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¿Quién teme al enano diplomático?

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Una pelea diplomática airada ha surgido entre Brasil e Israel sobre la guerra de Gaza. Pero ¿tiene realmente Brasil la influencia o trayectoria necesarias para tener peso en temas sobre derechos humanos internacionales?  EnglishPortuguês

Guilherme Casarões
28 agosto 2014

Entre los muchos debates calientes sobre el reciente conflicto de Gaza, una pelea diplomática ha surgido entre Brasil e Israel. Como el gobierno brasileño retiró su embajador de Tel Aviv para «consulta», condenando el accionar militar israelí en Gaza y tildándolo de desproporcionado, el gobierno de Netanyahu reaccionó con contundente indignación. Mientras se esperaba cierto grado de desilusión por parte de Israel, no se creía que una furiosa declaración hecha por el vocero Yigal Palmor dañaría seriamente las ya frágiles relaciones bilaterales. 

Entre los muchos debates calientes sobre el reciente conflicto de Gaza, una pelea diplomática ha surgido entre Brasil e Israel. Como el gobierno brasileño retiró su embajador de Tel Aviv para «consulta», condenando el accionar militar israelí en Gaza y tildándolo de desproporcionado, el gobierno de Netanyahu reaccionó con contundente indignación. Mientras se esperaba cierto grado de desilusión por parte de Israel, no se creía que una furiosa declaración hecha por el vocero Yigal Palmor dañaría seriamente las ya frágiles relaciones bilaterales. 

Palmor se refirió a Brasil como un «enano diplomático» cuyo relativismo moral lo hacía un socio irrelevante. El vocero israelí hasta mencionó la derrota humillante de Brasil en la Copa Mundial para dar lecciones a los brasileños sobre «resultados desproporcionados». Al tiempo que muchos calificaron el tono franco como evidencia de la truculencia diplomática israelí, el mensaje resonó fuertemente a través de Itamaraty, el Ministerio de Asuntos Exteriores de Brasil. 

Académicos, analistas y políticos comenzaron de inmediato a pensar si Brasil tenía suficiente influencia política como para opinar en los asuntos de Medio Oriente. Después de todo, en contraste con la condena de las acciones militares israelíes, que el consejero de Rousseff describió como «genocidio» y más tarde fue suavizado por la misma presidente como «masacre», no ha dicho gran cosa sobre Siria, Iraq o cualquier otra violación de derechos humanos alrededor del planeta.

No obstante, la política sobre derechos humanos de Brasil, si bien por momentos es muy cauta, ha sido generalmente coherente a través del tiempo. El gobierno de Rousseff condenó debidamente las violaciones en Libia y Siria a nivel multilateral, especialmente durante el 2011. Brasil ha mantenido una estrategia moderada, a menudo involucrando coaliciones informales o instituciones regionales para delinear entre sus propias posiciones y los llamados de Occidente para intervenciones militares. 

Aunque los resultados han sido esquivos, el gobierno brasileño no ha sido ajeno a las violaciones a los derechos humanos en el mundo árabe. Lo mismo vale para Irán con quien Brasil desarrolló fuertes vínculos durante los últimos años del gobierno de Lula. Evitando el enfoque de «señalar con el dedo» era necesario mantener un diálogo abierto en el asunto nuclear. Eso permitió al presidente Lula, junto con el primer ministro turco Erdogan, llegar a un acuerdo sobre intercambio de combustible nuclear en mayo de 2010, en lo que representó probablemente el movimiento más audaz (y controvertido) de política exterior de los dos poderes emergentes.

Muchos de los pesimistas sobre el rol global de Brasil también desdeñan el hecho de que el país ha estado abogando por la paz en Medio Oriente durante cinco décadas enteras, auspició la Resolución 242 del Consejo de Seguridad de la ONU y muchas resoluciones posteriores que demandaban el retiro total de Israel de los territorios ocupados. Es más, el gobierno brasileño ha estado intentando presentarse como mediador en Medio Oriente desde el inicio del siglo veinte. 

No obstante, no ha sido fácil acercarse tanto a los israelíes como a los palestinos. Las autoridades brasileñas consideran asimétrico al conflicto palestino-israelí donde hay un opresor y un oprimido. Ésta es una de las razones por las cuales Brasil ha abandonado el enfoque ecuánime al conflicto y siempre se ha puesto de pie por la causa palestina.


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Juliana Spinola/Demotix (All rights reserved)

A candle-lit vigil was held in Sao Paulo to remember those who have died in Gaza following airstrikes by the Israeli military.


Durante la última década, Brasil ha ofrecido ayuda financiera a Gaza, ha reconocido la soberanía palestina y apoyado su pedido de ser estado miembro de la ONU, en línea con los principios de Itamaraty como autodeterminación y resolución pacífica de disputas. También ha condenado de manera sistemática el uso desproporcionado de la fuerza por parte de Israel contra los palestinos al tiempo que reconoce el derecho de Israel a defenderse.

Brasil también ha intentado mantener abiertos los canales de diálogo con el gobierno israelí. El comercio bilateral ha crecido por más del 200% entre el 2002 y 2011 estimulado por el tratado de libre comercio entre el Mercosur e Israel firmado en el 2007. El canciller del gobierno de Lula, Celso Amorim, realizó no menos de cinco visitas a Israel en ocho años. El presidente mismo fue a Jerusalén y Tel Aviv en 2010 y se convirtió en el primer jefe de estado brasileño en hacer una visita oficial a ese país. El sucesor de Amorim, Antonio Patriota, también realizó un viaje diplomático a Israel en el 2012 cuando buscaba mejorar las relaciones bilaterales con el estado judío. 

Pero el hecho es que Israel, a pesar de los desacuerdos recientes, nunca ha considerado a Brasil como un intermediario aceptable. La percepción ampliamente difundida entre los responsables políticos israelíes y en la sociedad en general es que Brasil tiene orientaciones de política exterior pro-árabes, pro-palestinas o- aún más dramático-  anti-sionistas. Aunque el famoso «Sionismo es igual a Racismo» de la resolución internacional de la ONU ya murió hace tiempo, Israel no olvidará el voto del gobierno brasileño en 1975 a favor de la condena internacional al estado de Israel. 

La lección más amarga de la política del poder vino cuando la Operación Pilar de  Defensa fue puesta en marcha a fines del año 2012. A través de numerosas plataformas como el Mercosur, IBSA y la ONU, el gobierno brasileño acusó a Israel de un uso desproporcionado de la fuerza, tal vez con la intención de cambiar el statu quo. Pero Tel Aviv y Jerusalén prestaron poca atención, haciendo caso omiso de la intensidad de Brasil.

Con el estallido de la reciente guerra en Gaza, Itamaraty reaccionó como lo había hecho en la última década. Una nota publicada el 17 de julio condenaba «vehementemente» los bombardeos israelíes contra la población palestina como uso desproporcionado de la fuerza, pero al mismo tiempo denunciaba el lanzamiento de cohetes y morteros de Gaza contra Israel. Sin embargo, al mismo tiempo que la guerra continuaba con un costo humano insoportable, el gobierno brasileño levantó el tono y retiró a su embajador el día 24. Dejando de lado todas las sutilezas del lenguaje diplomático, era una nueva estrategia que representaba un cambio de énfasis, no de curso. A diferencia de intentos previos de romper el bloqueo, ésta halló una respuesta inmediata. 

¿Había tenido éxito la actitud de Brasil? Para ser justos, la decisión de Brasil fue un punto de inflexión en la manera en que los países de América Latina estaban encarando el conflicto. Lo mismo ocurrió con el reconocimiento brasileño del estado palestino a fines de 2010, lo cual fue imitado por algunos de sus vecinos. Si bien Ecuador había allanado el camino retirando su propio embajador una semana antes que Brasil, fue probablemente la decisión de Rousseff de hacerlo que cambió el panorama diplomático. En semana siguiente, Chile, Perú y El Salvador también llamaron a sus representantes en Tel Aviv. Bolivia llegó al extremo de declarar a Israel un «estado terrorista». 

Sin embargo, la reacción israelí contra esos países no fue tan airada como contra Brasil. Tal vez la declaración del vocero israelí, visceral y un tanto infantil, revela que no sólo este país es sensible a la presión diplomática- cuando es aplicada con habilidad- sino que Brasil no es decididamente un enano diplomático, por lo menos en los asuntos relacionados al Medio Oriente.

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