
Alerta Democrática. Twitter.
Que los gobernadores del FMI y el Banco Mundial se reuniesen por primera vez en su historia en un país latinoamericano (Perú, 5-12 Octubre 2015) es una señal inequívoca de cómo ha ido cambiando la región - y la imagen internacional de la región- en los últimos años.
El enorme potencial que, por sus recursos, su energía y su joven población urbana, Latinoamérica ofrece para el futuro colectivo del planeta está fuera de toda duda. Su apuesta por la democracia, en un momento en que se debilita o simplemente no existe en otras regiones del planeta, debe ser defendida y consolidada.
Ciclo de crecimiento y políticas progresistas
Las instituciones de Bretton Woods ahora reunidas en Lima representaron durante demasiado tiempo en Latinoamérica poco menos que el brazo armado del imperialismo neoliberal, y muchas de sus políticas, tristemente encarnadas por el Consenso de Washington, tuvieron un impacto sumamente negativo para la mayor parte de su población.
Fueron políticas centradas en la estabilidad macroeconómica como valor supremo, y en la liberalización de los mercados externos e internos, incluidas privatizaciones de sectores estratégicos que tuvieron, en algunos casos, efectos desastrosos inmediatos para unas economías que, sin embargo, lograron finalmente equilibrarse y crecer con fuerza en los últimos 10 o 15 años.
En parte como respuesta a la agresividad de las consecuencias de la aplicación del citado “Consenso” durante los años 80 y 90, a partir del 2000 la región vivió la llegada generalizada al poder de gobiernos progresistas de distintas intensidades, desde el rosa pálido chileno al rojo vivo venezolano.
Impulsados por el ciclo de fuerte crecimiento de los mercados emergentes y una robusta demanda externa con China a la cabeza, y aprovechando un alza continuada de los precios de las materias primas, los países vivieron un notable incremento de su PIB. Sus gobiernos pusieron en marcha políticas de fuerte corte social que consiguieron reducir la pobreza, en algunos casos muy significativamente, y afianzaron sus todavía jóvenes democracias, manteniendo a la vez estables sus fundamentos macroeconómicos y financieros.
Pero la región arrastra problemas en educación y en productividad y una fuerte dependencia de los mercados exteriores. Unos 170 millones de latinoamericanos, esto es, el 30% de la población, sigue viviendo en la pobreza. Y ante un entorno económico global de recuperación más débil, una creciente incertidumbre sobre el modelo de crecimiento en China, precios bajos de las materias primas y tensiones en el mercado financiero ante la posible subida de los tipos en los Estados Unidos, no podemos dar por consolidados los avances en América Latina.
No hay que olvidar que la región cuenta con un pasado relativamente reciente de dictaduras militares y de autoritarismos, en ocasiones muy duros, a lo que se une algunas oligarquías locales que, a veces en connivencia con el crimen organizado, no sólo han sobrevivido a la llegada de la izquierda, sino que se han fortalecido al calor del crecimiento económico. Estos grupos de poder han continuado ejerciendo su influencia sobre el gobierno, la economía y la sociedad, en ocasiones a través de una práctica desgraciadamente habitual pero extremadamente corrosiva y potencialmente letal para los representantes públicos y para la democracia: la corrupción.
Como hemos venido viendo en DemocraciaAbierta, a la hora de hacer balance del progresismo en América Latina muchos analistas pronostican la pérdida de popularidad de los populismos en la región. ¿Estamos ante el fin del relato progresista, asistiendo a una parálisis creciente de la izquierda, o incluso ante un regreso de las prácticas neoliberales, que algunos dicen que nunca desaparecieron en realidad, sino que quedaron disimuladas con los réditos del crecimiento, invertidos sólo en parte en políticas sociales redistributivas?
Algunos intelectuales de la izquierda pueden ser más optimistas e identificar a los críticos como equivocados profetas del “fin de ciclo”, defendiendo que la marea rosa de gobiernos latinoamericanos no toca a su fin, y que el experimento radical de progreso social y democracia no ha terminado. Lo cierto, en cualquier caso, es que el cambio de clima económico y político es evidente y que los escenarios están abiertos.
Pero tanto o más que la desigualdad y la pobreza, a los ciudadanos latinoamericanos les preocupa sobre todo la inseguridad y la violencia, que afecta, no sólo endémicamente a los pequeños países centroamericanos o a la Colombia largamente secuestrada por la guerra con las FARC y el ELN, sino a las dos grandes potencias regionales, México y Brasil.
Allí, el Estado ha hecho, como mínimo, dejación de responsabilidades, sino es que participa de la violencia a través de la represión directa o encubierta, como demuestra el caso escandaloso de Ayotzinapa. Además, tampoco ahí la separación de poderes está garantizada, y los mecanismos de fortalecimiento institucional, rendición de cuentas y prevención de la corrupción son, como mínimo, deficientes. Los retos de la democracia siguen siendo muy importantes.
Alerta Democrática: escenarios para 2015-2030
Precisamente por esta razón, es especialmente pertinente el ejercicio de prognosis sobre los escenarios futuros para la democracia en la región que, bajo el proyecto Alerta Democrática, han realizado un grupo de 37 actores de muy diversos ámbitos de la sociedad civil latinoamericana (académicos, parlamentarios, periodistas, jóvenes, activistas, empresarios, grupos indígenas o fundaciones).
Haciendo bueno el dicho de Karl Popper sobre que el futuro no está escrito sino depende de lo que nosotros hagamos (individual y colectivamente) y que no dependemos de ninguna necesidad histórica, el grupo realizó un rico ejercicio de planificación por escenarios durante el primer semestre de 2015, financiado por las tres grandes fundaciones que vienen trabajando intensamente en la promoción de la democracia y el progreso en la región: Open Society Foundations, Fundación Ford y Avina.
El objetivo del ejercicio de Alerta Democrática es establecer un marco conceptual y un lenguaje común que “permita un mejor entendimiento de las fuerzas que determinan y moldean el futuro de las democracias en América Latina”. Se parte de un diagnóstico según el cual la consolidación de la democracia en el continente estaría aún muy lejos de ser irreversible. Más allá de la celebración generalizada de elecciones periódicas, ésta tiene aún un largo recorrido por delante en cuestiones como el Estado de derecho, las libertades civiles, los derechos humanos y la libertad de asociación y participación de la sociedad civil.
Así, y ante las crecientes amenazas de un debilitamiento del entorno económico que impacte negativamente en las nuevas clases medias, cuyo retroceso tendría consecuencias muy negativas como lo demuestran experiencias pasadas, Alerta Democrática plantea la necesidad de dibujar qué posibilidades de recorrido tiene la región en el corto, medio y largo plazo (el ejercicio propone tres lustros, es decir, del 2015 al 2030).
Si América Latina se encuentra ante una bifurcación, los caminos que emprendan los individuos y sus instituciones marcarán el futuro. Contar con mapas posibles resulta relevante a la hora de tomar las decisiones deseables.
Si bien encontramos una gran diversidad de naciones al sur del Río Grande, con países necesitados de una mayor profundización democrática mientras hay otros que deben luchar aún por mantener vivas las mínimas garantías para la supervivencia del sistema, todos parecen compartir un destino común. Y es esta conciencia de un futuro colectivo lo que imprime potencia y relevancia al ejercicio de prognosis, que propone “una aproximación holística e integral en la que se enfaticen los retos comunes y el potencial regional para asumir las riendas de un sueño y una responsabilidad compartida”.
Algunas características sociales comunes a la mayoría de los países pueden ser muy relevantes para la construcción este futuro democrático imaginado, que pasa inevitablemente por la conflictividad social, así como por la movilización popular de una población mayoritariamente urbana (cuyo incremento exponencial en los últimos años hace que la región cuente con un 80% de población que hoy habita en las ciudades).
Los distintos movimientos se han mostrado muy activos en los últimos años, tanto en las masivas protestas en la calle como en el uso de las redes por parte de unos jóvenes activistas que son ya todos nativos digitales, conscientes además de que la desigualdad en la era digital afecta especialmente a Latinoamérica. De cómo se traduzca este activismo en verdadera incidencia política dependerá en buena medida la eficacia de las nuevas agendas propuestas. Existen en la región interesantes experiencias de innovación política y de desarrollo de herramientas que, en manos de nuevos liderazgos, pueden resultar claves para afianzar la democracia en el siglo XXI.
Transformación, Tensión, Movilización, Agonía
Los cuatro escenarios dibujados por los actores que participaron en Alerta Democrática (Democracia en Transformación, Democracia en Tensión, Democracia en Movilización y Democracia en Agonía) pueden leerse a través de variables como la estructura de poder, las instituciones democráticas, la participación ciudadana, el desarrollo económico y social, y la integración regional.
En un primer escenario de “Democracia en Transformación”, asistiríamos a la redistribución del poder, a la mejora de la capacidad de gobernar con mayor transparencia y eficiencia sobre la base de reformas estructurales en aras de una democracia con mayor participación social y una mayor inclusión y pluralismo. En este escenario, un mayor énfasis en la educación ciudadana puede conformar un electorado más exigente, mientras que unas mejores políticas medioambientales y redistributivas ayudarían a superar desafíos estructurales como la pobreza, la desigualdad y la baja productividad. En el ámbito de la integración regional, estaríamos en un proceso de afincamiento de bloques comerciales y políticos y en una mejora de la inserción de la región en el mapa global.
Un segundo escenario de “Democracia en Tensión” significaría la concentración del poder, erosionando los controles y contrapesos estructurales, en una disputa permanente que debilitaría el ejercicio democrático. Voto cautivo, poca participación en las elecciones y creciente desconfianza hacia lo público vendrían a sumarse a una dinámica económica cortoplacista, en la que la eficiencia económica se situaría claramente por encima de la justica social, del equilibrio medioambiental y de la redistribución. En este escenario, la integración regional se frenaría, mermando la competitividad con otras regiones del mundo.
El tercer escenario, denominado “Democracia en Movilización”, es quizás el que ofrece mayores alicientes, puesto que plantea una desconcentración del poder a la vez que una interpelación al poder tradicional. Trabajo estratégico en redes, presión popular al Estado y uso extensivo de las nuevas tecnologías por parte de ciudadanos y movimientos sociales harían avanzar el empoderamiento y la apropiación ciudadana de los bienes comunes, innovando frente a esquemas tradicionales de poder representativo. Modelos de desarrollo económico más incluyentes, sustentables y de dimensión local propondrían innovaciones a través de formas de comercialización más justas y la potenciación del trabajo en red. La influencia de las redes también tendría impacto en una integración regional territorial, introduciendo nuevas agendas en los organismos multilaterales a nivel global.
Finalmente, se dibuja un escenario distópico, no tan alejado de algunas realidades, que se define como “Democracia en Agonía”. Ahí, el predominio del poder del crimen organizado y de la violencia determinaría un socavamiento de las instituciones, debilitando el ideal democrático a través de una mayor y más sofisticada penetración del Estado, habiendo avanzar la corrupción, la violencia, la impunidad y el apego a soluciones autoritarias. Todo ello implicaría un escenario de degradación de los valores cívicos y una prevalencia del miedo, la autocensura y la doble moral entre la población, mientras que una economía excluyente haría avanzar la desigualdad, la pobreza y el desequilibrio ambiental por el territorio. El Estado, muy débil, sería incapaz de garantizar cualquier redistribución. En un tal escenario, la integración regional se ralentiza.
En cualquier caso, y tras unos lustros de crecimiento, políticas sociales y buenas perspectivas, América Latina estaría mejor preparada que nunca en su pasado para encarar el fortalecimiento de sus democracias con alguna garantía. La manera en que acabe afectando el ciclo económico al ciclo político, determinará en buena parte el ritmo del avance, con algunos países como México, Colombia, Chile y Perú que ofrecen perspectivas económicas netamente mejores a otros como Brasil, Venezuela y, en cierta medida, Argentina, donde el ajuste es inevitable.
En qué forma se acaben desplegando los escenarios dibujados por Alerta Democrática depende mucho de lo que los ciudadanos y sus gobiernos acaben decidiendo democráticamente, y no sólo a través de elecciones. Como dice el documento de trabajo “la realidad será una si se transita por las vías de renovación y reforma, y otra si se antepone la disputa del poder y la tensión entre diversas fuerzas políticas y económicas bajo una democracia aparente y superficial.”
Habrá que permanecer alerta.
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