Castillo, defensor del gobierno de Nicolás Maduro en Venezuela, es favorable a políticas amplias de estatización de empresas de los sectores “mineros, gasíferos, petroleros, hidroenergéticos, comunicaciones, entre otros”, afirmando que Perú debe tomar el control de los tres grandes sectores económicos del país: mineros, gasíferos, y petroleros. Esta semana, Castillo, que prometió reemplazar la Constitución del “autogolpe” de Alberto Fujimori, pidió apoyo a los demás partidos de Perú y convocó “a la Policía Nacional, a las Fuerzas Armadas, al gran empresariado a que nos sentemos a conversar, que no se asusten”, para que juntos logren derrotar el fujimorismo.
Al profundo desprestigio de las instituciones peruanas en las dos últimas décadas se suma el reclamo de una nueva constitución que siente las bases de la regeneración democrática del país, pero con esta fragmentación y con el enfrentamiento abierto entre los extremos del espectro político será difícil que se alcance el amplio consenso necesario para arrancar un proceso constitucional.
Ganaron los valores conservadores, pero es necesario un amplio acuerdo
A pesar de representar valores de izquierda en cuestiones referentes a la economía, Castillo defiende valores culturales y sociales muy conservadores, siendo contrario a pautas progresistas como la descriminalización del aborto, temas de diversidad de género, el matrimonio entre personas LGBT y la expansión de derechos civiles, sexuales y sociales. Estos son también valores apoyados en su mayoría por Fujimori – así como por los dos candidatos que quedaron en tercero y cuarto en la primera vuelta. Es decir, el conservadurismo saldría ganador sí o sí en las elecciones presidenciales de este año. “Claramente, el pensamiento conservador, que es también el machismo y el patriarcado, ha salido bien librado en estas elecciones”, dijo la antropóloga feminista Alejandra Ballón.
La sorprendente victoria de Castillo muestra que la mayoría de los peruanos fueron atraídos por un discurso radical en lo que refiere a la política y economía, pero que mantienen los valores conservadores históricamente asociados al país. En junio, los peruanos irán a las urnas más que nada para declarar su preferencia entre dos modelos económicos y estatales completamente divergentes: el estatismo o el mercantilismo. Pero también dirán si quieren apostar por algo nuevo o si prefieren lo que ya conocen.
En cualquier caso, la profunda crisis política que atraviesa el país, y que se reflejó en la tremenda fragmentación vista en la primera vuelta, no va a facilitar los amplios acuerdos necesarios para salir de ella.
El fracaso de la política peruana se refleja en que la presidencia se disputará entre candidatos que no alcanzaron a sumar entre los dos ni un tercio de los apoyos en primera vuelta. Esperemos que las necesarias alianzas de cara a la segunda vuelta traigan el camino de la moderación y de las urgentes reformas constitucionales, y no el de la confrontación y del bloqueo.
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