La institucionalidad en Perú está quebrada, lo que pone la democracia en juego. La nueva presidente, que solo lleva 7 semanas en el puesto, se tambalea. El 26 de enero un grupo de políticos de izquierda presentó una moción de destitución contra Dina Boluarte. Si bien la posibilidad de que progrese es poca ya que la derecha tradicional, que apoya a Boluarte, maneja el Congreso, muchos dudan de que resista mucho tiempo en el cargo.
Los manifestantes afirman que los peruanos "se despertaron" y vieron que, por años, los gobernantes no han peleado por una mejor calidad de vida para las comunidades indígenas y para los habitantes más pobres en un país donde la pobreza de disparó al 30% en 2022. De los 33 millones de ciudadanos en Perú, más de cuatro millones pertenecen a comunidades indígenas.
Hace demasiado tiempo que la realidad que enfrenta Perú es angustiante. La salida de esta nueva crisis institucional implica un cuestionamiento del orden constitucional y la justicia, y pone sobre la mesa la posibilidad de que un gobierno populista, militar o de extrema derecha acabe por tomar el poder para intentar restaurar el orden y el sosiego.
Ante la fragmentación absoluta del pueblo peruano, que ve cómo desfilan presidentes sin parar mientras la corrupción lo abarca todo, la represión violenta de las protestas echa leña al fuego y solo genera más violencia.
La situación es compleja y no hay una salida clara, pero parece que unas elecciones inmediatas y una asamblea constituyente que recoja las insatisfacciones de todos los peruanos, reforme las instituciones y las capacite para luchar contra la corrupción, a favor de la justicia social y el bienestar de todos, sería el camino razonable a seguir.
Sin embargo, el gobierno y el Congreso no han cedido hasta la fecha, los levantamientos populares continúan y la situación seguramente va a seguir empeorando antes de que pueda mejorar.
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