
Chinese President Xi Jinping. Shutterstock/All rights reserved.
¿Cuál es la opinión del gobierno y las élites Chinas sobre los asuntos de derechos humanos internacionales? ¿Es probable que una China a la alza promueva un estilo distinto de participación en los derechos humanos a nivel global? Para contestar estas preguntas, puede ser útil ver a China como una potencia normativa emergente en el orden internacional. Mientras que el concepto de “Europa de poder normativo (Normative Power Europe, NPE)”, según el cual Europa establece los estándares para la sociedad internacional, ha sido extensamente reconocido por los académicos y los diseñadores de políticas de la comunidad internacional, existen pocos debates sobre las potencias emergentes como potencias normativas. En particular, la noción de una “China de poder normativo” puede parecer provocadora y controversial. China suele ser objeto de la crítica internacional por su historial de derechos humanos, su pragmática política exterior y sus actividades relacionados con la energía en los países en vías de desarrollo. Visto desde fuera, nada de esto da la impresión de que al gobierno chino le importen genuinamente las políticas exteriores normativas. En cambio, típicamente, los poderes occidentales son los que intentan enseñarle a China como comportarse. ¿De qué forma puede actuar China como potencia normativa?
En años recientes, China ha reconocido en general la universalidad de los derechos humanos. Se ha unido a 27 acuerdos internacionales de derechos humanos, que incluyen acuerdos sobre discriminación racial, discriminación contra las mujeres, apartheid, refugiados y genocidio. China ya no es un receptor pasivo de críticas internacionales sobre derechos humanos, y gradualmente ha comenzado a utilizar los mismos conceptos para criticar a países occidentales. Durante los últimos 13 años, por ejemplo, China ha respondido a los informes del gobierno de los EE. UU. sobre sus prácticas de derechos humanos mediante la publicación de su propio informe sobre asuntos de derechos humanos en los Estados Unidos acerca de la violencia armada, la discriminación racial y religiosa, la creciente brecha salarial y el abuso de poder por parte de las agencias de seguridad. China también ha planteado el asunto de derechos humanos relacionados con las minorías musulmanas e inmigrantes durante conversaciones con Alemania y otros países europeos. Aunque para algunos las críticas chinas pueden parecer hipócritas o hasta risibles, también pueden ser una señal de que China está comenzando a tomar más en serio al sistema de derechos humanos internacionales. Al utilizar los mismos estándares internacionales para criticar al Occidente, China ha comenzado a aceptar el concepto general de derechos humanos universales.
China también está impulsando su propia agenda de derechos humanos internacionales de otras maneras. Por ejemplo, promueve los derechos colectivos y la soberanía sobre los derechos individuales y la intervención internacional. Y aunque se ha alejado de su vieja política de relativismo cultural, todavía argumenta que se debe buscar alcanzar los derechos humanos de acuerdo con el nivel de desarrollo político y económico del estado. Dicho de otro modo, China argumenta que la promoción de los derechos humanos debe tomar en consideración las condiciones prácticas del país, y que los países en vías de desarrollo deben tener distintas prioridades de derechos humanos. Más significativamente, China da prioridad a los derechos económicos, culturales y sociales sobre los civiles y políticos, y lo ha demostrado mediante la firma y ratificación del Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales y la firma (pero sin ratificación) del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos.
La reciente diplomacia china refleja estas opiniones. En sus críticas a los EE. UU., China ha destacado con frecuencia los asuntos de derechos sociales y económicos en vez de los políticos y legales. China se ha unido con Rusia para vetar repetidamente la resolución del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas sobre Siria; aunque esos votos tienen claros cálculos geopolíticos como trasfondo, China también argumenta que la intervención humanitaria no debe derrocar regímenes políticos y que el mundo debe respetar la soberanía e integridad territorial de Siria. Este principio anti-intervencionista es distinto a las normas occidentales dominantes de intervención humanitaria internacional. Dicho lo anterior, China no se atiene ciegamente al principio de no intervención; después de todo, el país participó plenamente en el debate alrededor del desarrollo de la “Responsabilidad de proteger de la ONU” (R2P), la cual justifica la intervención cuando un estado falla en la protección de sus propios ciudadanos. Mientras que Beijing no ha obstruido el desarrollo de la R2P, sí ha presionado para que existan criterios estrictos para justificar infracciones a la soberanía.
La integración de China en el sistema internacional de derechos humanos está relacionada con debates más amplios sobre su rol en el orden mundial. Al tiempo que China ha crecido como poder económico, también ha aumentado su confianza en sí misma. Desde la perspectiva de algunas de las élites políticas chinas, la crisis financiera global aceleró la tendencia hacia un cambio en el equilibrio de poder entre China y el Occidente. Este cambiante equilibrio de poder material está transformando también el panorama de influencia diplomática y orden normativo.
La nueva confianza de China tiene dos efectos opuestos. Por un lado, con una recién adquirida confianza en sí misma, China está experimentando con un estilo más asertivo de diplomacia en materia de derechos humanos internacionales. China desafía la sabiduría convencional de que las normas sociales y los valores políticos que prefiere Occidente son la única manera de alcanzar la modernidad. Los líderes chinos suelen enfatizar que el modelo de dicho país es un “socialismo con características chinas”. Puede ser que China no promueva activamente su modelo político en el extranjero, pero como dijo Mark Leonard, cofundador y director del Consejo Europeo de Relaciones Exteriores: “Incluso si la República Popular no hubiera hecho nada en el mundo, la fuerza del ejemplo chino habría presentado un gran desafío para los promotores de la democracia”.
Al mismo tiempo, según va adquiriendo más poder, China está reconsiderando su compromiso con la no intervención, y puede desempeñar un papel más importante en el gobierno global. China está consciente de que defender el principio de no intervención no siempre será compatible con sus propios intereses. En ocasiones, hay razones prácticas para intervenir en los asuntos internos de otros países en algunas crisis humanitarias. Por ejemplo, en el caso de Libia, China no se opuso a la intervención dirigida por algunos países occidentales, en parte por algunas razones prácticas, incluidas la acción oportuna para garantizar la seguridad de más de 35,000 chinos que trabajaban en el país y la existencia de intereses económicos en Libia que podrían verse amenazados por apoyar al lado equivocado. Sin cambiar de manera fundamental el principio de no interferencia, China también está explorando otras estrategias para hacer frente a las crisis humanitarias y la inestabilidad en el mundo en vías de desarrollo. Algunas élites chinas están buscando activamente un nuevo marco teórico. Por ejemplo, el profesor de la Universidad de Beijing Wang Yizhou propone la noción de “involucrarse con creatividad”, que alienta a China a desarrollar un tipo de diplomacia mucho más proactiva para contribuir más y tener un mayor impacto en los asuntos internacionales.
Todo lo anterior sugiere que China probablemente estará cada vez más involucrada en el sistema internacional, a la vez que impulsa su propia agenda. Como ha hecho por décadas ya, promoverá el principio de “buscar afinidades, aunque conservando las diferencias” (Qiutong Cunyi) en su diplomacia. Así, se puede percibir a China como una potencia normativa emergente con aspiraciones limitadas.

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