democraciaAbierta: Opinion

Nayib Bukele acumula poder en El Salvador

Con una victoria nunca antes vista desde la llegada de la democracia al país en 1992, Bukele y su partido pueden controlar ahora todos los poderes en El Salvador

democracia Abierta
4 marzo 2021, 12.01am
Nayib Bukele, presidente de El Salvador.
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Alamy.

Los candidatos del partido de Nayib Bukele lograron una victoria sin precedentes en las elecciones locales y legislativas del pasado 28 de febrero. Con el 66% de los votos, su partido, Nuevas Ideas (NI), arrasó en las elecciones de diputados. Con el control de la cámara, Bukele no necesitará el apoyo de otros partidos para ejecutar sus proyectos. Estas cifras, además, dejan claro el hundimiento de los partidos tradicionales de El Salvador: la izquierda del Frente Farabundo Martí (FMLN) y la derecha de la Alianza Nacional Republicana (Arena), que han sido prácticamente borrados del mapa político salvadoreño.

Después de la guerra civil (1980-1992), El Salvador adoptó un modelo democrático bipartidista en el que El Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN), partido de izquierda, y la Alianza Republicana Nacionalista (Arena), partido de derecha, se disputaron el poder por décadas. Durante años, ambos partidos se han alternado el poder sin lograr resolver ninguno de los principales problemas del país: la desigualdad, la corrupción, la violencia, la pobreza y la desesperanza. A eso se suma que, salvo el último presidente, Salvador Sánchez Cerén, los tres anteriores jefes del Estado fueron encarcelados o huyeron por saquear las cuentas públicas.

En 2018, el Latinobarómetro señaló que al 54 % de la población salvadoreña le daba igual vivir en una democracia o en una dictadura

Una encuesta del Latinobarómetro de 2018 mostró que El Salvador era el país de las Américas que menos importancia le daba a la democracia y que al 54 % de la población le daba igual vivir en una democracia o en una dictadura.

Sobre este antecedente Bukele, un populista de 39 años que se situó al margen del bipartidismo, erigió el poder mediático que lo llevó a la presidencia en 2019, y lo sitúa hoy como líder absoluto de El Salvador. Un poder construido en las redes sociales, que le habla a los jóvenes y que desprecia el pasado. Califica los Acuerdos de Paz tras la guerra, en 1992, como una "farsa" y apoyándose, en repetidas ocasiones, en el estilo de la presidencia de Donald Trump, a quien tiene como referente político. Asimismo, Bukele tiene claro que gran parte de la maquinaria estatal le sobra, porque para él basta con un teléfono móvil para ordenar o cesar ministros públicamente en Twitter. Con esto, replica la táctica de Trump de mantener la tensión mediática y hacer que todo el mundo, incluido su entorno más inmediato, le adore y le tema al mismo tiempo.

Esto es lo que varios analistas políticos han llamado una "telecracia moderna", que basa sus movimientos en medir las emociones de la ciudadanía en tiempo real, con el fin de responder a lo que pide y de proponer, sin medir las posibilidades reales del país, servicios propios del primer mundo. Bukele, por ejemplo, construyó en pocos meses un hospital en el centro de la capital, San Salvador, con más unidades de cuidados intensivos de las que había en todo el país, con un claro propósito propagandístico. Su atractivo mediático es tal, que, aunque la economía del país que lidera es la número 117 en el mundo de un total de 196, en 2019 fue elegido para clausurar el foro económico de Doha, basando su discurso en proclamas demagógicas como "Que devuelvan lo robado" para humillar a sus adversarios y desligarse del bipartidismo reinante en su país.

Bukele gozará a partir de ahora de una amplísima mayoría en la Asamblea y podrá tomar unilateralmente decisiones normalmente necesitadas de un amplio consenso entre los grupos

Bukele, como ningún otro presidente en la región, gozará a partir de ahora de una amplísima mayoría en la Asamblea y podrá tomar unilateralmente decisiones necesitadas de consenso entre los grupos, como el nombramiento del fiscal general y la renovación de una tercera parte de la Corte Suprema.

Bukele dilapidó gran parte de su capital político democrático cuando hace un año, en febrero de 2020, irrumpió en la Asamblea Nacional junto a miembros del ejército para empujar a los diputados a aprobar un préstamo para comprar equipos de seguridad, en un claro gesto autocrático que fue recibido con estupor por la comunidad internacional. Al principio de la campaña de estas elecciones municipales y legislativas fue acusado de ser el autor intelectual detrás del atentado contra dos miembros del FMLN, como analizamos en democraciaAbierta. Estos antecedentes son causa de preocupación internacional, pues señalan que Bukele, con sus formas desinhibidas de millennial populista, pueda acentuar su deriva hacia una figura dictatorial, acentuando su perfil de caudillo salvador del pueblo salvadoreño, como él mismo se ha autoproclamado.

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Monumento en el Parque Libertad de San Salvador, El Salvador. | Alamy.

Parte de su popularidad se ha construido sobre su habilidad para el clientelismo, su carisma comunicador y sus éxitos al disminuir las disparadas tasas de violencia que heredó de sus antecesores. Ahora, lo más probable es que Bukele siga con su controvertida política de "mano dura" frente a las pandillas. En el 2020, autorizó a la policía a matar pandilleros en El Salvador y decretó un estado de emergencia máxima en las cárceles, después de una masacre que duró 72 horas, en la que hubo al menos 40 homicidios a cargo, presuntamente, de las maras, como son conocidas las pandillas criminales de El Salvador, famosas por su violencia extrema. Aunque las estadísticas muestran un descenso de la violencia en el país, sus prácticas abusivas lo han puesto en el punto de mira de organizaciones internacionales de defensa de los derechos humanos.

Otras actitudes del mandatario, como el acoso a medios de comunicación que han sido críticos de su mandato, como el prestigioso medio digital “El Faro”, son preocupantes síntomas de deriva autoritaria. Ahora, el principal temor de la oposición es que su primer paso sea la puesta en marcha de una Constituyente con el fin de extender, aún más, el poder de su presidencia. Como además ya tiene en sus manos la Contraloría de Cuentas, se teme que la poca transparencia frente al gasto público se intensifique, la sombra de la corrupción se alargue y una caída de la economía ponga al país en una situación crítica (ya en 2020 el PIB se desplomó un 8,6 % y se perdieron más de 80.000 puestos de trabajo).

Su máximo contrapeso, será Estados Unidos de donde llega, mes a mes, la principal fuente de ingresos de El Salvador: las remesas de los emigrantes. Con la salida de Trump de la Casa Blanca, la buena sintonía es cosa del pasado, y la administración Biden ya ha dado señales de no estar a gusto con la forma en que gobierna Bukele. Hay asuntos delicados que pueden elevar la tensión, sobre todo si se hacen efectivas las peticiones de extradición de miembros de las maras, lo que pondría en jaque la pacificación de las calles que Bukele exhibe tanto como un logro personal.

Haría bien el presidente salvadoreño en no confundir el rotundo apoyo popular que su partido ha recibido en las urnas con una carta blanca para ejercer el poder con vocación absolutista. Centroamérica tiene muy malos recuerdos de los autócratas del pasado y no quiere ver surgir uno nuevo, aunque llegue disfrazado de millennial.

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