Cuando Israel recibe críticas por sus políticas que violan los derechos humanos en Cisjordania y la franja de Gaza, el estribillo que más se escucha entre los políticos locales es que la hasbara, la máquina de propaganda israelí, es deficiente. El problema, en otras palabras, no es lo que Israel les hace realmente a los palestinos, sino más bien la incapacidad de transmitir su mensaje positivo a la comunidad internacional. Por lo general, esto se conoce como “renovar la imagen de Israel”. La asunción subyacente en lo anterior es que la mercancía está bien, y solamente hace falta cambiar el empaque.
El argumento reciente de Rachel Krys se basa en una lógica similar, aunque escribe sobre un tema distinto. Nos dice que la mayoría de la gente en el Reino Unido no apoya los derechos humanos y sostiene que esto se debe a que los derechos humanos se presentan de una manera que está desconectada de la vida cotidiana de las personas. Afirma que si el público escuchara menos “discurso negativo” sobre los derechos humanos y más “historias sobre personas mayores luchando contra el maltrato, las decisiones invasivas o la intrusión en su vida privada y familiar”, el apoyo a los derechos humanos sería mucho más amplio. De nuevo, el problema de los derechos humanos tiene que ver con las percepciones, y la solución, también en este caso, es la hasbara.
Sin embargo, la relación entre la representación y la realidad es mucho más compleja. Se trata de los derechos humanos en sí: la manera en la que se han institucionalizado, los proyectos políticos a los que se prestan, sus vínculos intrincados con el Estado y los discursos alternativos de justicia que omiten y reprimen.
Los derechos humanos pueden fortalecer la dominación, y a menudo lo hacen. No asumimos, como lo hacen muchos académicos y profesionales de derechos humanos, que más derechos humanos llevan necesariamente a una mayor emancipación. De hecho, es errónea la suposición de que la gente creería en los derechos humanos si tan solo entendiera mejor el trabajo de derechos humanos. Los derechos humanos pueden fortalecer la dominación, y a menudo lo hacen. Este problema se vuelve particularmente urgente cuando las ONG que pretenden criticar los abusos se alinean con los mismos poderes a los que investigan y critican.
Tomemos como ejemplo un informe de 2013 sobre los ataques con drones en el que Human Rights Watch (HRW) examina seis ataques militares estadounidenses no reconocidos contra presuntos miembros de Al-Qaeda en Yemen. Ochenta y dos personas, de las cuales al menos 57 eran civiles, murieron en estos ataques. Sin embargo, esta es tan solo una muestra de los 81 ataques llevados a cabo en Yemen, y no incluye los cientos de asesinatos selectivos en Pakistán y Somalia.
HRW sostiene que dos de los seis ataques violaron claramente el derecho internacional humanitario, ya que solamente afectaron a la población civil o utilizaron armas con efectos indiscriminados. HRW también señala que:
“Es posible que los otros cuatro casos hayan violado las leyes de la guerra porque el individuo atacado no era un blanco militar legal o porque el ataque causó daños desproporcionados a la población civil; para determinarlo hace falta más investigación. En varios de estos casos, las fuerza militares estadounidenses tampoco tomaron todas las precauciones factibles para minimizar el daño a la población civil, conforme lo exigen las leyes de la guerra”.
La lógica subyacente de estas declaraciones es sutil, pero muy preocupante, ya que expone cómo la adhesión al derecho internacional puede promover la dominación. Para HRW no está claro si los cuatro casos restantes violaron la ley. Pero, si resulta que el ejército usó armas con efectos discriminados, tomó todas las “precauciones necesarias” y finalmente mató a miembros de la población civil mientras atacaba a militantes, entonces el “asesinato deliberado por parte de un gobierno” en un país del otro lado del mundo realmente no constituye una violación. Precisamente con frases como “todas las precauciones necesarias” es como los defensores de derechos humanos empiezan a alinearse con las autoridades militares.
Siguiendo los dictados del derecho internacional humanitario, HRW analiza a continuación si los “presuntos terroristas” son de hecho “blancos militares válidos”, si se puede considerar que la situación en Yemen superó el “umbral del conflicto armado” y si las ejecuciones se alinean con las políticas estadounidenses de asesinatos selectivos. Y, aunque reconoce la legalidad de algunos de los ataques, critica al gobierno de Estados Unidos por no ofrecer indemnización a las familias cuyos miembros murieron como transeúntes civiles. Por lo tanto, como demuestra este informe, cuando los derechos humanos se subordinan al discurso jurídico internacional, lo más que pueden hacer es pedir una reducción de las bajas civiles, la provisión de indemnización económica para las víctimas y garantías de que los próximos asesinatos selectivos cumplirán la ley.

Demotix/MusarratUllah Jan (All rights reserved)
A wounded civilian awaits medical treatment following a US drone strike in Wazirstan, Pakistan.
En efecto, este tipo de informe destaca lo que sucede con los derechos humanos una vez que han sido secuestrados por la ley y se han convertido en un prisma para el debate sobre la legalidad o ilegalidad de la violencia: es decir, dejan de plantear preguntas sobre la moralidad o la legitimidad de la ley en sí. Esto se vuelve aún más sorprendente cuando leemos el informe de HRW observando no solamente lo que dice, sino lo que deja sin mencionar. Por ejemplo, el informe incluye una cita de Faisal Bin Ali Jaber, pariente de un clérigo y policía asesinados indebidamente durante un ataque con drones, en la que afirma: “Estamos atrapados entre un dron por un lado y Al-Qaeda por el otro”. Y sin embargo, HRW no reconoce que para Ali Jaber los ataques con drones son equivalentes a los actos de terrorismo de Al Qaeda. Esta omisión también es una consecuencia de reducir los derechos humanos a los dictados formales del derecho internacional, un enfoque que HRW ha adoptado tenazmente.
Independientemente de los miles de civiles asesinados durante las guerras con drones, y del efecto aterrador que han tenido estas guerras sobre poblaciones completas, mientras los drones estén provistos de armas con efectos discriminados y no tengan la intención de matar civiles, las guerras con drones de EE. UU. no son, desde la perspectiva de HRW, actos terroristas. De esta manera, las mismas personas que luchan por los derechos humanos preservan, e incluso fortalecen, las leyes que permiten que los dominantes asesinen. Precisamente cuando las denuncias de derechos humanos se articulan de una manera que respeta el derecho que tiene el soberano de asesinar es cuando los derechos humanos se convierten en un discurso que racionaliza el asesinato; lo que llamamos, en contra del sentido común, “el derecho humano de asesinar”.
Por último, es fundamental preguntar si el informe sobre los drones de HRW realmente representa a la población de Yemen. Dicho de otro modo, el problema de representación no solo, o no principalmente, tiene que ver con la manera en que se representan los derechos humanos en los medios, sino más bien se trata del hecho de que las ONG de derechos humanos operan como si tuvieran un mandato natural de parte de los condenados de la tierra. En realidad, sin embargo, las ONG de derechos humanos evitan que los derechos humanos se conviertan en un lenguaje popular utilizado por las personas para su propia movilización (popular). En este sentido, los derechos humanos nunca podrán convertirse en una herramienta para las masas, sino solamente para aquellos expertos que afirman representar a la población agraviada.
En otras palabras, la crisis de derechos humanos no es realmente una crisis de percepciones. Se trata de la complicidad con la dominación.

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