí explica e introduce este fenómeno en una perspectiva de «derechos» y no de «servicios digitales», y esto es importante apuntarlo aquí como contrapeso a las valoraciones exageradas que se han hecho de la tecnología en el ámbito estatal. La esfera de lo público siempre es un todo conflictivo, de tensas relaciones sociales, políticas, económicas y culturales, cuya posibilidad de amortiguar y superarlas está dada por nuevas institucionalidades que conformen un organismo vivo y dinámico preparado para correr el centro de decisiones hacia entornos abiertos, transparentes, digitalizados y horizontales.

El paradigma de innovación abierta, como veremos, puede contribuir muy considerablemente a este desafío. Con el impulso político como punto de apoyo y vector de transformación, podrá favorecer escenarios más articulados, hacer crecer el valor público de las redes distribuidas, retroalimentarse de procesos de creación colectiva y sostenerse en condiciones materiales asentadas en dispositivos democráticos e innovadores. El siguiente repaso por algunas de las experiencias analizadas y un resumen de los conectores más relevantes surgidos de una investigación de la Fundación PuntoGov, nos permitirá anclar el fenómeno.

Aprender de la experiencia de otros

Una real expansión ciudadana presupone enriquecer los elementos que propician la síntesis de una racionalidad gestada a partir de saberes técnicos y no técnicos. Podemos destacar la plataforma brasileña CidadeDemocrática como ejemplo de participación colectiva que aprovecha la red y convierte las demandas ciudadanas en fuentes primarias de información y de solución a los problemas.   

La Colaboradora del Ayuntamiento de Zaragoza también es otro modelo que podemos subrayar. Se trata de un espacio físico de inteligencia colectiva donde una comunidad colaborativa de técnicos, diseñadores, creativos y emprendedores crean proyectos sobre la base de definiciones de los retos sociales, en forma colaborativa. Gobernados por la filosofía peer to peer – la cultura del compartir - y el contacto humano, están logrando avances verdaderamente significativos.

Otra experiencia de democracia deliberativa es la de los Juicios Ciudadanos de Uruguay, el único país de América Latina que hasta el momento ha logrado llevar a la práctica las «conferencias de consenso» diseñadas y creadas por el Comité Danés para la Tecnología, organismo independiente asesor del Parlamento. La concepción predominante en este proceso de deliberación de asuntos tan sensibles y controversiales como la minería y la energía nuclear ha llevado a un método para la toma de decisiones colectivas y de solución de conflictos que implica supuestos y justificaciones opuestos a los modelos liberal elitista y republicano.

Viabilizar proyectos de interés común, bajo una perspectiva de innovación en Administraciones Públicas con apertura y en dirección a los consensos, requiere no sólo de rutinas específicas sino también de liderazgo político – un liderazgo político bastante diferente de los tradicionales que gobiernan en estructuras jerárquicas y verticales. Pero para que no resulte trivial decirlo, la primera tarea a desarrollar no sólo es cuestión de incrementar el número de actores sociales o informantes diversos acerca de un problema, sino también de asegurar la sostenibilidad de los proyectos que surjan, puesto que la gran parte de las iniciativas desarrolladas en los entornos de innovación están siempre atravesadas y condicionadas por su contexto organizacional - es decir, por su contexto de dinámica política.

Diez conectores de innovación

¿Cómo puede contribuir la innovación a la construcción de una democracia abierta? La respuesta, a modo de síntesis, se resume en estos diez conectores de innovación:

  1. colocando a la innovación y la inteligencia colectiva como centro de las estrategias de gestión pública,
  2. alineando a la totalidad de las áreas gubernamentales a metas claras sobre plataformas asociativas,
  3. corriendo las fronteras del saber y del hacer de las arquitecturas institucionales a la deliberación pública de los desafíos locales,
  4. estableciendo roles de liderazgo, en un lenguaje común que todos comprendan, organizando y planificando la riqueza informativa de las ideas ciudadanas y comprometiendo a los involucrados en la sostenibilidad de los proyectos,
  5. haciendo mapping del ecosistema y estableciendo relaciones dinámicas con los agentes internos y, especialmente, los externos: los ciudadanos,
  6. sistematizando la acumulación de información y los procesos creativos al tiempo de ir comunicando los avances a toda la comunidad a fin de retroalimentarlos,
  7. preparando a la sociedad en su conjunto para experimentar una nueva forma de gobernanza del bien común,
  8. cooperando con universidades, centros de investigación y emprendedores estableciendo mecanismos de recompensa,
  9. alineando personas, tecnologías, instituciones y discursos hacia nuevos hábitos urbanos, principalmente los referidos a sostenibilidad ambiental y servicios públicos,
  10. creando planes educativos y formativos sintonizados con las nuevas habilidades del siglo XXI,
  11. construyendo espacios de incubación de nuevas empresas a fin de dar respuesta a los retos locales,
  12. convocar al capital de riesgo a fin de generar un ensamble satisfactorio entre innovación abierta, políticas de desarrollo inclusivo y productividad local.

En este listado quizá sean dos los componentes determinantes de un proceso efectivo de innovación. El primero es el relacionado con la decisión correcta de aquellos mecanismos a través de los cuales hemos corrido las fronteras hacia afuera para hacer ingresar las ideas ciudadanas en el diseño y co-creación de soluciones. Tarea para nada sencilla, porque requiere de una mentalidad organizativa compartida sobre pautas de cooperación que previamente no existían, y que ahora deben sostenerse en diálogos y dinámicas operativas orientadas a resolver problemas definidos por actores externos - no cualquier problema.

Otro aspecto clave del proceso, asociado con romper las barreras institucionales que circundan y condicionan marcos de acción, es la revalorización de una figura clave que no hemos mencionado en todo este recorrido: los policy makers. Ellos no son, precisamente, ni líderes políticos ni funcionarios públicos. Tampoco son los innovadores. Son quienes en la Administración Pública poseen un incalculable valor de capacidad de gestión y de conocimiento, pero que colisionan constantemente con las resplandecientes constelaciones institucionales que ya no funcionan.

En una palabra, son las personas que gestionan la innovación, no las modas tecnológicas. Y son bien distintas a los innovadores, a los emprendedores, los investigadores, u otros agentes de innovación. La gestión de la innovación no busca la innovación. Busca hacer que las organizaciones innoven y que el poder y la influencia de los distintos actores y ciudadanos en la definición programática de los proyectos de bien común encuentren su punto de equilibrio. El paradigma de la innovación abierta en la Administración Pública, como todo paradigma, agrieta los muros de la burocracia pretérita y pone en jaque el paradigma autocrático que todos conocemos. Y es por ello, y solo por ello, que se retrasa la difícil tarea de llevar a la práctica la reinvención de las instituciones – lo cual implica, en medio de tensiones y resistencias, distribuir el poder y las decisiones en marcos de legitimidad y consensos colectivos. Vale la pena intentarlo, porque la condena de volvernos inteligentes nos está dando una oportunidad histórica de evitar futuros escenarios y patrones civilizatorios extremadamente alarmantes.

El desafío es, al fin y al cabo, poner a los gobiernos a la altura de los niveles que ha alcanzado la cultura digital moderna: una nueva manera de sentir, decir y percibir el mundo.

 

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