En los días previos al 19, las ciudades de provincia se llenaron de escenas emotivas en las que miles de personas acudieron a despedir a los convoyes de autobuses que partían hacia la capital. Las caravanas recibieron más apoyo espontáneo a lo largo del camino, en forma de regalos de alimentos y agua de las comunidades por las que pasaban.
Y mientras la élite limeña miraba horrorizada, la mayor parte de la población de la capital acogió a los manifestantes con los brazos abiertos. Los estudiantes de San Marcos, la universidad más antigua de América, ocuparon el campus y lo convirtieron en un enorme dormitorio, que rápidamente se inundó con más suministros donados por los habitantes cotidianos de la ciudad.
Sindicatos, organizaciones estudiantiles y movimientos ecologistas se unieron a la lucha. Artistas y músicos actuaron para los manifestantes alojados en San Marcos. Estudiantes de medicina formaron brigadas para atender a los heridos que todos sabían que llegarían. Y para el 18, más de 100 carreteras estaban bloqueadas en todo el país en apoyo a la Toma de Lima.
Como señaló un periodista, a pesar de las trágicas circunstancias que habían motivado el movimiento, éste poseía "cierta alegría", resultado de la experiencia colectiva de una "totalmente identificado con la causa... así como cuando hace algunos días despidieron a quienes llenaban camiones para partir rumbo a la gran Lima, entre aplausos y por fin sintiéndose parte de algo".
Este sentimiento de pasión insurgente fue transmitido por muchas de las personas directamente implicadas en la lucha, como una estudiante que viajó desde la ciudad serrana de Cuzco y que publicó el siguiente mensaje de Facebook a su familia, después de haber partido en secreto hacia la capital:
"Madre, perdón por tanta rebeldía. Hoy llegamos sanos y salvos a Lima. En todo el camino escuchamos [el canto] 'El pueblo, unido, jamás será vencido', mientras [la gente] nos daba agua, atún y galletas. Muchos padres... lloraron nuestra partida".
Esta es la humilde y frágil esencia de lo que la teórica política Susan Buck-Morss llama "humanidad universal". Está encarnada en esos momentos en los que la gente, llevada al límite por sistemas históricos de injusticia, supera de repente y milagrosamente sus diferencias raciales, culturales y regionales y expresa colectivamente su deseo común de igualdad, abundancia y libertad. No como un vago sueño utópico, sino como una visceral realidad vivida.
Represión
Al Estado capitalista le aterrorizan estas expresiones de humanidad universal, que ponen al descubierto sus estructuras de dominación y suponen una grave amenaza para su supervivencia. Por eso intenta aplastarlas a toda costa. Como ha señalado el filósofo Alain Badiou, esas luchas demuestran que "por encima de sus intereses vitales, los animales humanos son capaces de hacer nacer la justicia, la igualdad y la universalidad... Está perfectamente claro que una alta proporción de la opresión política consiste en la negación incesante de esta capacidad".
En mi nuevo libro, Extractivism and Universality : Inside an Uprising in the Amazon (Routledge, 2023), relato una manifestación de humanidad universal en la Amazonia ecuatoriana, en la que trabajadores petroleros negros, mestizos e indígenas se unieron contra las fuerzas combinadas de una empresa multinacional y un Estado militarizado. El levantamiento logró una notable victoria. Pero finalmente fue derrotado por el Estado y el capital mediante una compleja combinación de represión y división.
El Estado se ha enfrentado a la revuelta peruana de forma similar. Más de 11.000 policías fueron desplegados para reprimir las protestas en Lima el 19 de enero. Dos días después, los tanques irrumpieron en las puertas de San Marcos y 193 estudiantes y manifestantes provinciales fueron detenidos. Las detenidas fueron obligadas a desnudarse y se les revisaron los genitales en busca de drogas.
Mientras continuaban las protestas en los días siguientes, la policía impidió de forma violenta y constante que los manifestantes ocuparan las plazas públicas, con el fin de evitar imágenes que demostraran la magnitud del movimiento. Esta escalada constante de violencia policial culminó el 28 de enero, cuando un manifestante murió por el impacto de un bote de gas lacrimógeno disparado a quemarropa en el cráneo.
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