La noticia saltó el 28 de octubre de 2018. A través del crepitar y el silbar de la radio, distinguimos una frase: "Jair Bolsonaro ha sido elegido presidente de Brasil".
El camino era largo desde Brasilia hasta Maçaranduba, una comunidad indígena de la selva amazónica, pero el significado de la noticia era evidente. Algunos de nuestros amigos Awá y Tenetehar caminaban de un lado a otro, otros se agarraban la cabeza con las manos. Uno soltó un grito visceral, antes de coger una botella de aguardiente de caña.
Dos hombres llegaron al anochecer, cruzando el río en una canoa, en la última etapa de su viaje de nueve horas regresando de entregar las papeletas electorales de la comunidad. Al acercarse a la aldea, asumieron el escenario y supieron que las noticias que más temían habían llegado. Acercaron unos taburetes y se sentaron, desanimados.
Me senté con ellos, con los pensamientos dándome vueltas en la cabeza mientras empezábamos a procesar el colosal significado de este momento para los indígenas de Brasil.
Una fiesta de mayoría de edad estaba convocada para esa noche, en honor de una niña cuya primera menstruación marcaba su paso a la edad adulta. ¿Debía celebrarse el ritual? Esta noche no es una noche para festejos, dijeron algunos y se quedaron en casa. "¡La fiesta está en marcha!", replicaron otros, "no podemos dejar que un karaiw [un hombre blanco] nos detenga".
Un petardo lanzado a lo alto del cielo marcó el comienzo de la fiesta. La gente empezó a reunirse bajo una gran maloca de paja, cogidos de la mano y bailando en círculos -girando y girando, entrando y saliendo- al ritmo de la canción Tenetehar y el ritmo de las semillas sonando en calabazas secas. Bailamos durante horas, sin necesidad de hablar, con las manos cada vez más apretadas a medida que la noche se tornaba en amanecer.
Los cuatro años siguientes iban a ser los más atroces para los pueblos indígenas de Brasil desde la dictadura militar. El presidente electo era abiertamente racista. "Es una pena que la caballería brasileña no haya sido tan eficiente como la norteamericana, que exterminó a los indios", dijo una vez. Y: "Los indios están evolucionando; cada vez más son seres humanos como nosotros".
En diciembre de 2018, un mes antes de la investidura y toma de posesión de Bolsonaro, hombres armados abrieron fuego contra decenas de familias indígenas Tremembé en sus casas del estado de Maranhão. Ese fue un escalofriante presagio de lo que estaba por venir.
Las invasiones de territorios indígenas se dispararon, los acaparadores de tierras envalentonados por la promesa de Bolsonaro de proteger a los criminales y por sus llamamientos genocidas a legislar para facilitar el robo de tierras indígenas para la explotación industrial.
Se produjeron incendios, los mineros del oro envenenaron los ríos y a las personas con mercurio, se talaron bosques y se extendieron vastos campos de soja y caña de azúcar hasta donde alcanzaba la vista, con el olor de los pesticidas persistente en el aire. Y cuando llegó la pandemia, los leñadores y los mineros llevaron el Covid a las comunidades indígenas, y la enfermedad los mató a un ritmo mucho mayor que a los brasileños no indígenas. Era infernal ver, oír y oler esta destrucción.
Comentarios
Animamos a todo el mundo a que haga comentarios, Por favor, consulte las intrucciones de openDemocracy para comentarios