
Inauguración del AVE Barcelona-Girona-Figueres. Mariano Rajoy, Felipe VI, Ana Pastor y Artur Mas. Flickr. Algunos derechos reservados.
Hace ahora un año, tras no haber conseguido la victoria en el referéndum, el primer ministro escocés Alex Salmond dimitió inmediatamente. Éste no ha sido el caso del presidente Artur Mas. Después de todo, como dice el tópico local, España es diferente, y Cataluña continúa siendo parte de España.
Tras una campaña muy tensa y emocional, los partidos pro-independencia han ganado la mayoría de escaños en las elecciones regionales al parlamento catalán del 27 de Septiembre. Y sin embargo, han perdido el plebiscito en que habían convertido estas elecciones. Querían un mandato alto y claro, y no han obtenido tal.
Aún así, rehacen hoy las cuentas diciendo que hay muchos votos del “sí” escondidos en el voto a partidos que no están a favor de la independencia. Pero la verdad es que se el sí explícito ha obtenido 1.957.467 votos, y "el resto" 2.120.467 votos. A falta de un último recuento, la diferencia es exactamente de 163.000. Lo demás es especulación.
Muchos en las filas del independentismo están listos para poner en marcha la hoja de ruta que llevará a la secesión de España en 18 meses. No importa que no haya una mayoría de votos: una mayoría de escaños será considerada suficiente.
La coalición gubernamental a favor del “sí” (Junts pel Sí) buscaba una mayoría absoluta, pero se ha quedado a 6 escaños de conseguirla. El otro partido independentista, los radicales anti-capitalistas de la Candidatura d’Unitat Popular (CUP), buscaba una mayoría de votos explícitos para el “sí” en el plebiscito. Pero faltaron varios miles. En resumen: no habrá vía libre hacia la independencia, pero alguna vía habrá que explorar.
Lo cierto es que la marea independentista alcanzó una cota altísima, y no parece que haya una alternativa cohesionada al otro lado del río. Estamos ante un escenario de bloqueo donde todos, salvo los radicales de ambos lados, están perdiendo pie. Ya pasó anteriormente en otros procesos secesionistas similares (en Canadá y, más recientemente, en Escocia): sometida a la presión de tener que decidir sobre la independencia, una sociedad acaba profundamente dividida.
Además, la estrategia nacionalista de convocar elecciones anticipadas tres meses antes de las elecciones generales en España, previstas para finales de diciembre, parece haber fracasado. Con una derecha española tan tozuda y que se comporta tan estúpidamente, los cálculos nacionalistas asumieron que, de no mediar alguna concesión importante como lo sería el derecho a celebrar un referéndum, los catalanes les entregarían un mandato claro y contundente para acelerar el llamado “proceso” hacia la secesión unilateral.
Los nacionalistas parecían convencidos de que, a través de una campaña positiva e irresistible de unidad y de esperanza, vencerían con rotundidad la campaña negativa, reactiva y amenazadora, liderada por el Partido Popular (PP). Pero aunque a muchísima gente le molestó profundamente la manera en que el PP afrontaba estas elecciones, ante la perspectiva de que las elecciones resultasen en un escenario abierto sin ningún tipo de garantías, tuvieron miedo y decidieron votar a otras opciones para intentar frenar la secesión.
España invertebrada
Los nacionalistas quisieron aprovecharse del eterno error de la derecha Española, incapaz de admitir que la cuestión catalana necesita resolverse con mucha mano izquierda y voluntad de sosegar. Agitar el sentimiento anti-catalán, como reacción a un sentimiento anti-español creciente, fue un error garrafal. El presidente Rajoy y la gente a su derecha dentro del partido han manejado la situación de manera tan desastrosa que, muy probablemente, están abocados a perder las próximas elecciones generales que, obviamente, pensaban ganar.
El Partido Popular estaba convencido de que la incipiente recuperación económica volvería a atraer a su vera a muchos votantes desencantados, profundamente golpeados por la recesión y por las políticas de austeridad, hartos además de los escándalos de corrupción que afectan al partido a todos los niveles. El ataque al independentismo catalán atraería también votos adicionales.
Pero por encima de todo esto, los españoles no se pueden permitir la pérdida de una parte tan significativa de su población, de su territorio y de su PIB. La derecha se ha mostrado increíblemente incapaz de detener esta amenaza, y la gente probablemente se decantará hacia opciones de centro o izquierda en diciembre, buscando una respuesta regeneracionista o federal que asegure la continuidad, hoy seriamente amenazada, de la unidad de España.
La incapacidad de manejar la crisis territorial será probablemente letal para el PP antes de que sea letal para España como tal. La gente quiere un gobierno que gobierne, es decir, que sea capaz de atender a los problemas existentes, no que se dedique a exacerbarlos. Y el llamado “problema Catalán” es un problema secular en España.
Hace ya casi cien años, el intelectual español más célebre del siglo XX, don José Ortega y Gasset, publicó un influyente ensayo titulado “España Invertebrada” (1922), donde acusaba a las elites españolas de ser incapaces de impedir la desintegración nacional, promovida sistemáticamente por los nacionalismos periféricos.
Ortega anticipaba el colapso de España. Nunca antes su profecía ha estado tan cerca de cumplirse como ahora. Muchos pueden aducir que el nacionalismo catalán se ha radicalizado y que no ha sido leal al pacto constitucional alcanzado tras la muerte del general Franco, pero los nacionalistas españoles no se han comportado mejor.
No hay secesión exprés
El impacto del resultado de las elecciones Catalanas en las próximas elecciones españolas del 20 de diciembre parece incierto. Pero una cosa está clara: el Partido Popular ha perdido Cataluña, y sin Cataluña no se puede gobernar España. ¿Será capaz el Partido Socialista Obrero Español (PSOE), la alternativa natural a nivel nacional, de superar sus contradicciones internas y salir con una propuesta federal creíble y atractiva?
La perspectiva de una victoria socialista en las elecciones generales servirá probablemente para rebajar tensiones y unirá al partido en la apertura de la discusión sobre una reforma constitucional. Pero para llevar a cabo una reforma tan compleja y trascendental, los socialistas necesitan encontrar, y probablemente lo conseguirán, aliados a su derecha (en el partido de centro-derecha emergente Ciudadanos, que acaba de quedar segundo en Cataluña con un éxito sin precedentes) y a su izquierda (en el ahora ya-no-tan emergente Podemos, cuyos resultados catalanes han sido decepcionantes, faltos de una posición creíble a favor o en contra, en una elecciones altamente polarizadas entre el sí y el no no cupieron posiciones intermedias).
Otro mandato parece haber emergido de las urnas: ni Mariano Rajoy ni Artur Mas son interlocutores válidos en la inevitable negociación que se abrirá tras el 20 de diciembre. La naturaleza poco concluyente de los resultados electorales en Cataluña probablemente pondrá en evidencia las muchas contradicciones que subyacen en la coalición por el “sí”, que se puso en pie bajo una sola premisa: la hoja de ruta de la secesión exprés, liderada por el presidente Mas. El partido de Rajoy, por su parte, con un escaso 8,5 % de los votos, está francamente desautorizado en Cataluña.
Ahora bien, al no haber sido capaces de asegurarse una mayoría absoluta (68 escaños) por su cuenta, la coalición del “sí” (cuyos dos partidos sumaban 71 diputados desde el 2012, contra los 62 conseguidos el 27S 2015) es ahora prisionera de la CUP, el grupo de izquierda anti-capitalista que se propone acelerar la secesión, pero que se niega a investir presidente a Mas. Un dirigente alternativo puede acabar apareciendo de entre la coalición del “sí”, pero difícilmente será el potente líder que el “proceso” necesita desesperadamente. Parece que el parlamento provisional entrante estará caracterizado por la división, la fragmentación y una frustración creciente, y podría estar condenado a nuevas elecciones en un futuro no muy lejano.
Y lo que es más importante: para que el proyecto independentista de secesión exprés fuera creíble y legítimo, una victoria clara en votos era del todo necesaria. La comunidad internacional no va a “comprar” una declaración de independencia con 1,95 millones de votos sobre un censo de 5,3 millones.Son muchísimos, son más que nunca, pero son aún del todo insuficientes. Y sin reconocimiento internacional, no hay independencia.
Próxima parada: España.
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