
La serie openMovements invita a politólogos líderes en sus campos de investigación para compartir sus resultados y sus perspectivas sobre luchas sociales contemporáneas.

Caravana electoral de Lega Nord en Firenze. Wikimedia Commons.
Se desvaneció el estado de gracia neoliberal que hizo perder la cabeza al viejo continente en los años 1990.
Recuerden ustedes cuando en 1989, el Oeste triunfante creyó poder relegar a las mazmorras de la historia 150 años de conflictos anti-capitalistas.
Así, la desaparición de la amenaza exterior de la Unión Soviética pasaba por la abolición de las contradicciones del sistema. Todos los círculos dirigentes se unían a la “globalization” (con un “z” al ¡estilo americano!).
En esa época, ellos se comprometieron precipitadamente con la implementación del euro, soltaron la banca central europea de todo control democrático y permitieron la desregularización de los mercados.
Sin hacerse de rogar los socialistas europeos saboreaban el champán y participaban de los ágapes organizados. Borrachos como soldados embriagados por el enemigo, ellos cantaban y vociferaban e incluso en voz alta loas al mercado, sin darse cuenta que ellos preparaban su propia ruina.
La crisis del 2008-2010 interrumpió la prematura fiesta. Desde entonces, empezaron el espiral de la deuda, el estancamiento del crecimiento, la subida espectacular de las desigualdades, el riesgo ecológico.
La crisis despertó a los sonámbulos que se obstinaban - a media somnolencia - en negar la evidencia de una nueva y profunda crisis del capitalismo.
En menos de diez años, el empeoramiento de la situación minó la confianza de las instituciones públicas, desclasó a más de la mitad del personal político, reanimó el racismo y precipitó conflictos sociales de gran envergadura.
De tal forma, la socialdemocracia entró en descomposición y tendencias autoritarias emergieron en Occidente. Se comprometió el diagnóstico vital de la Unión Europea (como proyecto de cooperación que sobrepasa a las naciones). Nadie puede decir aún cómo se terminará el prolongado estado de coma en el que ella se encuentra.
Nuevamente sobria, la clase dirigente europea está desde ahora acorralada. Ella busca, por cierto, a toda prisa y con precipitación soluciones de recambio al añejo neoliberalismo desacreditado.
Desde entonces, una construcción ideológica y política totalmente nueva se abre paso en Europa, y ésta puede conducirnos a una salida no solamente del Estado Social, sino incluso del Estado de Derecho.
Ya que, torciendo una
célebre frase de Paul Valéry, sabemos bien que “las democracias son -ellas
también- mortales”.
La tentación del compromiso liberal-populista
La idea que está emergiendo al interior de la clase dirigente europea arranca desde la constatación de una muerte: después del Brexit, después de la victoria de Trump, seguido de las victorias electorales del populismo europeo, el neoliberalismo al menos en su versión de la década de los 90’ está clínicamente muerto.
Durante 15 años, las élites no propusieron nada más a los pueblos europeos que la adaptación masoquista a la ley del mundo.
Las élites finalmente comprendieron que se desacreditaron repitiendo ad nauseam que “el repliegue sobre sí no era la solución” y que “hay que aceptar la globalización”.
Durante 15 años, las élites no propusieron nada más a los pueblos europeos que la adaptación masoquista a la ley del mundo; lo que constituía, convendremos sin dificultad, exactamente en lo contrario a la autodeterminación popular prometida por la democracia.
Los pueblos votan simplemente por aquellos que prometen regresarles el poder de decisión. El rechazo al neoliberalismo de la vieja escuela es definitivo e irremediable.
Así, tardíamente, las clases dirigentes europeas tomaron conciencia de la dimensión del fenómeno populista. Fue muy meritoria la estrategia de confrontación directa con la extrema derecha, en el caso de Emmanuel Macron.
Pero no puede ser considerada como suficiente. En ciertos países el populismo está a las puertas del Estado y el sistema electoral no permite establecer una cuarentena; en Austria, en Italia, ya está la extrema derecha en la coalición de gobierno.
Una parte significativa de las clases dirigentes europea piensan que ellas deben involucrarse en una nueva estrategia de compromisos. Esto significa la construcción de una nueva línea ideológica y política.
¿Pero cómo hacerlo? Una alianza parece difícil, pero no imposible. Ya que el populismo parece contradecir frontalmente al neoliberalismo.
Pues primero, el neoliberalismo es cosmopolita y libre, cuando por su parte el populismo es nacionalista y proteccionista. En segundo lugar, el neoliberalismo es “pro- derechos del hombre” mientras que el populismo es xenófobo.
Tercero, el neoliberalismo es favorable a un individualismo exacerbado, mientras que el populismo en revancha pretende dar voz a la mayoría silenciosa, presentando sin mayor dificultad algunos acentos comunitaristas.
La imaginación política no conoce límites cuando se trata de saborear lo esencial: las posiciones de poder y los márgenes de beneficio.
Ya que, se trata más bien de poder y beneficios, antes que de ideas y valores. Si el soberanismo tomara el gobierno de los Estados, entonces una amenaza verdadera asecharía al capitalismo europeo.
¿Quién sabe cómo se comportaría Marine Le Pen o Geert Wilders frente a la deuda pública? ¿Quién puede predecir el comportamiento de Matteo Salvini ahora que penetró con sus tropas en los ministerios italianos? De ahí la necesidad de una respuesta flexible y compromisos dolorosos.
En este escenario, una nueva escuela toma forma: aquella que implementa una mezcla liberal-populista. Sus principales portavoces son la administración Trump en los Estados Unidos, una franja activa del partido conservador británico liderada por Boris Johnson, la derecha flamenca unida detrás de la figura de Bart De Wever, el austriaco Sebastien Kurz, el italiano di Maio, el francés Laurent Wauquiez.
En Bélgica, tomó la forma de un gobierno de ruptura, hecho totalmente inédito en la historia del país. El gobierno de Charles Michel ofrece, desde el exterior, el espectáculo entretenido de una jauría de lobos dirigido por un pato.
Pero merece ser tomado en serio. El constituye el laboratorio de una nueva forma de gobierno.
Los cuatro pilares del liberal-populismo
El liberal-populismo no se deriva de una doctrina coherente. Se construye pragmáticamente sobre la reducción de ayudas sociales, la reducción fiscal, la acción policial, los discursos ambiguos.
Sin embargo, se puede desde ya discernir cuatro puntos de ensamblaje estructural que permiten aplacar, sin apagarlo, el fuego populista.
1. Primero, la política seguritaria. Es cierto que en teoría el autoritarismo de los populistas es contradictorio con el laisser-faire de los neoliberales.
No obstante, una temática escapa a este antagonismo, y constituye un punto de encuentro posible : la seguridad de las personas y los bienes. Sobre este aspecto, la centralidad del aparato represivo estatal no ha sido jamás puesto en duda, ni de un lado ni del otro.
No obstante, el sueño de los liberales de disminución del Estado, ellos jamás han abandonado la idea del papel policial del Estado; por otra parte, el populismo penal tiene más de treinta años de edad en Europa.
Le ha servido a Maggie Thatcher y Jean-Marie le Pen, Nicolás Sarkozy, como a Vlaams Blok.
Ésta tendencia está bien identificada, radiografiada, en todos los países occidentales[1]. Mucho antes de pasar a la municipalidad a concretar este matrimonio, el flirteo entre liberalismo y populismo secretamente debutó al interior de una comisaría de policía.
Si bien, la seguridad física es celebrada, se observará en revancha que la seguridad social no es central en ninguno de los dos programas.
La privatización de los sistemas de protección social se encuentra desde siempre en los programas del nuevo capitalismo. Después de 1980 se ha dado como objetivo la colonización de los servicios públicos (educación, pensión de vejez, seguro de cesantía, créditos universitarios, etc.).
El liberalismo político no tuvo y no tiene mayor interés en defender un sistema fundado en la solidaridad. Los populistas no otorgan mucho valor a las complejas misiones de prevención y reparación, que fueron en el centro del Estado social.
Entonces, el liberalismo político no tuvo y no tiene mayor interés en defender un sistema fundado en la solidaridad. Los populistas no otorgan mucho valor a las complejas misiones de prevención y reparación, que fueron en el centro del Estado social.
En esos programas, cuan justificados sean ellos, el populismo no ve más que la arrogancia de expertos y un lobby de protección a delincuentes.
La extrema derecha ha crecido y se ha nutrido, desde 1990 en el “suelo de la tolerancia cero” y las sanciones incomprensibles. Hoy en día estamos al final de ese proceso: liberales y populistas se ponen de acuerdo sin dificultad para sobrepoblar las cárceles, destruir los programas de rehabilitación, demoler los sistemas de acompañamiento social y de acción preventiva.
Haciendo de la clase más pobre, una clase “peligrosa”. De esta forma, los populistas entregan a los liberales una arma inesperada para la gestión del conflicto de clases.
2. El segundo punto de alianza liberal-populista es aún más sólido que el primero. Se consolidó fraguado en el odio al fisco.
La protesta popular de la derecha siempre tuvo como blanco privilegiado el impuesto fiscal, símbolo y medio de intervención de las élites estatales en el disfrute de cada uno.
En esta perspectiva, la denigración de “los que se aprovechan” y la lucha contra la fiscalidad no constituyen en el fondo más que un solo y mismo combate.
Incluso cuando el populismo no estaba más que en su estado primigenio, en los años 1980, esta temática era central. La denuncia respecto a “las tenazas del recaudador” estaba en el centro de la rabia populista. Ahora, por razones parcialmente diferentes, el liberalismo también destruye la fiscalidad.
Ésta última representa para él una forma de asignación sub-óptima de recursos, ya que el mercado es siempre más eficaz. Sobre este plano se abre una vasta zona de convergencia entre liberales y populistas, es decir respecto al impuesto a la fortuna, a la renta, al patrimonio, a las regalías, a las cargas sociales, a la TVA[2].
Pues, la eterna crítica al Estado fiscal es susceptible de movilizar cada cinco años un nuevo contingente de electores, que por turnos se sienten estafados. ¿Qué importa si de pronto se vacían las arcas del Estado y se agravan las desigualdades?
3. Pero no solo existen convergencias. Incluso si se conceden los dos puntos anteriores, las diferencias entre populistas y liberales son aún grandes. Entramos inevitablemente - de aquí en adelante - en la ambigüedad y la negociación.
Los derechos fundamentales constituyen un punto particularmente delicado a este respecto. El neoliberalismo había puesto a los DD.HH. en el corazón de su ideología; mientras que el populismo se burlaba de ellos.
No obstante, los liberales pueden al respecto poner un poco de agua en su copa de vino. En realidad, desde el punto de vista de la acumulación capitalista no tienen la misma importancia todos estos derechos.
La libertad del trabajo, de comercio, de libre circulación de capitales, de protección de la propiedad privada, son por cierto determinantes.
Aunque no es el mismo para la libertad de las personas, la lucha en contra de la discriminación étnica o religiosa, pues estos son relativamente secundarios desde la lógica de la acumulación del capital.
Desde esta perspectiva, los derechos sociales y económicos (educación, habitación, ayuda social, etc.) aparecen a fortiori como insignificantes y contra-productivos.
Por lo tanto, el acuerdo con el populismo de derecha consistirá en aceptar y limitar selectivamente los derechos de las personas, a condición de que sean preservadas la libertad de circulación de capitales y la protección de la propiedad (es decir, el mercado).
¿Las primeras víctimas de esta negociación? Son los grupos más débiles de la clase popular: los inmigrantes. Así, nos encaminamos en lo que a ellos concierne a modelos de ciudadanos de geometría variable: tal tiene derecho de residir pero no a trabajar; tal otro a trabajar pero no a traer a su familia; este de acá, puede cotizar pero no votar; o puede ir al hospital pero no al colegio, etc.
Por el contrario, los capitales disponen de todos los derechos de circulación sin excepción en Europa, e incluso en el mundo, ellos son acogidos - en todos lados - como si estuvieran en su propia casa.
Este comercio entre vendedores sobre los derechos fundamentales, ciertamente habría parecido inaceptable hace quince años, es decir a la vieja generación liberal de Louis Michel o Alain Juppé.
Así, confrontados a la extrema derecha, los hijos mimados del neoliberalismo-padre aprenden rápidamente el costo del realismo. ¡Qué difícil es ser liberal, en este mundo ingrato!
4. El cuarto componente de la alianza en formación, está también sometido a fuertes tensiones. Es aún más difícilmente negociable que la precedente.
A saber, populismo y liberalismo se ponen de acuerdo para criticar la configuración de la sociedad civil que funda el Estado Social, integrada por grupos socio-profesionales politizados, es decir por sindicatos y mutuales.
Esta representación de la sociedad civil “organizada” no es útil en ninguna forma a los liberales, que no quieren reconocer más que los individuos atomizados.
Ella no conviene tampoco a los populistas que confunden gustosamente la sociedad civil con el pueblo, y al pueblo con una cultura compartida (nacional, ver étnica).
Entonces, brevemente los liberales y populistas adoran detestar a los sindicatos y otros grupos civiles. Ellos sueñan con derrocar los sistemas de negociación colectiva que les impusieron las sociedades industriales en el curso de su historia.
Sin embargo, este rechazo común no desemboca en una creencia positiva compartida. Es difícil para la postura neo-conservadora aceptar los presupuestos individualistas del culto neoliberal a los derechos fundamentales.
Por su lado, el neoliberalismo encuentra también mucha dificultad en aceptar el culto al “pueblo” que supuestamente se expresa a través de los líderes carismáticos de los partidos populistas.
No obstante, la clase dirigente liberal puede reconocer que el discurso nacionalista es útil para ocultar intereses de clase, pero este uso táctico del nacionalismo, que fue tan importante en el siglo XX, ya no permite el desarrollo de la clase dirigente que ahora se piensa como cosmopolista.
Los gobiernos liberal-populistas se dirigen directamente al individuo sin pasar por las organizaciones civiles, comunicando por las nuevas redes sociales, de manera emocional y agresiva.
El culto al “pueblo nacional” es un límite a la apertura de los mercados, de los productos, del trabajo, de los capitales. Es decir que el rechazo común de los “cuerpos intermediarios” no conduce a una ideología única y coherente de sustitución.
Entonces, en este escenario piensan, se debe urdir y desordenar, antes todo sembrar la confusión. Aquí se detiene la racionalidad del discurso. Y una nueva práctica política aparece el mundo occidental.
Los gobiernos liberal-populistas se dirigen directamente al individuo sin pasar por las organizaciones civiles, comunicando por las nuevas redes sociales, de manera emocional y agresiva.
Los Tweets racistas valen cien veces más que los discursos racionales; las medidas provocadoras aisladas son preferibles a los programas de leyes que articulan una política compleja; los escándalos sexuales son más interesantes que las discusiones de fondo con representantes civiles.
Se sustituyen los debates políticos por los Talk-shows conducidos por animadores engañosos. Así, se reconfigura, sea cual sea la circunstancia, una sociedad civil despolitizada.
De tal suerte, las zonas de intersección entre el populismo y el liberalismo son reales, incluso si no desaparecen las dificultades de esta nueva alianza contra naturam.
Un punto contencioso suplementario reside en la suerte del librecambismo comercial, eje fundamental del neoliberalismo de los años 1990-2010. Ésta pregunta continua siendo un debate central en el seno de la alianza en gestación.
Debemos, no obstante, observar sobre este punto una nueva plasticidad de la clase dirigente europea, sin duda convencida de la necesidad de lograr concretar la alianza y, por ende, dispuesta a realizar concesiones: el francés Laurent Wauquiez recientemente se pronunció sobre una forma de proteccionismo, como lo había ya hecho el partido conservador británico.
Esta ruptura de la derecha con el librecambismo puro es extremamente elocuente de la recomposición en curso.
Inquietante deriva del Estado democrático en Europa
Esta configuración liberal-populista toma cuerpo progresivamente bajo nuestros ojos. El propósito es la introducción de una dosis (supuestamente controlada) de populismo en el capitalismo.
Debemos preguntarnos cuáles son y serán las consecuencias en nuestras democracias de esta nueva forma de Estado.
Primero, si llegara a implementarse, este modelo significaría sin dudarlo el fin del proyecto de Estado social que fue articulado después de la Post-guerra.
En un campo político así creado, devendrían simplemente imposibles la creación de un vasto sistema de servicios sociales y educativos de monopolio fiscal y la negociación colectiva.
El estado liberal-populista no conoce ni la socialización de las riquezas, ni la redistribución de los recursos. Las organizaciones sociales serían desmanteladas en beneficio de una sociedad de individuos, vagamente unidos por una pseudo comunidad de valores culturales.
La práctica del gobierno de Michel es a éste respecto bastante instructiva: ella busca romper sistemáticamente las intervenciones asociativas y las negociaciones colectivas, pero los lobbies privados son más que bienvenidos en las ante-cámaras ministeriales para forjar los “public-private partnerships”.
En segundo lugar, podemos preguntarnos hasta qué punto el Estado de Derecho podrá resistir los impulsos autoritarios de este modelo.
En el fondo, el modelo en gestación introduce en la política europea un nuevo dirigismo estatal. Un Estado neoliberal en su estado puro supone al menos un poder judicial fuerte y un integrismo de los derechos fundamentales, protegidos constitucionalmente (e incluso internacionalmente).
En la práctica liberal-populista, la hipertrofia del poder ejecutivo del Estado arriesga con poner en peligro la independencia de los jueces.
Esta transformación se puede verificar en la política de Trump en el campo de lo judicial, o en el rechazo gradual de los gobiernos europeos de derecha a reconocer la primacía de los tribunales en ciertos asuntos (por ejemplo, los inmigrantes).
Los derechos socio-económicos van a ser alisados en beneficio de un mercado desregulado de trabajo y de servicios. Como lo vemos afuera en otras partes del mundo, ésta disminución de los derechos se acompañará de un aumento del poder de la policía.
Así, nos arriesgamos a asistir a una disminución de estos derechos y de su protección. Estos van a padecer no ataques frontales, pero si reducciones selectivas, minoría tras minoría, grupo tras grupo.
Los derechos socio-económicos van a ser alisados en beneficio de un mercado desregulado de trabajo y de servicios. Como lo vemos afuera en otras partes del mundo (por ejemplo, en los Estados Unidos o en América Latina), ésta disminución de los derechos se acompañará de un aumento del poder de la policía (y, seguramente, de un aumento de la seguridad privada).
Este proceso previsible de destrucción de los derechos fundamentales puede crear situaciones de gran tensión. No es absurdo, si éste proceso persiste, que podamos anticipar formas de desobediencia civil.
Ya que, éstas surgen cuando las condiciones de legitimidad de la acción del Estado son puestas significativamente en peligro. A este respecto, el episodio del Parque Maximilien fue más que elocuente.
En este parque en el centro de Bruselas, no lejos de las instituciones europeas, se juntan y duermen los inmigrantes sin papeles, con el apoyo de ciudadanos que no dudan en avanzar hacia la desobediencia civil a fin de prestarles ayuda.
Dentro de un ambiente extremadamente conflictual, vimos a ciudadanos ordinarios desafiando abiertamente al Estado que era acusado de organizar el sabotaje de los derechos fundamentales.
Tal episodio merece ser destacado con rotulador. Anuncia un futuro posible, donde la lucha de la sociedad contra el Estado se torna nuevamente central para la continuación del proyecto democrático.
Todo esto da al siglo XXI recién comenzado, un melancólico perfume de inicios del XIX.
[1] Cf. Para una síntesis de estas temáticas, ver los notables trabajos de John Pratt, Penal Populism, New York, NY : Routledge, 2007.
[2] Impuesto de Valor Agregado (Taxe sur la valeur ajoutée, TVA) es un impuesto indirecto sobre los gastos de consumo.
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