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Navegando aguas turbias: la integración de ALC y la competencia EE.UU - China

La expansión comercial y financiera de China pone en evidencia las carencias de EEUU en la región

David Castrillón
24 febrero 2022, 12.00pm
La presencia de Nicolás Maduro fue motivo de polémica durante la VI Cumbre de la CELAC, en septiembre de 2021.
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Secretaría de Relaciones Exteriores de México

Pero en el trasfondo de las intervenciones, atravesándolas como un hilo conductor, se encontraba una pregunta de vieja data que ha cobrado nueva importancia en la medida que se intensifica la competencia entre Estados Unidos y China por el liderazgo global: ¿tienen los países de ALC la capacidad y la intención de impulsar mecanismos de integración regional que avancen sus intereses de autonomía y desarrollo?

Los polos de la integración regional

Como sostiene Raúl Bernal-Meza, los intentos históricos de integración en las Américas han oscilado entre dos extremos, cada uno con su propia lógica: aquellos liderados por EE.UU., y los que lo excluyen (así como a Canadá). Puesto de otra manera, y como lo describió Nicolás Maduro en la cumbre de la CELAC, estas dos posturas encarnan “la vieja contradicción del monroísmo y el bolivarianismo”.

Al respecto, el trabajo de Thomas O’Keefe muestra cómo desde la presidencia de George W. Bush Jr. y hasta hace unos años, el progresivo declive de la dominación y liderazgo estadounidense en la región, así como la profundización de los lazos de los países de ALC con China, impulsaron nuevos esfuerzos de integración regional en el estilo bolivariano que intencionalmente excluyeron a Washington y pusieron sus miras en otras regiones del mundo. Acá sobresale la creación de la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA), la Unión de Naciones Suramericanas (UNASUR) y la CELAC(1).

Los intentos históricos de integración en las Américas han oscilado entre dos extremos, cada uno con su propia lógica: aquellos liderados por EE.UU. y los que lo excluyen (así como a Canadá)

Sin embargo, en los años recientes hemos visto una crisis del multilateralismo en ALC que ha puesto en duda la viabilidad de estos experimentos. Así, con la llegada de Jair Bolsonaro al poder, Brasil suspendió su participación en la CELAC. De igual manera, la decisión del gobierno de Iván Duque de retirarse de la UNASUR llevó a un efecto dominó que vació a la organización de la mayor parte de sus miembros.

Ahora, esta crisis parece estar entrando a una nueva etapa, en un momento en el que Estados Unidos despliega lo que Pires y do Nascimento han llamado una “Doctrina Monroe 2.0”, cuya intención es combatir la influencia de potencias extra-hemisféricas, es decir, la influencia de China, y, así, afianzar la hegemonía estadounidense sobre ALC. ¿Cómo afectará la competencia entre EE.UU. y China los intentos de integración de la región? Acá vale la pena dar más contexto sobre la postura estadounidense hacia China y cómo ésta influencia la manera en que EE.UU. percibe la relación de China con ALC.

EE.UU.-China, una tensión en aumento

Durante las últimas cuatro décadas, las relaciones entre las dos potencias han pasado por tres etapas, donde el paso de una etapa a otra parece estar relacionada con la percepción de EE.UU. de su propia pérdida de poder relativo frente a China. En una primera etapa, como lo indican Campbell y Ratner, la relación estuvo marcada por un optimismo estadounidense sobre su capacidad de incitar cambios al interior de China que harían de éste un país más democrático y capitalista. La expectativa era que estos cambios se darían de manera pacífica, en la medida en que una China más próspera e integrada al mundo desearía, naturalmente, hacerse a la imagen de EE.UU.

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Banderas de los Estados Unidos de América y de la República Popular China.
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Borka Kiss / Alamy

La segunda etapa viene con la llegada de Barack Obama al poder. Ya una China resurgente llevaría a esa administración a asociarse con China con cautela, cooperando con ella en asuntos de interés común (por ejemplo, la recuperación económica global tras la crisis financiera del 2008-2009), pero también llevando a cabo un pivote hacia el Asia-Pacífico, es decir, haciendo de esta región, y no del Medio Oriente, su prioridad en política exterior.

La última etapa coincide con la instalación de Donald Trump como presidente de EE.UU. en el 2017 y el ascenso de China al nivel de una potencia global. Bajo la presidencia Trump —como quedó plasmado en la Estrategia de Seguridad Nacional de la Casa Blanca de 2017—, un EE.UU. desilusionado con las promesas frustradas del pasado, ajusta la manera en la que percibe a China, viéndola ahora como un Estado revisionista que busca “cambiar los balances regionales de poder a su favor…[y] darle forma a un mundo antitético a los valores e interés estadounidenses”.

Esta visión de China implica competir contra ella, actuando para evitar que supere a Estados Unidos y justificando así políticas como las de la guerra comercial y la guerra tecnológica. Recientemente, hemos visto que el presidente Joe Biden mantiene la postura de su antecesor. Así, en su estrategia de seguridad nacional interina de marzo de 2021, propuso “una agenda que fortalecerá nuestras ventajas duraderas, y nos permitirá prevalecer en nuestra competencia estratégica con China”.

Cada etapa de la relación entre las dos potencias ha venido acompañada de distintas maneras de percibir la relación de China con América Latina y el Caribe.

Cada etapa de la relación entre las dos potencias ha venido acompañada de distintas maneras de percibir la relación de China con ALC. Deltef Nolte explica que durante la primera etapa y aún hasta la primera década del siglo XXI, los analistas y políticos estadounidenses consideraron como benignos los acercamientos de China con ALC, o por lo menos como un factor de estabilidad para la región. En la segunda etapa, surgieron debates en EE.UU. sobre las implicaciones del “dragón en el patio trasero”, reforzando la postura de cautela de esos años, pero sin actuar de manera decisiva para impedir el relacionamiento entre las partes.

Ya en la tercera etapa, encontramos a un EE.UU. que, como se mencionaba anteriormente, ve en China una amenaza, sobre todo en la manera en la que parece desplazar su influencia económica sobre la región. Y no está equivocado EE.UU. en su análisis sobre la creciente influencia china en ALC.

Comercialmente, el intercambio entre las partes se ha multiplicado 26 veces del 2000 al 2020, al punto que China es hoy el segundo socio comercial de la región. En inversión y contratos de construcción, la participación china casi se ha duplicado del 2005-2012 al 2013-2020: cuando en el primer periodo estos se elevaban a los US$66,9 mil millones, en el segundo ya llegaban a los US$124,16 mil millones. Un último ejemplo del creciente posicionamiento económico chino en la región, es el de la financiación. Desde el 2005, el Banco de Desarrollo de China y el Banco de Exportaciones e Importaciones de China han otorgado cerca de US$137 mil millones en créditos a la región, convirtiendo a ese país, en tan sólo unos pocos años, en el mayor prestamista para ALC.

Es así como encontramos hoy a un Estados Unidos que, desconfiando de China y viendo con aprehensión su creciente influencia, actúa de manera asertiva para impedir que el país asiático abarque más espacio. Y una de las consecuencias ha sido la exacerbación de la crisis del multilateralismo en ALC, como lo demostró la dura campaña que se dio para la elección del presidente del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) en 2020, organismo que se convirtió “en el último campo de batalla en la lucha por la influencia global entre EEUU y China”. Mauricio Claver-Carone, el candidato de EE.UU., resultó finalmente elegido, y ahora como presidente del BID ha seguido argumentando que la región necesita una mayor presencia estadounidense, bajo el riesgo de que cualquier vacío sea llenado por China.

Desde lo retórico, EE.UU. plantea una opción dicotómica para los países de la región: o se hacen del lado de las sociedades libres y democráticas, o del lado de las sociedades represivas y autocráticas. Presumiblemente, aquellos intentos de integración regional bolivarianos que sean muy cercanos al segundo tipo de sociedades están destinados a fallar. La CELAC, como mecanismo preferido por China para su articulación con ALC, podría caer bajo esta categoría. De aquí que los líderes que asistieron a la cumbre hayan debatido tan ferozmente sobre las virtudes y pecados de la CELAC y la OEA.

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Pero la opción que plantea EE.UU. es una dicotomía falsa. Los países de la región no están condenados a seguir una lógica de Guerra Fría, eligiendo a una potencia sobre otra, junto a sus mecanismos de integración preferidos. Esto es así por dos razones. En primer lugar, porque no estamos entrando en un periodo de Guerra Fría. La batalla ideológica que Washington plantea no existe. China no tiene interés alguno en difundir sus modelos; ni siquiera se atreve a desafíar la hegemonía estadounidense sobre la región.

La opción que plantea EE.UU. es una dicotomía falsa. Los países de la región no están condenados a seguir una lógica de Guerra Fría, eligiendo a una potencia sobre otra, junto a sus mecanismos de integración preferidos

Segundo, porque China no está impulsando mecanismos de integración propios que se opongan, de alguna manera, a aquellos impulsados por EE.UU. Como discuten Legler, Turzi y Tzili-Apango, China es versátil en sus acercamientos a organizaciones regionales y trabaja con aquellas agrupaciones que reúnan a un mayor número de socios económicos; las consideraciones políticas e ideológicas no hacen parte de su cálculo. Tanto es así que China participa activamente en organizaciones del sistema interamericano liderado por EE.UU., como la OEA y el BID.

Será responsabilidad de los Estados de ALC navegar con destreza las aguas turbias creadas por la competencia entre EE.UU. y China, evitando caer en dicotomías falsas, al tiempo que avanzan en esfuerzos de integración regional que respondan a sus intereses. Es un acto de malabarismo complejo, pero uno de cuyo éxito depende el futuro de la región, como proyecto y como idea.

(1) Si bien la Alianza del Pacífico tiene fines más económicos y no tiene una postura antiestadounidense como parte de su ethos, sí es de notar que este mecanismo también cumple las características de no incluir a EE.UU. y de tener una disposición de acercarse a otras regiones del mundo, principalmente a Asia.


Este es el segundo artículo del e-book Tejiendo Lazos: El Futuro del Multilateralismo en América Latina publicado por democraciaAbierta

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